Diferencias entre un estúpido y un idiota
Proporción: virtud de gobierno
OAXACA, Oax. 8 de marzo de 2015.- Es indudable que la política es la más maravillosa actividad que un hombre puede desempeñar, pues es interesarse por la vida de los demás para lograr el bien de todos. Cuando se sufre melancolía por la justicia, la política es buena; cuando el ciudadano se lamenta por su mala fortuna, la política es mala; pero el que ignora a la política, que es indiferente, no puede ser más que un sordo social.
El gobernante dice que algo es bueno cuando intensifica la actividad política en beneficio de sus gobernados. En gobierno, la inactividad es su muerte, por eso es mala. Por la inactividad se derivan la discordia y el dolor y es perplejidad para el gobernado. La inactividad deja a la percepción ciudadana las más disímiles estupideces de los gobiernos y de producción de ideas que vuelven malo lo bueno y viceversa. La confusión y el enredo son madres de la inactividad de los gobiernos.
Los gobiernos deben ser acciones permanentes, energía, vitalidad, los gobiernos tienen prohibido parar. Todo gobierno es actividad. Los males que pueden surgir de la acción, son menores a los bienes que surgen de la inacción, pues los males se combaten con bienes. Los gobernantes que se someten a miedos y a sus apetitos, tienden a la inacción, por eso son pésimos. Los que, por el contrario, se liberan de sus miedos y apetitos, son excelentes gobernantes.
El mal mayor de cualquier gobernante es, sin duda alguna, la ignorancia, pues son distraídos por cualquier cosa, no se concentran en lo fundamental de los gobiernos. La ignorancia más común de los mismos es su propio desconocimiento y de las cosas. Por el contrario, los buenos gobernantes no se alteran tan fácilmente, pues son más conscientes de sí mismos y de las cosas, así buscan comprender lo necesario y no lo superfluo y logran, fácilmente la concentración.
Un gobernante inteligente sabe, que en los gobiernos, no existe el mal por la naturaleza de las cosas. El mal existe por las acciones de los hombres, por tanto, el gobernante está en la posibilidad de evitar los males en los gobiernos. El mal más común de los gobernantes es dejarse persuadir, confundiéndose y desconcertándose, para el provecho privado y no para el provecho público. Dejarse persuadir es signo de debilidad de carácter y de sabiduría. Los gobernantes que necesitan de constante consejo no sirven, son motivo de desecho. Aunque como sostuvo Kautylia en su libro El Arthasastra, una sola rueda no es suficiente para la carreta, necesita de dos. Así, todo gobernante le es indispensable el apoyo de sus colaboradores. Es de buen gobernante considerar siempre, lo que precede y lo que se deriva, luego llevarlo a cabo, así dependerá menos de los que lo persuaden.
No tomar en cuenta lo que precede es terrible defecto de todo gobierno, el fracaso asoma de forma inmediata. La actitud más natural de los gobiernos es negar, perseguir, denostar, limitar, sancionar y finalizar con lo precedido, en lugar de entenderlo, analizarlo, luego derivar sus efectos, para más tarde, llevar a cabo las acciones de gobierno más adecuadas.
Para un buen empiezo de gobierno, es bueno respetar las reglas, las normas, los procedimientos, el descuido de no hacerlo, causa graves problemas. El cambio de reglas sólo se debe dar para la consolidación del gobierno. Someterse, en primera instancia, a los que saben, a los maestros, es otra recomendación, hacer lo contrario es la ruina de los gobiernos.
Someterse y someter a los colaboradores a la más ruda disciplina, alcanzar niveles extraordinarios de eficacia y eficiencia, conducir la maquinaria del gobierno a las más extremas medidas de austeridad, honestidad, transparencia, rendición de cuentas y al castigo severo de cualquier acto de corrupción, y aun así los ciudadanos no lo reconocen, no importa, se está en el camino correcto. Si se evalúa todo esto, si la voluntad de hacer un buen gobierno no ha disminuido, se sigue con el camino trazado con más ánimo que nunca, se debe hacer por el bien que significa para los ciudadanos, incluso, si al final no se obtiene recompensa alguna. Ser alguien, ser recordado, estar en la memoria colectiva, será suficiente recompensa; no se es nadie, porque nada se intentó, es la más grande de las desgracias de los gobernantes.
En este sentido, todo gobierno es una empresa y debe ser conforme a la naturaleza del gobernante. Debe existir simbiosis entre empresa y emprendedor. Si se quiere ser gobernante, es importante empezar por el gobierno de uno mismo, por conocer las propias capacidades, posibilidades, habilidades. Valorar el entorno, los tiempos, los humores del pueblo, entender la naturaleza humana. Determinar si quieres ser seguido o seguir a otro, seguir a otras voluntades.
No debe haber dualidades en el gobernante, su carácter debe ser el mismo a solas que en compañía, pues se demuestra dominio. Pocas palabras son mejor que muchas, ser parco en el hablar es signo de buena prudencia, es mejor escuchar que hablar.
Cuando el gobernante inicia algo, debe tener la certeza de lo que ha de hacer, sin demora, aunque los ciudadanos lo juzguen erróneamente. La ocasión es única, no se puede dejarla pasar, se debe juzgar por la oportunidad y no por otra cosa, está en la naturaleza del gobernante conocer siempre la mejor ocasión, es su alimento. La ocasión es creatura de la conducta y no la conducta creatura de la ocasión. Torcer la facultad de la mente suele ser característica de malos gobernantes, es como caminar descalzo en un camino lleno de clavos. El cuerpo entero del gobernante se ha de amoldar a la realidad y no al revés, como suele pasar. Realidad y gobernante debe ser amoldado como el pie al zapato.
Por ello,en todo gobierno, todo es proporción, por consecuencia. La desproporcionalidad es propia de malos gobiernos. Rebasar toda proporcionalidad implica ser arrastrado y caer en las profundidades de un acantilado. Los gobiernos que rebasan toda proporcionalidad, como sucedió con el gobierno mexicano de fines del siglo pasado, son repudiados por sus pueblos.
En las proporciones, es bueno que toda cosa tenga un peso específico, el sobrepeso de alguno es signo de mal gobierno, sea del Ejecutivo, sea del Legislativo, sea del Judicial, de los federados, de los centrales, de los partidos, de los sin partido, de la prensa, de los sin prensa, de los criminales, de los policías, de los de afuera, de los de adentro. Es bueno saber que la proporción siempre tendrá un asa de qué sujetarse, en caso necesario.
Lograr los equilibrios es signo de buen gobierno, los excesos son dañinos, incluso los excesos del bien, como la democracia por ejemplo. A veces se consigue la estación democrática sin mucho esfuerzo, es cuando los gobernantes suelen hacer alarde de ello, sin entender que democracia sin la debida proporción de lucha y de esfuerzo es demasiada frágil, es más desorden, explosión, griterío, pasión e intolerancia que virtudes cívicas; buena democracia, es en fin, también proporcionalidad, equilibrio, orden, es paz en la movilidad.