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Periodismo bajo asedio
OAXACA, Oax. 14 de octubre de 2014.- Es indudable que existe una tendencia a unificar los principales criterios para la realización de un buen gobierno. La forma democrática ha ganado terreno en ello. Este proceso unificador responde a una ley de la naturaleza de las cosas, no la podemos evitar. Esta fuerza natural sujeta y orilla a las diversas formas de gobierno de los hombres a adoptar una sola, es la ley del universo; los propios hombres, a pesar de una voluntad que fuese en contrario, no lo podrán evitar.
Las maneras o modos de gobierno de los hombres responden también a las leyes de la naturaleza, no porque sea natural, sino porque es un proceso que obedece a las leyes de la naturaleza en lo más general. Si se preguntase el porqué, sólo habría una respuesta: la humanidad. La conceptualización de la humanidad es el gran paso que ha dado el hombre para la construcción de una historia universal, por ende, de un proceso unificador. Tampoco debemos olvidar que existen y existirán procesos con sus ritmos y momentos, sin embargo, todos estos procesos tienden o tenderán hacia la unidad.
Tampoco es dable desconocer que en el proceso humanitario existen también tiempos, ritmos, ciclos y experiencias que enriquecen el proceso unificador. Así, en los últimos tiempos el régimen democrático, se ha enriquecido por las demandas de las multiculturalidades y los derechos a la autonomía. Con la humanización se crea el bien del ser asociado, pero también sus opuestos, que le otorgan nuevos significados.
Ni dudarlo, existe una ignorancia primitiva de la humanidad que deriva de los secretos y diseños de la naturaleza, es labor del científico de la política descubrir esos secretos y diseños para saber de esa ignorancia primitiva y así modificar el curso de las cosas de la política. Esta ignorancia primitiva es en sí la gran amenaza que se cierne sobre los principios del buen gobierno que ha logrado la humanidad. La gran amenaza será siempre la tiranía de uno, de los pocos o de los muchos.
Los científicos de la política deberán de descubrir las leyes de la política que conducen al buen gobierno, es decir, bueno en el sentido de ser eficaz en la consecución de la felicidad humana. Discernir sus leyes y conquistar los tiempos es una tarea que requiere de la comprensión. Se necesita de un nuevo mirar para escudriñar la ignorancia que subyace en los gobiernos, asimismo, se necesita de un nuevo lenguaje que nos ayude a explicar los complejos procesos gubernamentales y darles sentido para el bien del hombre. En caso contrario, existe el real peligro que el fenómeno burocrático se convierta como el modo imperante de hacer gobierno, pues no es más que una expresión más de la tiranía de los pocos.
Mediante el descubrimiento de la ignorancia primitiva permitirá la creación de una nueva esperanza: la revelación de los posibles futuros humanos. A manera de ejemplo, el profesor Wolin ha llegado a conclusiones poco esperanzadoras sobre el futuro de la democracia al afirmar: “En su estructura, ideología y relaciones humanas, el capitalismo estaba produciendo seres humanos incapacitados para la ciudadanía democrática: interesados en sí mismos, explotadores, competitivos, en busca de la desigualdades, temerosos de la movilidad descendente… En los términos presentados, claramente la democracia podría sobrevivir de manera arcaica, pero sólo si sirve a las necesidades del capital” (Wolin, Sheldon. Política y Perspectiva. Edit. FCE. México, 2012, p. 776-778).
Descubrir las fuentes primeras del buen gobierno, de sus logros y de la manera que son impulsados sus buenos principios, así como de sus tendencias, incluso el fin de esas tendencias, debe ser tarea del científico político. Los primeros pensadores le llamaron “polis” la unidad básica de la asociación política y ciudadanos a su componente fundamental.
Descubrieron que el clan o la tribu no potenciaban al hombre asociado. La polis fue la creación humana para que el hombre pudiese potenciarse así mismo, esta creación no vino de la nada, surgió de esa imperiosa necesidad de la autocreación humana. Esta maravillosa creación del hombre, no explicado por sus propios creadores, tuvo que ser envuelto en mitos, leyendas e historias que confortaran a gobernantes y ciudadanos.
No se puede desconocer que la ignorancia y por consecuencia de sus mitos, ofrece oscuridad y limitaciones en el saber de las cosas. Envuelto en los mismos, se puede sostener que los antiguos eran esclavos de sus creencias.
La unidad básica de gobierno es, sin duda alguna, la asociación política, el hombre asociado políticamente. Esta asociación, como todo hecho natural y social, se niega a morir, por ello tiene una enorme capacidad de renovación, de nutrirse y para protegerse de los peligros. Si se pone atención a la historia, la evolución es un hecho inexorable cuando hay capacidad de renovación. El deseo de sobrevivencia marca la naturaleza de la evolución. Pero si además entendemos que todo fluye, que nada estático, ninguna locura humana puede alterar el hecho de la asociación, de su desarrollo, de su perfeccionamiento. Tan sólo habría que recordar que el hombre siempre buscará su propio perfeccionamiento, esa es su naturaleza, que habrá errores, no se podrá evitar. Que tales errores son producto del intelecto humano, que crea sus propias dificultades, sea por no emplear métodos adecuados, sobrios y juiciosos de investigación, es algo entendible.
Gobernantes y científicos políticos deberán prestar atención el sonido del enjambre social para después entender lo que pasa, es un requerimiento ético, ni duda cabe. La ignorancia de los gobernantes es la principal causa de los males sociales en el mundo moderno, antiguamente, esta condición no era tan fundamental a pesar de las teorías platónicas sobre el gobierno de los filósofos, bastaba ser diestro en el arte de la guerra. El gobernante prudente deberá de aprender de todos, de ese ruido del enjambre social, reconocer su intensidad, su mensaje, su alcance y sobre todo, de sus consecuencias. El gobernante prudente no se cierra al conocimiento social, por el contrario, abre las puertas de sus ojos y de su mente para aprender de todos los hombres, abrir la mente hacia todos hace diferente a los regímenes, por ejemplo, Montaigne relata con excelencia la diferencia entre Atenas y Esparta: “Dícese que a otras ciudades de Grecia se iba a buscar retóricos, pintores y músicos, mientras a Esparta se acudía a buscar legisladores, magistrados y caudillos. En Atenas se aprendía a hablar bien y en Esparta a obrar bien; allí a desenredarse de un argumento sofístico, y aquí a desenredarse de los incentivos de la voluptuosidad y a resistir con valor lo embates de la fortuna y la muerte; allí se corría tras las palabras, y aquí tras de las cosas; allí había continuo ejercicio de la lengua, y aquí un continuo ejercicio del alma” (Montaigne. Ensayos Completos. Edit. Porrúa, México, 2011, p. 101).
Aquellos gobernantes que afirman que lo saben todo y no quieren aprender más son unos tontos, hay algunos que se esfuerzan en aprender, incluso sin saber nada, esos son buenos gobernantes, la clave está en comprender el sonido del enjambre social.