
Buenos, hasta que hablan
Oaxaca, Oax. 21 de abril de 2013 (Quadratín).- Nadie en sus cabales, puede negar la siguiente afirmación de Gaetano Mosca en su libro Elementos de Ciencia Política, escrito en 1896 en Italia: en todas las sociedades desde la medianamente desarrolladas, que apenas han llegado a los preámbulos de la civilización, hasta las más cultas y fuertes, existen dos clases de personas: la de los gobernantes y la de los gobernados (Mosca, Gaetano. La Clase Política. En Diez textos básicos de ciencia política. Editorial. Ariel, Barcelona. 2001, p. 23).
Los que mandan, que siempre son los pocos, los que obedecen, que siempre son los muchos, existen en cualquier régimen político, sea este democrático o no. Es en la democracia donde tenemos los ciudadanos la oportunidad de seleccionar a nuestros gobernantes; esta oportunidad dependerá de las reglas que imponen las propias democracias. Malas reglas dan por consecuencia que se pueden seleccionar no a los mejores ciudadanos, sino a los más audaces y tramposos.
La pregunta que nos podemos hacer es: ¿Cómo nació el gobierno? ¿Para qué sirve el gobierno? Es evidente que en las sociedades antiguas el valor militar permitió que sean los guerreros los primeros en constituir a los gobernantes, fue la fuerza y de su uso, el primer elemento para alcanzar el estatus de gobernante.
Una primera división social lo constituyeron los guerreros y los agricultores. Fueron éstos últimos quienes se valieron de los primeros para garantizar y proteger sus propiedades. Los guerreros nacieron al servicio de los agricultores propietarios.
Sin embargo, los guerreros, de protectores se volvieron gobernantes; Polonia ofrece un ejemplo característico de esta transformación gradual de la clase guerrera en clase absolutamente dominante. En sus orígenes, los polacos tenían un ordenamiento en comunas rurales que sobresalía entre todos los pueblos eslavos; y en ellas no había ninguna distinción entre guerreros y agricultores, o sea nobles y campesinos. Pero, después que se establecieron en las grandes llanuras que recorren el Vístula y el Niemen, comenzaron a desarrollar la agricultura y, al mismo tiempo, persistió la necesidad de guerrear contra vecinos belicosos; esto llevó a los jefes de las tribus, o woiewodi, a rodearse de cierto número de individuos seleccionados que se especializaron en el uso de las armas. Éstos se distribuían en las diversas comunidades rurales y quedaban exentos de los trabajos agrícolas, aunque recibían su porción de los productos de la tierra, a la que tenían derecho como los demás integrantes de la comunidad. En los primeros tiempos su posición no era muy ambicionada, y se vieron ejemplos de campesinos que rechazaban la exención de las tareas agrícolas con tal de no combatir. No obstante, como este orden de cosas se fue haciendo estable, y como una clase se habituó al empleo de las armas y a las reglas militares mientras la otra se dedicó únicamente al uso del arado y de la azada, los guerreros se convirtieron gradualmente en nobles y patrones y los ciudadanos, de compañeros y hermanos que eran, se transformaron en villanos y siervos. Poco a poco, los belicosos señores de la guerra multiplicaron sus exigencias, al punto de que la parte que tomaban como miembros de la comunidad creció hasta abarcar todo lo producido por ella, menos lo absolutamente necesario para la subsistencia de los agricultores. Cuando éstos intentaron huir, fueron obligados por la fuerza a permanecer ligados a la tierra. De esta manera, su condición adquirió las características de una verdadera servidumbre de la gleba (Mosca, Gaetano. La Clase Política. En Diez textos básicos de ciencia política. Editorial. Ariel, Barcelona. 2001, p.p. 26 y 27).
La necesidad de protección de los agricultores y ganaderos, según el ejemplo anterior, originó el establecimiento del gobierno, por ende, de la clase gobernante. De aquí de que no es raro de que teóricos del Estado como Hobbes reconozcan este hecho histórico, es decir, de que la primera responsabilidad de todo gobierno es la seguridad de la población, así lo dice de la siguiente manera: la misión del soberano (sea un monarca o una asamblea) consiste en el fin para el cual fue investido con el soberano poder, que no es otro sino el de procurar la seguridad del pueblo (Hobbes, Thomas. Leviatán. Editorial F.C.E. México, 2001 p. 275).
No debe haber equívocos, por tanto, un gobierno que no es capaz de brindarle seguridad a su pueblo está dejando de cumplir con su función más elemental y primaria: la seguridad de la población. Ésta seguridad no sólo implica preservar la vida de la población, sino ofrecerle todas las posibilidades para su desarrollo y felicidad.
Sin gobierno, dominarán las pasiones, la guerra, el miedo, la pobreza, el abandono, la soledad, la barbarie, la ignorancia, la crueldad; con el gobierno, las cosas que dominan son la razón, la paz, la seguridad, la prosperidad, la decencia, la convivencia, la elegancia, las ciencias y la benevolencia (Hobbes, Thomas. De Cive. Alianza Editorial. Madrid 2000, p 174).
La existencia del gobierno y de la clase gobernante es una necesidad imperiosa para la conservación de todo orden social, sólo los anarquistas piensan lo contrario; los demócratas, en cambio, sostienen que los idóneo es la existencia de gobiernos que sean respaldados por la mayoría del pueblo; se exige mayoría puesto que la democracia implica el respeto a las minorías.
Si la existencia de los gobiernos y de los gobernantes es un hecho irremediable e inexorable, es justo exigir que por lo menos sean responsables de sus actos, capaces para desempeñar el cargo, justos en el desempeño del mismo, orientarse por la razón y no por los dogmas, conducirse por principios humanitarios y sobre todo, cuidar de la existencia del propio gobierno y de la posibilidad de ser obedecidos, sin en cualquier género de Estado suprimís la obediencia (y por consiguiente, la concordia del pueblo), no solamente dejará de florecer sino que en poco tiempo quedará deshecho (Hobbes, Thomas. Leviatán. Editorial F.C.E. México, 2001 p. 278).
Pobre de aquel gobierno que ya no es capaz de hacerse obedecer, en este caso, ya hay crisis de gobierno o crisis de autoridad. Todo gobernante inteligente deberá de evitar llegar a estos extremos. Tampoco un exceso de gobierno es saludable para cualquier población. Estos gobiernos excesivos se les conocen como tiranos o totalitarios.
El problema fundamental de toda clase gobernante será evitar ser encantados por la dulzura del poder, pues la búsqueda de gloria y poder sólo se acaba con la muerte. A los gobernantes no les queda más remedio que amarrarse en un mástil, taparse con cera los oídos, tal como lo hizo Ulises de la Odisea de Homero, para resistirse al dulce encanto de las sirenas del poder. Por el contrario, aquellos gobernantes que son seducidos por estos encantos, vale la pena deponerlos, desobedecerlos o resistirse a su voluntad, pues ya no son autoridad, por el bien del pueblo.