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Mtro. Luis Antonio Ramírez Pineda*
Oaxaca, Oax., 10 de octubre de 2011.- Hoy en día, los partidos políticos viven una paradoja difícil de superar.
Por un lado, no podemos concebir la democracia sin el concurso de los partidos. Al menos, no una democracia moderna y representativa.
Pero al mismo tiempo, todos estaremos de acuerdo en que los partidos políticos están en crisis, que se encuentran cada vez más alejados de la sociedad, que han tenido un desempeño pobre y criticable. La ciudadanía está cansada de ellos, les tiene desconfianza, y los reprueba. Un claro ejemplo es que, en nuestro país, los partidos aparecen como una de las instituciones peor valoradas, solo por encima de la policía.
En pocas palabras, la crisis de los partidos políticos es una realidad; y el hartazgo de los ciudadanos hacia los partidos es un signo de nuestro tiempo.
El día de hoy quiero ahondar en ello, en la crisis de los partidos políticos, en el sustento de esta idea y, sobre todo, en lo que considero una posible respuesta. Abordaré el tema desde un punto de vista político, pero no partidista; ciudadano, pero sin querer monopolizar la idea de sociedad civil, que es hoy día como ha sido siempre; compleja y heterogénea, formada por múltiples voces que difícilmente pueden ser reducidas a una, sin importar cuánto empeño pongan algunos en hacerlo.
Espero que esta reflexión nos ayude a todos a tener una idea clara para hacer frente a esta situación que, como toda crisis, podrá tener consecuencias buenas o malas, dependiendo de cómo la afrontemos: podrá servir para impulsar el crecimiento de nuestra democracia y de nosotros como ciudadanos, o dañar nuestro régimen, que tanto esfuerzo y tiempo nos ha tomado construir.
Para comenzar, ¿qué es un partido político? Definir estrictamente lo que son estas organizaciones es una tarea difícil. Y la razón es sencilla; son organizaciones que se han transformado, que han cambiado mucho a través del tiempo y que varían de un país a otro.
No es lo mismo un partido como los que surgieron cuando el derecho al voto era exclusivo para los varones con más poder económico, que un partido obrero con énfasis en la ideología y en la burocracia; y tampoco es lo mismo un partido obrero de principios del siglo XX, que un partido electoralista y desideologizado como son los que predominan en nuestro tiempo. No. Los partidos han cambiado, y mucho.
De entre las decenas de definiciones, la que me parece la más adecuada es la de un profesor italiano, Angelo Panebianco, que define a los partidos políticos de la siguiente manera: un partido es un grupo organizado orientado hacia objetivos políticos, que busca, mediante su acción, mantener el statu quo o cambiar las condiciones sociales y económicas existentes, por medio de la conquista o el mantenimiento del poder.
Pero a esta definición le falta algo. Le hace falta decir cómo se conquista o se mantiene el poder. Pues bien, en democracia, los partidos políticos conquistan o se mantienen en el poder solo por medio de las elecciones. Es la única vía democrática y pacífica para hacerlo. Esa es la definición de lo que es un partido político.
Les he dicho que los partidos son esenciales para la democracia, pero no les dije la razón. Lo son porque, idealmente, deben cumplir una serie de funciones que son de vital importancia. Subrayo la palabra idealmente, porque es precisamente el incumplimiento de estas funciones lo que ha provocado la crisis de los partidos.
¿Y cuáles son estas funciones tan importantes? Pues bien, los partidos políticos deberían garantizar la competencia pacífica por el poder; deberían expresar, representar y canalizar los intereses y demandas de los diferentes sectores de la población, agregándolos en torno a ideologías y programas; deberían formar las élites gobernantes del sistema y presentar buenos candidatos a puestos de elección popular, deberían educar a la población en los valores democráticos y movilizar la opinión pública; y finalmente, deberían servir para dar estabilidad y legitimidad a nuestro régimen.
En pocas palabras, los partidos deben ser los mediadores entre la Sociedad y el Estado, los intermediarios para alcanzar las soluciones a nuestros problemas colectivos. Pero actualmente pareciera que no lo son.
