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Tareas de Claudia sin AMLO: economía y Casa Blanca
Oaxaca, Oax. 19 de mayo de 2013 (Quadratín).- Es evidente que los hombres son desiguales en lo físico y en el talento, esta es una condición natural, también los hombres en la naturaleza tienen una igualdad natural por llamarle de alguna manera; estas dos realidades son modificadas o confirmadas por el hecho de la asociación, así, la igualdad natural se transforma en una igualdad moral y legitima y a la desigualdad física que la naturaleza había establecido entre los hombres, los cuáles pudiendo ser desiguales en fuerza o en talento, vienen a hacer todos iguales por convención y derecho (Rousseau, Juan Jacobo. El Contrato Social, editorial Porrúa. México 1979. p. 13).
A diferencia de los demás animales, el hombre es un ser naturalmente débil y frágil, sólo en asociación es posible superar su congénita debilidad y fragilidad, esto es un hecho por demás político, porque adquiere poder sobre las demás especies.
Es evidente también que la igualdad que se logra en la asociación política, sólo es posible con buenos gobiernos, pues de lo contario, la asociación beneficiaría a los poderosos, así, al pobre se le mantiene en la miseria y al rico en su usurpación. Todo mal gobierno es una usurpación, pues es la negación de lo positivo de la asociación. Todo mal gobierno no tiene legitimidad. El estado social no es ventajoso a los hombres sino en tanto que todos ellos poseen algo y ninguno demasiado (Rousseau, Juan Jacobo, ob.cit. p. 14). La asociación garantiza, por tanto, la igualdad de condiciones, siempre en cuando, se tenga un buen gobierno.
Todo gobierno que no se sustente en el contenido natural de la asociación, que es la confirmación de la igualdad en condiciones, no es un gobierno propiamente dicho, sino que es una dominación. Gobernar es regir y conducir, mientras que dominar es oprimir, es maniatar, por decir lo menos.
Es indudable que los hombres tienen intereses divergentes, sin embargo, es necesario que haya conformidad con esos intereses divergentes, así el interés común no es algo diferente a los intereses divergentes sino su posibilidad de existencia sin llegar a destruir a la asociación. La divergencia nace necesariamente de la particularidad de los individuos. El interés común es precisamente el interés de la conservación de la individualidad. Esta tesis desmiente a todos aquellos teóricos que ven en lo colectivo un peligro para la individualidad.
Si la asociación es la posibilidad de la conservación del interés común, garantizado por la voluntad general, no puede ser contrario a los intereses privados. ¿Qué es lo común que vincula los intereses? Es precisamente la preservación del interés individual que sólo es posible en asociación, de aquí la afirmación de Rousseau: lo que hay de común en esos intereses es lo que constituye el vínculo social, porque si no hubiera un punto en el que todos concordasen, ninguna sociedad podría existir (Rousseau, Juan Jacobo, ob.cit. p. 14).
El punto de concordancia son precisamente los intereses particulares que en la asociación se vuelven comunes. Tal es el caso de la propiedad que sólo en asociación tiene garantía de preservación. ¿Cuáles serían los intereses que no pueden formar parte del interés común? Necesariamente los que no se refieren al hombre sino a otros, tal como los que derivan de la bestia. Cuando en la asociación aparecen los caracteres de la bestia la asociación peligra. El nazismo, el fascismo, el totalitarismo, así como la dictadura del mercado no son más que expresiones de la aparición de lo bestial del hombre.
La asociación, por tanto, es fundamental para la preservación del hombre. El poder que nace de ella, que es la voluntad general, no puede enajenarse en lo concreto, en una persona o en otra voluntad general. Se entiende pues, que el poder de la soberanía será siempre el colectivo, por esa razón ningún Presidente, ningún Congreso puede ser soberano. Por eso, la voluntad, que es lo colectivo, no es posible enajenarla, su poder sólo se pude transmitir.
Nadie es dueño de la voluntad colectiva, pues al momento que suceda, esa voluntad general desaparece. Mientras que la voluntad general no se oponga a los gobernantes, estos tienen la legitimidad del ejercicio del poder. Si la soberanía es indivisible e inenajenable, los políticos la dividen en sus fines y objeto. La división es un acto particular y no un acto soberano. Los políticos la dividen: en fuerza y voluntad, en Poder Legislativo y en Poder Ejecutivo, así como en derechos de impuestos de justicia y de guerra; en administración interior y en poder de contratar con el extranjero, confundiendo tan pronto estas partes como tan pronto separándolas. Hacen del soberano un ser fantástico formado de piezas relacionadas, como si compusiesen un hombre con miembros de diferentes cuerpos, teniendo los ojos y las piernas de otro (Rousseau, Juan Jacobo, ob.cit. p. 14 y 15).
En los actos de soberanía es importante distinguir la ley de su aplicación. La aplicación de una ley no es un acto soberano sino una emanación de la soberanía. La aplicación de la ley le corresponde a los gobernantes, su elaboración a la soberanía. La asociación (que es política por antonomasia) y su expresión: la voluntad general, que es soberana de por sí, siempre será recta y tiende constantemente a la autoridad pública, nos recuerda Rousseau. Sin embargo, las deliberaciones del pueblo no siempre serán en el ámbito de la rectitud.
Si el pueblo no tiene siempre la misma rectitud se debe a que no siempre comprende su bien y provecho. Al pueblo no se le puede corromper, pues sólo se corrompen los políticos. Pero al pueblo si se le puede engañar, un pueblo engañado puede cambiar la rectitud por la maldad. La potencia que nace de la asociación que se manifiesta como voluntad general y bajo la expresión objetiva, como Estado, está al mando del pueblo que lo deposita, precisamente en el Estado, ante el engaño o ante un mal uso de esa potencia, por tanto, se puede expresar la maldad.
El tema de la maldad en los regímenes políticos es importante porque puede explicar las desviaciones de la asociación. La maldad se podría expresar, en primer lugar, como autoflagelación, aceptar su sumisión ante malos gobernantes, ser pasivo ante los abusos de poder de la autoridad y sobre todo, aceptar, sin más, ser conducido al precipicio de la historia. Si no existiera la maldad en los regímenes políticos, no se puede explicar el exterminio del hombre por el propio hombre.