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El gobernante Benevolente
OAXACA, Oax. 24 de mayo de 2015.- Ejercer el gobierno con arte es una necesidad imperiosa de los tiempos modernos, el proceso de deterioro del Estado en cuanto orden social, político y económico, obligan a los gobernantes a tener las habilidades del artista, hacer las cosas con precisión, eficacia y perfectibilidad.
Parte de este arte de los gobernantes, es sin duda alguna, ser leal con los ciudadanos en cuyo nombre se actúa. Actuar con lealtad quiere decir darle cumplimiento a las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien. Ser congruente a las leyes de la fidelidad es no desviarse de aquellos principios, valores, políticas y acciones que se prometieron en los recorridos del proceso de campaña política, es no dejarse enajenar por los momentos políticos del proceso de gobierno y olvidar lo prometido. La deslealtad es el valor fundamental de los gobernantes de hoy con el pretexto de la gobernabilidad y de la nueva relación de fuerzas.
Precisamente, por esa deslealtad hacia los ciudadanos surgen los motivos del descontento. La lealtad para con los ciudadanos exige altos grados de congruencia de los gobernantes. El gobernante tiene que respetar su tarea y ser digno de ella. Para ubicarse lejos de la ingobernabilidad, el gobernante, para ser leal, debe emplear sabiamente los recursos disponibles, amar a los ciudadanos y ser muy oportuno en la toma de decisiones. Gobernante que es desleal con su pueblo, más pronto que nunca, será repudiado, ignorado, cuestionado y poco respetado, su memoria caerá pronto en el olvido por ser una pesadilla imposible de guardar en la memoria.
Ser digno de confianza es a consecuencia de esa lealtad prometida, en sentido contrario, la desconfianza hacia el gobernante nace de su falta de lealtad. Ser leal requiere del ejercicio del valor de la firmeza en las acciones de gobierno, un gobernante endeble, no puede ser digno de respeto. La lealtad hacia los gobernados, en su caso, y la firmeza en su accionar, el gobernante tendrá más reconocimiento que enemigos. Con lealtad el gobernante aprende a ser cordial, amable, cortés, modesto y paciente, con este aprendizaje, logrará la lealtad del pueblo.
¿Un gobernante debe ser buena persona?
Creo que en un sentido moral no debe de importar, pero sí en el sentido político. Esto es, deberá ser muy cauto en su apetito de riquezas, que sea amable en sus tratos, prudente en el hablar y correcto en sus actos. Si esto es así, no se tiene problema alguno de calificar al gobernante como buena persona políticamente hablando.
Si se tratara de conocer a un gobernante, no queda más remedio que conocer sus motivos, lo que le impulsan en sus acciones, comprobar los aciertos o desaciertos de sus acciones, prestar atención en sus ratos de paz, ahí estará el gobernante disecado políticamente. Será un maestro si es capaz de explorar lo antiguo y deducir lo nuevo. Un gobernante será siempre hijo de la memoria y actor del presente, no hay escapatoria para ello.
El buen gobernante siempre abarcará el todo y no sólo las partes, este es, desde luego, un ejercicio complicado, muchos se pierden en los bosques, teniendo fijo los árboles, en cambio, cuando se fija en la totalidad, le será mucho más fácil conocer la naturaleza de cada árbol, en esto se diferencia de un simple gobernante a un gran estadista, el primero, le ahogan los árboles, al segundo sabrá conducir las riendas del gobierno en su visión de Estado. El estadista preside con dignidad, por ello obtiene respeto, preside con benevolencia, justicia, con firmeza, tendrá lealtad. Asimismo, reconoce a los buenos y enseña a los incapaces, por ello, será alentado. Si conoce lo que es bueno para el pueblo y no lo hace, es simplemente un timorato, le falta coraje.
La benevolencia es un arte primordial de los buenos gobernantes, desde luego no nos referimos en su sentido moral, sino en su sentido político. En primer lugar, la benevolencia no se puede fingir porque se refleja en acciones, no se puede esconder. Muchos gobernantes tratan de parecer benevolentes cumpliendo con lo elemental de los reclamos ciudadanos, sin embargo, no se trata de cumplir a secas, sino de atender la esencia de los reclamos.
Quienes fingen benevolencia o no lo son con autenticidad, no soportan las adversidades que le son inherentes a los gobiernos, los benevolentes se encuentran en paz con la propia benevolencia, en cambio, los gobernantes benevolentes sabios, sacan provecho de ella. Ha dicho con certeza Grayling que “escuchar por la mañana que la benevolencia prevalece es ser capaz de morir, sin remordimientos, por la noche.” (Grayling, A. C. El Buen Libro. Edit. Ariel. Barcelona, 2012, p. 131).
La benevolencia política es un don de temperamentos prudentes y de carácter fuertes; así, los buenos políticos siempre se propondrán ser benevolentes, los comunes se propondrán las posesiones de las riquezas; el benevolente no se apartará de los márgenes de la ley, los otros o el otro, no se apartará de los privilegios que da el poder; el político benevolente actúa de inmediato tras hablar y luego habla de acuerdo a la naturaleza y alcance de sus acciones; el benevolente al observar a un hombre de valía tiende a igualarlo, cuando ve a un hombre indigno, se examina a sí mismo. Estas son las máximas del gobernante benevolente.
El gobernante benevolente primero establecerá las políticas para los desvalidos, los ancianos, los olvidados, porque pronto dejará de ser gobernante, la gratitud de los que menos tienen perdura en el alma no en el pensamiento.
Los gobernantes que adquieren riqueza y honores de manera ilegítima son nubes que flotan, que no van a ninguna parte, ni siquiera los vientos los mueven, no merecen cambio alguno. Los gobernantes no sólo deben conocer la verdad sino también amarla, aquí yace su grandeza, el benevolente la ama antes de conocerla, por eso es grande. Al amar a la verdad se deleitan de ella, esa es la segunda grandeza del benevolente.
El gobernante benevolente hace de su primer deber la superación de las dificultades del gobierno, su éxito personal es siempre secundario. Su firmeza hace de los demás la emulación de esa firmeza. El gobernante benevolente no tendrá los recursos para aliviar las penas del pueblo, pero pretende que las tiene; el gobernante benevolente considera vergonzoso que exista la pobreza en su pueblo; el exceso de riqueza y de honores en un pueblo es signo de mal gobierno, ahí no cabe un gobernante benevolente. El gobernante benevolente siempre contará con la capacidad de gobernarse asimismo, si no lo puede hacer no podrá gobernar a los demás.
El gobernante benevolente perfecciona sus cualidades positivas, de manera infatigable, incluso, las entrena, las practica; las malas cualidades las supera mediante la reflexión y la nutrición espiritual; con estas prácticas está en camino de encontrar la propia esencia de la benevolencia. Entre las buenas cualidades y las malas existe relación como entre el viento y la hierba. La hierba debe doblarse cuando el viento la azota, palabra de los sabios.