Ahora bien, aterricemos la discusión al caso particular de nuestro país. ¿Qué ha pasado con los partidos en los últimos años? ¿En qué consiste eso que llamamos crisis de los partidos políticos? Más que los ciudadanos, fueron los partidos políticos los grandes beneficiarios de la alternancia en el gobierno federal.
De ser organizaciones más o menos marginales, los partidos se han apoderado de todo el escenario de lo político: pretenden monopolizar toda la esfera de lo público, como si los ciudadanos o la sociedad civil no pudiéramos hacer política o interesarnos en la cosa pública.
El espacio público se encuentra secuestrado, no solo por los partidos, sino por los poderes encima de ellos, eso que hemos venido llamando poderes fácticos, y que están ahí sin haber sido electos, sin responder a ninguna rendición de cuentas y actuando en su exclusivo beneficio.
No me estoy contradiciendo: sigo pensando que el papel de los partidos políticos en una democracia representativa es fundamental.
Lo que ocurre, y aquí está el problema, es que parece que en el México actual lo político y lo público se reducen a las elecciones y a la acción de los partidos
pero no es así. No es así, porque política es todo lo que se ocupa de los asuntos colectivos, política es lo que estamos haciendo ahora mismo, y no solo lo que hacen los partidos.
Los grandes tenedores de dinero, el duopolio televisivo, grupos políticos como los sindicatos, las empresas transnacionales, etc.
Volveré a esto al final de mi intervención.
Es cierto que ahora existe una pluralidad partidista. Los electores tienen distintas opciones a la hora de ir a votar, y eso hay que celebrarlo. Sin embargo, también es cierto que la pluralidad es más real en las plataformas electorales y en las declaraciones de principios que en la forma de gobernar. Está, casi siempre, en el papel y no en la práctica, y la mayoría de los partidos contribuye en la degradación de nuestra democracia.
Una degradación lamentable provocada en buena medida por la acción de dirigencias partidistas, más interesadas en utilizar a los partidos para saciar sus intereses particulares o de grupo que en resolver los grandes problemas nacionales.
La pérdida de ética, el olvido de valores y principios de los líderes partidistas en los últimos años, ha hecho que los partidos, instrumentos por excelencia para la participación política, provoquen cada vez más desconfianza, y se conviertan en una más de las causas del desánimo generalizado de la ciudadanía.
Por ello es que la calidad de nuestra vida política se ha empobrecido de forma grave en varios aspectos relacionados con los partidos.
Permítanme hablarles de cuatro de ellos que me parecen los más importantes:
Sostengo que el primer punto en el que se manifiesta la actual crisis de los partidos es en su propia vida interna.
Los partidos políticos, que deberían ser escuelas de democracia, que deberían aplicar la democracia desde casa, se encuentran ellos mismos secuestrados. Secuestrados por cúpulas o burbujas, por dirigencias que se eternizan e impiden la renovación generacional.
La democracia interna brilla por su ausencia y se actualiza la ley de hierro de la oligarquía, que predijo el sociólogo Robert Michels hace casi un siglo, cuando sentenció que todas las organizaciones tenderán a ser controladas por unos cuantos. Es un reto que tienen desde hace años los partidos y que no han sabido afrontar.
En la mayoría de los partidos de nuestro país, los políticos con verdadera vocación de servicio público son dejados de lado y los militantes pierden importancia. Ahora los protagonistas son esos nuevos personajes que buscan acceder a cargos que les permitan solamente ver por su interés personal o de grupo. Una tendencia que convierte al partido en un instrumento para el enriquecimiento fácil y rápido, en lugar de una vocación de servicio en aras del bien común.
De forma parecida, la selección de los candidatos ha hecho de nuestra democracia un gobierno de los peores. Abundan personajes sin autoridad moral ni ética, algunos de ellos verdaderos prófugos de la opinión pública, cuyos turbios manejos son encubiertos por sus partidos.
Esto es posible porque los partidos políticos se alejan de sus propios principios, porque ya no abanderan ideologías, ni respetan sus códigos de ética. Lo que prima es el pragmatismo, y el ganar elecciones cueste lo que cueste.
La segunda manifestación de esta crisis partidista la vemos en la relación que tienen con nosotros, con los electores y la ciudadanía. Desde la alternancia, México ha vivido un constante vaivén de preferencias electorales, las elecciones se han convertido en ruedas de la fortuna donde se manifiesta el desencanto, la desafección, y la desconfianza de los ciudadanos.
