Mantiene SSPO activo el Plan de Apoyo a la Población en el Istmo
SAN FRANCISCO DEL MAR, Oax. 26 de septiembre de 2015.- “Sáquenme de aquí, no aguanto más”, escribió Edgar a sus compañeros que lo auxiliaban en la Clínica Santa Cristina de Iguala. Pasada la una de la madrugada, la sangre en su boca lo ahogaba. Le impedía hablar.
Intentó mantenerse despierto, siguiendo de su padre. Por teléfono le pidió no dormirse. Resistía.
Mientras se resguardaba en el segundo piso de la clínica, una patrulla del 27avo Batallón del Ejército con sede en Iguala llegó hasta el refugio provisional.
Edgar sintió alivio. Se creyó salvado.
“En ese momento se creó un alivio para mí, como que había llegado ayuda, pero… uno de mis compañeros dijo que hay un herido, pero tuve que bajar igual. Me senté en un sillón y otro compañero me estaba auxiliando”, narra en el informe que presentó el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), convocado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
No fue la ayuda esperada. La lluvia de regaños comenzó desde que llegó el comandante que encabezó ese día a los militares:
“Empezaron a agredirnos verbalmente, groserías, como si nosotros tuviéramos la culpa… Aguántese porque ustedes se lo buscaron. Se creían chingones. Afuera hay dos compañeros suyos muertos. Ya no presté más atención”, indica Edgar en el “Informe Ayotzinapa. Investigación y primeras conclusiones de las desapariciones y homicidios de los normalistas de Ayotzinapa” del GIEI.
“Tengan los huevos suficientes”, “Se toparon con la mera verga”, “Así como tiene huevos para andar haciendo sus desmadres, así tengan los huevos suficientes para enfrentarse a esa gente”, eran las expresiones de los militares a los estudiantes y al herido.
El reporte da fe que el alumno Edgar Andrés Vargas, originario de Oaxaca, fue herido alrededor de las 0:30 horas del 27 de septiembre en el segundo ataque a estudiantes en Iguala, Guerrero.
Durante la presencia de los militares no recibió ayuda médica ni llegó alguna ambulancia para auxiliarlo. Se desangró.
Edgar se enteró del primer ataque a los estudiantes a las 22:00 horas del 26 de septiembre de 2015. Se organizó junto con sus compañeros y partió de la normal con ellos en dos camionetas.
Llegó alrededor de las 23:00 horas a la calle Juan N. Álvarez con Periférico Norte, escenario del primer ataque y en donde se localizaban tres de los autobuses baleados.
Cuando se realizaba una conferencia de normalistas en el lugar para denunciar lo sucedido, se produjo el segundo ataque.
“Nomás alcancé a ver a unos hombres de negro, 2 o 3, pero se me hizo raro porque no traían logotipo de gobierno, yo vi a uno que traía chaleco antibalas, capucha, botas, guantes, playera negra. Otro llevaba sudadera negra, guantes, capucha, chaleco. Me tocó ver cómo uno se tira al piso, otro se hinca y otro parado”, relata al GIEI un testigo identificado con las iniciales GA.
Edgar dio cuenta de lo que sucedió antes de recibir el balazo.
“Alcancé a ver de dónde salían los disparos, la silueta de dos personas. No vi más. Estaban disparando sin parar, cesaron cuando cambiaron de cartucho o cargaron el arma. Yo seguí arrastrándome como pude. Luego me paré y me puse de pie, con mucha sangre. Fui caminando, no recuerdo ya si crucé los tres autobuses, pero varios compañeros regresaron por mí”.
El joven huave no perdió el conocimiento, cayó y se arrastró por el suelo, ensangrentado trató de llegar al camión Costa Line 2012, pero no lo logró. Sus compañeros lo protegieron y trasladaron a la clínica, localizada a unos 500 metros de donde estaban.
El herido y sus compañeros entraron como pudieron a la clínica. Las enfermeras del lugar los abandonaron, se quedaron solos hasta que 20 minutos después llegó el Ejército.
