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Comprender al pueblo
OAXACA, Oax. 15 de febrero de 2015.- Un gran “Don” de todo buen gobernante es prestar, en todo tiempo, atención lo que dice el pueblo y entender, no con la cabeza, sino con el corazón, lo que significa. En las labores de gobierno, se quiere decir con ello, que la sabiduría, si bien debe estar en la mente, es la llave para la acción del corazón.
Se cree, normalmente, que la sabiduría consiste en el buen empleo del intelecto, sin embargo, en realidad, las acciones de gobierno que superan al intelecto siempre perduran, en caso contrario, cuando se excede en sabiduría, las obras, regularmente, no perduran.
Esta rara combinación entre la sabiduría y el corazón no es fácil de entender, pues escapa a la lógica de las cosas. Sin embargo, el gobierno es para el bien o para el mal de la población, mas no es para saber alguna verdad. El conocimiento de la realidad es un soporte para la acción del gobierno no su propósito. Por eso, la acción de todo gobierno tiene una calidad moral en todos los casos. El exceso de sabiduría de los gobernantes no corresponde a la lógica del pueblo, que es sabiduría práctica más que sabiduría abstracta.
Ejemplos de la relación entre sabiduría y el sentido bueno de las acciones de gobierno se puede observar en la siguiente clasificación: Si el gobernante es capaz de dominarse así mismo, el pueblo lo observa como un hombre muy poderoso, pero nada más. El gobernante que se siente satisfecho con sus obras, es un hombre rico en virtudes, pero nada más. Un gobernante que honra al pueblo es un gobernante honorable, pero nada más. El gobernante completo, por llamarle de alguna manera, es aquél que aprende, en todo tiempo, del pueblo y a este no se le aprende con la cabeza sino con el corazón.
Los que pretenden comprender al pueblo con la cabeza, regularmente, se exceden en el uso de la palabra, son los megalómanos, los populistas, los iluminados por esa supuesta sabiduría; son los que se exceden con obras que creen que el pueblo quiere, los de los grandes proyectos, los de los mitos, los de las grandes utopías, allí está Stalin, Franco, Mussolini, Castro, Echeverría, Chávez, por mencionar los contemporáneos. La sabiduría del buen gobernante se mide por su silencio ante la palabra del pueblo, es el que reconoce la sabiduría del que más sabe.
En el gobierno, siempre es prudente, no interrumpir la voz del pueblo y estar atento para aprender de él en todo tiempo. Siempre habrá que preguntar al pueblo lo relevante y al comunicarse con él sin rodeo alguno, siempre directo, salvo aquello, que por prudencia no deba saber aún, porque el buen gobernante debe hablar primero de lo primero. Esto es un saber práctico. Mucho después se comprende que la recompensa de los inconvenientes del gobierno está en la debida proporción de lo sufrido. A pesar de todo los inconvenientes del arte de gobernar, el buen gobernante, nunca debe de perder el buen semblante, en esto consiste el disimulo.
Se dice bien del gobernante que guarda un prudente silencio ante las adversidades, incluso ante el imaginario social, porque es su salvaguarda, pero estar muy atento ante este imaginario. “Por imaginario social entiendo algo mucho más amplio y profundo que las construcciones intelectuales que puedan elaborar las personas cuando reflexionan sobre la realidad social de un modo distanciado. Pienso más bien en el modo en que imaginan su existencia social, el tipo de relaciones que mantienen unas con otras, el tipo de cosas que ocurren entre ellas, las expectativas que se cumplen habitualmente y las imágenes e ideas normativas más profundas que subyacen en estas expectativas”(Taylor, Charles. Imaginarios sociales modernos. Edit. Paidós, Barcelona, 2006, p. 37).
De cómo los hombres imaginan su existencia social, sus relaciones, sus imágenes e ideas normativas que se derivan de ese modo de imaginarse lo social de su vida, es la verdadera esencia del conocimiento del gobernante y de su comprensión de la necesidad de tener los sentimientos más nobles para no violentar las esperanzas que nacen de ese imaginario. Claro está, el imaginario no llega a constituirse ni es una ideología, porque es existencia y no acción.
Los excesos de supuestos conocimientos que tienen algunos gobernantes y se niegan a más conocimientos, es simplemente la expresión más acabada de la ignorancia. Se niegan a aprender de los que saben, de sus colegas gobernantes y más aún del pueblo. Sus escalas favorables para juzgar al mundo son de los más bajos, según ellos, nadie puede igualar a su sapiencia de las cosas de gobierno.
En cambio los gobernantes inteligentes y sabios, son tan grandes en las cosas pequeñas como en las cosas grandes. Los que se quedan en las pequeñeces no valen por sí mismos, son despreciables; los que gobiernan sólo en las cosas grandes son insoportables por su petulante presencia, ya lo decía Aristóteles, los equilibrios son signos de sabiduría.
El mantenimiento del equilibrio habla de un gobernante loable, juzgar loable a un gobernante sólo es facultad del pueblo. Sólo es loable si tiene la coraza de la esperanza; el arma, su amabilidad; su montura, el coraje; hablando en términos caballerescos y medievales.
La plenitud del buen gobierno se vive en acciones que le son favorables al pueblo, el tiempo se multiplica por ello; el gobernante vive mil vidas, sin descuidar la suya, porque si la descuida, su gobierno se convierte en una verdadera pesadilla.
Los indultos no existen para los malos gobernantes, el mundo deja de ser un lugar para vivir, sólo permite a los cínicos, por su propio cinismo, por eso, el mundo está lleno de esta especie. La apatía y la pasión desenfrenada de las cosas mundanas los distingue. Regularmente los buenos gobernantes transmiten a las generaciones futuras sus experiencias, para los malos sólo los acompaña el silencio sepulcral de la historia.
Un mal gobernante es aquél que contrae hábitos, el hábito nos habla de la visión de un mundo estereotipado, es decir, un mundo sin variación, cuando la esencia de las sociedades es su constante cambio. Un gobernante estereotipado es un gobernante ciego, insensible. Los más nefastos son los demócratas estereotipados, pues creen que la democracia es una estación en que se arriba de una vez para siempre, una estación que dura toda la vida, sin entender que la democracia forma una etapa de un ciclo de la vida de los pueblos.
Si el error del ojo hace que dos ojos se parezcan, el error de la percepción del gobernante estereotipado, hace que todas las cosas se parezcan, por lo tanto, merezcan las mismas acciones y decisiones. Eso pasa por no prestar atención al pueblo. Estos gobernantes duermen antes de que llegue la noche y se levantan cercano al mediodía, se la viven soñando, o querer soñar, cuando sólo es posible soñar cuando se vive intensamente la política, equilibrando sapiencia y corazón, esa es la regla.
Los gobernantes, abarcando todo lo que deben ser, lo que deben ver, para estar en disposición para amar al pueblo, para conseguir, para comprender, tendrán suficiente tiempo para vivir plenamente como seres humanos para los seres humanos.