Los partidos, que deberían ser vasos comunicantes entre el Estado y la sociedad, se han ido alejando de esta última a pasos agigantados. Ahora parecen agentes del Estado, dependientes como son de las fortunas que reciben como financiamiento público.
Incapacitados como están para articular sus intereses con los de la sociedad, desinteresados en las verdaderas demandas de los ciudadanos, e incumpliendo una y otra vez sus promesas electorales, a nadie puede extrañar que la desconfianza en ellos se haga cada día más grande.
¿En qué se manifiesta esa desconfianza creciente? cada elección, desde la local hasta la presidencial: anulación del voto, volatilidad del sufragio, y un preocupante abstencionismo. Es decir, una muy baja participación ciudadana. Una muestra es que en la más reciente Encuesta Nacional de Cultura Política (ENCUP) aplicada por la Secretaría de Gobernación en 2010, el 60 por ciento de los ciudadanos dijo tener poco o ningún interés en la política.
Otro rasgo especialmente preocupante que muestra cómo se ha corrompido la relación de los partidos con los ciudadanos es la práctica de intercambiar dádivas por apoyo electoral. En lugar de construir ciudadanía, los partidos se han aprovechado de esta vieja práctica. Se sigue condicionando a los más pobres a exigir una compensación por ir a un mitin, por dar su voto, por escuchar a un candidato. Pero también ocurre en el caso de los más ricos, quienes obtienen canonjías y concesiones a cambio de dar apoyo económico a tal o cual candidato.
La tercera vertiente de la crisis, y una que causa especial enojo entre los ciudadanos, es la relación entre los partidos políticos.
Se ha dicho hasta el cansancio que la parálisis legislativa que vive nuestro país, no solo en las reformas más importantes sino en el trabajo cotidiano, se debe a una situación que vivimos por primera vez con la alternancia, el que el Presidente y la mayoría en las Cámaras sean de partidos políticos distintos. Esto es falso. Es verdad que en nuestro país esta situación es nueva e inédita, pero en cualquier democracia avanzada este hecho es de lo más normal. En países desarrollados ocurre a menudo, y ninguno vive parálisis como la nuestra.
La realidad es que si existe parálisis en nuestra vida política es simplemente porque los partidos no han sido capaces de ponerse de acuerdo, de anteponer el interés nacional a sus intereses de grupo en las negociaciones. El problema es que no tienen incentivos para hacerlo. Nada los obliga a llegar a acuerdos, si no lo hacen no pasa nada, y reformas de fundamental importancia permanecen por largas temporadas en el congelador. Y por ello crecen el hartazgo ciudadano, el sentimiento de que todos los políticos son iguales.
Finalmente, el cuarto y último de los elementos de la crisis de los partidos sobre el que quiero hablarles es su faceta comunicativa. Las campañas políticas actuales parecen más una competencia de publicidad que un verdadero debate de propuestas, y lo que vende es la vaciedad de los mensajes.
La brevedad de las propias campañas, la inmediatez de las comunicaciones actuales, y la apatía de una ciudadanía que es reacia a participar en foros deliberativos, obligan a los partidos a depender de medios electrónicos como la televisión, y a presentar candidatos más como figuras o productos que como portadores de ideas.
Entramos de lleno a la videopolítica, que acaba por hacer que las ofertas electorales se creen a partir de las realidades que construye la televisión. Se sigue la lógica de la publicidad y la mercadotécnica, es decir, la política de imágenes, del spot sin contenido.
A nadie debe sorprender entonces que una reciente investigación (de 2009) del profesor del ITAM Alejandro Moreno arroje como resultado que un 75% de la población tenga poca o ninguna confianza en los partidos, o que casi el 50% piense ya que los partidos no son necesarios para una democracia.
Pero hay más: lo verdaderamente grave de la crisis de los partidos es que va de la mano con el creciente cuestionamiento de la propia democracia. En lugar de legitimarla, como es su función, su crisis la pone en entredicho.