Después del regaño los militares se retiraron. Edgar permaneció un rato más con un profesor y unos compañeros hasta ser transportado con engaños en un taxi hasta el hospital. Se desmayó en el camino.
En el hospital le practicaron una gastrostomía y traqueotomía.
Despertó dos días después, sus padres ya estaban con él. Permaneció en el hospital de Iguala durante 15 días hasta que fue trasladado por la gravedad de las heridas al hospital Gea de la Ciudad de México donde estuvo 22 días más.
Las operaciones de reconstrucción de su cara y boca aún continúan a un año del ataque.
Se desestabilizó nuestro proyecto de vida: padre de Edgar
Nicolás Andrés Juan tiene 47 años y es profesor normalista desde hace más de dos décadas. Padre de cuatro hijos.
Originario de Pueblo Viejo, agencia de San Francisco del Mar en la zona huave del Istmo de Tehuantepec, hace más de dos años se opuso al gobierno priista de su pueblo y en las elecciones municipales del 2013 votó por el Partido Unidad Popular.
Caro pagó la desobediencia al cacique de Pueblo Viejo, él y seis personas más fueron expulsados de la comunidad.
Sentado en el corredor de una casa rentada en San Francisco del Mar, Nicolás Andrés reconstruye la llamada que recibió la madrugada del 27 de septiembre y el giro que dio la vida de toda la familia Andrés Vargas a partir de ese día.
“Vivimos con miedo” es lo que responde el profesor cuando se le pregunta las consecuencias de aquella noche trágica en Iguala, donde desaparecieron 43 normalistas, varios muertos y heridos, entre ellos Edgar, su hijo.
Desde hace un año, prácticamente vive solo. Su esposa y su hija menor se trasladaron a la Ciudad de México para cuidar de Edgar, su hijo mayor. También se mueve a la capital del país para ayudar a los demás miembros de la familia.
“Ha sido muy difícil. Se desestabilizó todo nuestro proyecto de vida como familia. Todo se vino abajo desde ese día. Es triste, en vez de tener a mi familia conmigo estoy solito. Aún así seguimos animados a seguir, con miedo, pero seguimos”.
Reconoce que aún le cuesta trabajo hablar del tema, a veces llora, aunque ya no se quiebra al recodar las primeras imágenes de su hijo en el hospital, los gritos de dolor y la angustia de perderlo.
El miedo lo mantiene alerta todos los días. Pensando qué día les tocará. El temor le hace reforzar su seguridad. Teme hasta del mismo gobierno que le brinda protección.
“No hemos recibido amenazas directamente, pero sabemos de otros compañeros que sí. Entonces uno siempre piensa cuándo nos va a tocar. Vivimos con temor. Estamos atemorizados. No le contestamos a desconocidos en el teléfono. Nos encerramos bien. No le abrimos la casa a extraños. Temo hasta del mismo gobierno, pues ellos saben dónde está mi hijo y mi familia”.
Edgar casi no sale del departamento, salvo cuando va al hospital a sus revisiones, cirugías, citas y curaciones.
Mantiene comunicación con sus amigos vía telefónica y está al tanto de las noticias. Cuando es mucho el aburrimiento, muy rara vez, sale algún supermercado cercano. Nicolás ya no le cree al gobierno federal.
Asegura que no dice la verdad. Ahora sólo confía en los del GIEI. Este profesor de primaria exige que se llame a declarar a los elementos del 27 Batallón del Ejército, para él, estos actuaron con gran irresponsabilidad.
“Yo insisto que se investigara a los militares, actuaron negligentemente. En vez de ayudar sólo regañaron. Dos horas sangrándose mi hijo y no lo asistieron, no lo auxiliaron”.
Nicolás Andrés reconoce que el gobierno federal ha brindado apoyo, pero éste apoyo ha sido bajo presión, no por buena voluntad, y no suficiente.
Sobre su hijo, busca la forma de convencerlo de no regresar a Guerrero, teme por su seguridad. Edgar sólo quiere terminar la carrera, ser maestro. Él, resguardar la vida de su hijo.