Día 23. Por oportunismo, crisis en Ciencias Políticas de la UNAM
Las reglas morales y los gobiernos
OAXACA, Oax. 15 de marzo de 2015.- Es obligación de todo gobernante cumplir con los objetivos del Estado con los recursos disponibles, lograr la felicidad de sus gobernados sin alardear por ello. En un mundo de escases de los recursos y de alta competencia entre los gobiernos, actuar en estas condiciones de potenciar los escasos recursos, no es motivo de festinación sino de obligación y de normalidad gubernamental.
Alimentar las fuerzas del Estado, lograr los órdenes jurídicos, políticos, económicos y sociales, en condiciones de escases de los recursos, es una condición normal de los gobernantes. Si esto es así, habría que desconfiar de los gobernantes que constantemente se quejan de estos escases, pues se dan cuenta de que no pondrán disponer de esos recursos para fines privados, sin poner en peligro los fines del Estado y de su gobierno. Todo Estado estará siempre condicionado por los escases, incluso, los imperios, pues por la amplitud de sus dominios les es indispensable mayores recursos.
Todo Estado que busque robustecerse, siempre lo hará para sus propios fines, hacer lo contrario, se puede suponer el inicio de su extinción. Por eso, los Estados que se endeudan en demasía, siempre lo harán en beneficio de otros estados, pues detrás de ellos está el capital financiero.
La riqueza de un Estado no significa poderío interior, sino simplemente, mayores y más amplias necesidades por su posición exterior. Al fin y al cabo, es esclavo de sus necesidades expansionistas. Un Estado será más poderoso en la medida que potencia sus recursos y alcanza sus fines en condiciones de escases, como lo dice el sabio:
“¿Alguien se baña en muy poco tiempo? No digas que lo hace mal, sino en poco tiempo”(Grayling, A. C. El Buen Libro. Edit. Ariel. Barcelona. 2012, p. 36). Si un Estado logra sus fines en estas condiciones no existe apariencia alguna, simplemente está haciendo bien las cosas, estos son los mejores Estados. Los que han hecho de más, expoliando recursos de más, se han extinguido, los ejemplos sobran.
La comparación entre los Estados es natural que ha hecho de la diplomacia una verdadera actividad especializada y una actividad profesional. Si un Estado muestra su poderío frente a otro, haciendo alarde de ese poderío, simplemente es una estupidez, lo que debe hacer es comportarse como tal, en tal medida logrará intimidar. En muchas ocasiones suele suceder que en la manifestación del alarde, se descubre la vulnerabilidad y fragilidad de ese Estado. El reconocimiento de tu poderío por los otros, es signo de que definitivamente te estás volviendo poderoso. Lo mismo sucede en la relación entre gobernantes y gobernados.
Ese poderío estatal se manifiesta en todo su esplendor, no en la momentánea aceptación del pueblo, incluso en sus manifestaciones de júbilo espontáneo, sino en su productividad. Un pueblo productivo es sólo resultado de su poderío estatal, es decir, obedece al orden jurídico, que algunos llaman Estado de derecho; Al orden político, que también le llaman democracia, en donde el ciudadano controla a su gobernante; al orden económico, que algunos llaman crecimiento o desarrollo económico, y finalmente, al orden social, que no es más que la paz social.
El poderío del Estado puede tener restricciones morales que es indispensable atender y entender, sin embargo, sólo eso, estar atentos en su contexto a las restricciones morales, más no en sus esencias. Estado que se detiene en esto está perdido, no es eficaz. Porque el Estado no puede esperar limitaciones de sí mismo, en el entendido de que es la organización política de la sociedad para su protección y desarrollo, pero sí puede tener restricciones frente a los demás Estados, esta es una ley simple de la realidad.
Pero si el gobierno se atiene a cualquier tipo de reglas morales que se haya autoimpuesto deberá sujetarse a ellas como si fueran leyes a las que hay que cumplir o hacer cumplir. No deberá importar lo que se diga del gobierno, pues no le concierne, salvo si se obtuviese algún beneficio de ello. Las reglas morales a que se atiene, deberán servir para la dignificación del gobierno, para las más altas mejoras del pueblo y sean concordantes con lo más razonable del poder político.
Las reglas morales sirven para iniciar las grandes reformas de los gobiernos, como por ejemplo, para erradicar la corrupción, o por lo menos dejarla a niveles tolerables. Sin olvidar que las grandes reformas necesitan de grandes políticos y de grandes maestros de la política. Solamente los gobernantes descuidados y perezosos, los que añaden desidia sobre desidia, aplazamiento sobre aplazamiento no se atreven a las grandes reformas de los gobiernos. Son los que administran y no gobiernan los de esta especie. “Continuarás, insensato, sin habilidad, y, viviendo y muriendo, perseverando para ser uno de los no pensantes”(Grayling, A. C. Op.Cit, p. 37).
Los que gobiernan y no los que sólo administran, deben ser dignos de ejercer el poder político con plena madurez, que una ley autoimpuesta debe ser mejorar día a día; no hay que postergar la lucha, se debe acudir a los ejemplos que ofrece la historia de extraordinarios gobernantes, la emulación puede ser guía para la acción.
El Estado, por tanto, sólo puede esperar un daño y beneficio de sí mismo, pero no de los demás, pues estos siempre están al acecho para vulnerar a todo gobierno, ya de por sí ya son enemigos.
Desgraciadamente esta es una verdad que los gobernantes no reflexionan, temen mucho más el daño de su propio pueblo que a los beneficios que les pueden traer el hecho de gobernar bien. El pueblo nunca es enemigo, simplemente cuando no está a gusto es que no se le está tratando bien, considerarlo enemigo, es ya una locura de gobernante.
Una regla simple de buen gobierno consiste en fomentar las máximas libertades negativas y positivas, que reconoce los esfuerzos de sus ciudadanos y servidores, que reconoce sus errores y limitaciones no culpando a nadie de sus fracasos, que respeta los procedimientos de la justicia y actúa apego a derecho, que no utiliza en demasía los medios de comunicación para alardear de sus actuaciones y de su capacidad.
Cuando un gobierno encuentra enormes dificultades para su buen desempeño, sólo se debe culpar así mismo, es de poca eficacia política culpar a los antiguos y a los presentes de los fracasos, los ciudadanos entienden perfectamente de pretextos, aunque estos sean ciertos. Por el contrario, si recibe elogios y condecoraciones, deberá tomar la actitud de la modestia y la debida proporción del caso, sólo los mediocres hacen alarde de los pequeños elogios que reciben. Cuando un gobierno invade el territorio de propaganda de sus posibles aciertos, no es más que una demostración de su pequeñez.
Cuando la censura invade e irrumpe en las puertas del gobierno es no inteligente defenderse, pero hay que procurar caminar con las precauciones de un hombre herido o enfermo, que deberá tomar sus medicinas con la periodicidad y cantidad indicada por un buen médico, cuidando a las demás partes no infectadas, pero a la vez, a la brevedad corregir lo erróneo.