De acuerdo con la ENCUP6 de 2010, la mitad de los mexicanos cree que en México no vivimos en democracia. Uno de cada tres ciudadanos piensa que aunque estamos en democracia, esta es insatisfactoria. Y según el Latinobarómetro7 de 2010, los mexicanos que declaran que la democracia es el sistema político preferible sobre todos los demás no llegan a la mitad de la población: tan solo son el 45%. Es así que la democracia se encuentra cada vez más cuestionada, no habiendo satisfecho las grandes expectativas que despertó.
Gobiernos y partidos políticos están siendo rebasados: ya no pueden satisfacer las exigencias ciudadanas, ni responden a los grandes desafíos que se les presentan. El riesgo que ahora tenemos es que, al poner en entredicho para qué sirven los partidos, para qué sirve la democracia, algunas propuestas que pretenden sustituirlos se acercan peligrosamente hacia el autoritarismo. Pero esa es una salida en falso.
Para hallar la respuesta a la crisis de los partidos, hay que mirar a la sociedad civil, a la ciudadanía organizada, por medio de actos como el que nos reúne hoy.
Creo que la respuesta, lo que necesitamos para salir de esta crisis de nuestros partidos y nuestra democracia, no es menos política, porque el punto cero de la política es una dictadura. Lo que necesitamos es más y mejor política. Una política limpia, nueva y redignificada.
Política ciudadanizada, política desde la sociedad civil. Porque hay que tenerlo claro, a pesar de que nos movamos en la sociedad civil, nuestra labor es política. Actualmente los ciudadanos organizados hacen política, y tienen su agenda: ya no actúan como antes, solo de forma reactiva ante el Estado y los partidos políticos. Proponen cambios y hacen una política diferente a la tradicional, porque de eso se trata, de ensayar caminos nuevos ante el agotamiento de las viejas formas, de los viejos modelos.
No se trata de una mera ocurrencia. En todo el mundo, los movimientos ciudadanos están cobrando un papel protagónico. Son ellos quienes están forzando los cambios. Solo hace falta mirar la televisión o abrir un periódico para darnos cuenta de lo que pasa en el mundo árabe, en Europa, o en la propia Latinoamérica. En estos momentos, mujeres, hombres, y especialmente los jóvenes como ustedes, quieren y luchan por un cambio. El verbo cambiar se conjuga en presente y no en futuro.
¿Y por qué la sociedad civil está tomando la iniciativa? La respuesta es sencilla, porque sus gobiernos y sus partidos políticos han perdido el rumbo y nos han cerrado los espacios. Porque los ciudadanos quieren construirse un destino nuevo, una vida basada en los valores de libertad, justicia, honestidad, y solidaridad, y la experiencia está mostrando que el instrumento por excelencia para hacerlo posible es la participación ciudadana.
Por ello asumen responsabilidades y sacrificios, por eso se organizan y buscan nuevos paradigmas que no sean los del mercado que fomenta la desigualdad y la concentración del ingreso en pocas manos; ni los de la política convertida en sinónimo de corrupción y de clientelismo.
Las agrupaciones políticas nacionales están cobrando una innegable importancia, pues son representantes de las demandas de grupos que optan por expresar así su descontento, y porque cumplen una función como proponentes y catalizadoras del cambio social. Ahí es donde nosotros debemos ser protagonistas.
La situación de crisis política y económica, como ustedes saben, es delicada y necesita reconducirse. Por ello, es que debemos ser conscientes de que enfrentar este desafío vale la pena.
Por ello es que ustedes, como universitarios y futuros profesionistas, deben intervenir en política, organizarse y participar. Mostrar unidad y compromiso. Algunos ya lo estamos haciendo: los hombres y mujeres que formamos el Movimiento de Expresión Política tenemos la convicción de que la transformación de nuestra realidad no se puede lograr desde la comodidad del silencio, sino en la tribuna del debate; en los espacios del estudio y la reflexión; en las trincheras del activismo político.
Por eso es que aceptamos gustosos su invitación a este recinto universitario. Reunirnos hoy aquí, informarnos, discutir ideas, es el primer paso para hacerle frente. No es un tema menor. Abrir los ojos sobre cuál debe ser nuestro papel como ciudadanos es ya una importante ganancia.
¿Cuál es el siguiente paso? ¿Cuáles han de ser nuestras acciones para coadyuvar a la resolución de la crisis de los partidos, de la democracia, de la política? Desde el MOEP queremos proponerles dos tareas fundamentales:
La primera es la de vigilar y fiscalizar las acciones de los partidos políticos, de nuestros representantes, y del gobierno. Una denuncia y una exigencia activas. Debemos presionar para que los servidores públicos rindan cuentas, para que informen, para que transparenten el ejercicio de los recursos públicos; para que sean honestos y expliquen la razón de sus acciones, que siempre deben buscar el bienestar general.
A los partidos políticos debemos exigirles especialmente que elijan a candidatos que, además de estar bien preparados, cuenten con autoridad moral, que los candidatos elegidos tengan una ética probada y una verdadera vocación de servicio; que no sean políticos cuyo nombre e imagen estén vinculados con la corrupción, con manejos turbios u opacos, con el escándalo permanente. En pocas palabras, debemos exigir a los partidos políticos que no conviertan nuestra democracia en un gobierno de los peores, sino que sus candidatos sean en verdad representantes populares dignos de tal nombre, hombres de Estado, servidores públicos. Candidatos que conviertan a la política en una fuente de soluciones, y no de problemas.
Asimismo, debemos exigir que los partidos empiecen por poner en práctica la democracia desde casa: que sus mecanismos de selección de candidatos sean transparentes y democráticos, que se posibilite el relevo generacional y que las dirigencias no se eternicen en el poder.
Que den lugar a caras nuevas, que circulen los liderazgos, que el militante universitario o trabajador, campesino o empresario tenga a su alcance llegar a un cargo de responsabilidad.
La segunda tarea fundamental que tenemos es el rescate de los valores y los principios éticos en la política. Valores cuya recuperación es esencial y cuya pérdida explica, en buena medida, la crisis que atraviesa nuestra democracia, la degradación de que es objeto la política.
Por eso es vital volver a poner en el centro de nuestra vida pública los valores de la honestidad, la lealtad, la justicia, la responsabilidad, el respeto y la solidaridad.
Debemos desterrar de la vida pública mexicana y oaxaqueña a la corrupción y la mentira, al egoísmo y la codicia, al autoritarismo y la violencia, al conformismo y la negligencia. Debemos dignificar el espacio público y la política. Debemos re-dignificarla.
Para hacerlo debemos exigir a los partidos que abandonen el pragmatismo que actualmente prima, que abandonen la búsqueda del poder por el poder; que recuperen su ideología, sus principios; que nos convenzan, con propuestas viables y realistas, de para qué quieren gobernar.
Vigilar y fiscalizar la acción de los partidos, y recatar valores para dignificar la política. Esas son las tareas fundamentales que tenemos como sociedad civil y que les propongo para avanzar en la resolución de esta crisis.
Quiero terminar mi intervención con una cuestión clave, que debe quedar bien clara; y es, que los ciudadanos son los dueños de la democracia, y es en nosotros donde está la respuesta a la crisis política, de los partidos y de nuestra democracia.
Nosotros, los ciudadanos, tenemos que trabajar para crear una sociedad civil más comprometida. Debemos darnos cuenta que tenemos que ser nosotros mismos los que tenemos que ir creando un compromiso común para impulsar el cambio, para mejorar nuestra sociedad, especialmente en momentos de crisis como los actuales.
Hoy también vengo a invitarlos a eso. A participar en política; a fortalecer nuestro decisiones del poder; para exigir cambios en las estrategias de los partidos políticos; para levantarnos en una actividad creativa, no sólo cuestionadora, ante acontecimientos que reclaman nuestra participación.
Jóvenes universitarios
Los partidos políticos seguirán existiendo. También la política desde la sociedad civil. Y no hay que ver esto como una disyuntiva, como un conflicto, sino como una oportunidad. Ambos somos militantes de la democracia, unos y otros debemos trabajar en conjunto para sacarla adelante. Al fin y al cabo, lo que deja claro esta convivencia entre partidos y sociedad civil es que la política no es solo lo electoral, que la política no es patrimonio exclusivo de los políticos profesionales.
La política, como he dicho, es cosa de los ciudadanos. No lo olviden: nosotros somos los únicos dueños de la democracia.
Muchas gracias.