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Cómo dar gusto a Trump en migración, drogas y comercio
Ley indígena electoral
OAXACA, Oax. 23 de agosto de 2015.- Los indígenas del mundo, de América Latina, de México y de Oaxaca, somos aquellas poblaciones asentadas en territorios que fueron colonizados por las potencias políticas y militares, dentro del período de expansión de la forma de producción capitalista.
De esta definición se deriva que no todos los pueblos originarios del planeta son indígenas, sólo lo son los que vivieron o viven en una situación de colonialismo y de colonialidad. Por eso no es correcto llamarnos pueblos originarios, somos pueblos indígenas por ser pueblos asentados en los territorios antes de la llegada de los colonizadores, haber vivido en situación de colonialismo y vivir en condición de colonialidad actualmente.
El colonialismo es la expresión política, económica, social, cultural y religiosa de explotación, de expoliación y extracción de la riqueza de una población por una potencia política, regularmente por su Estado en aras de beneficiar a su sector económico más poderoso. Los indígenas vivimos en una etapa muy larga esta situación de colonialismo.
La colonialidad, en términos del escritor proindígena Aníbal Quijano: “La colonialidad es uno de los elementos constitutivos y específicos del patrón mundial del poder capitalista. Se funda en la imposición de una clasificación racial étnica de la población del mundo como piedra angular de dicho patrón de poder y opera en cada uno de los planos, ámbitos, dimensiones, materiales y subjetivos de la existencia cotidiana y a escala social. Se origina y se mundializa a partir de América”.(Quijano, Aníbal. “Colonialidad del poder y clasificación social”. En: Boaventura de Sousa Santos, María Paula Meneses, (editores). Epistemologías del sur (Perspectivas). Edit. Akal. Madrid, 2014, p. 67).
Por tanto, los pueblos indígenas además de vivir en condiciones de explotación por el régimen de producción capitalista, vivimos en condición de clasificación racial, es decir, de discriminación en todos los órdenes de la situación económica, política, social y cultural, por tanto, en colonialidad.
Esta colonialidad tiene su expresión en la vida cotidiana y en los pormenores de las relaciones sociales. En el ámbito de la política se nos tiene en una condición de una ciudadanía de segunda, sin poder en las instituciones del Estado, sin representación, sin voz, sin derecho a deliberar con los otros sobre nuestras demandas; tratados como masas de votantes para partidos, senadores y diputados, que pasadas las elecciones, nos demuestran su verdadera naturaleza: enemigos nuestros.
En las relaciones económicas, somos grandes masas que engrosamos a las filas de los trabajadores del campo en condiciones inhumanas; somos los obreros de la construcción y de las grandes fábricas, los mejor capacitados y los más mal pagados; como trabajadores del Estado, no pasamos de ser los limpiabaños, los fregadores del piso, los choferes, pocos en los puestos directivos. Somos los emigrantes, los favoritos de las formas de producción, distribución y consumo de los centros imperiales.
En lo social, ocupamos el último rango de toda categoría, clasificación, u ordenamiento social. Acompañamos al lumpen en toda clasificación. Somos el grupo social al servicio de los poderosos, a los que nos referimos como los señores, los amos. Qué remedio de entablar algún sentimiento humano con los o las de la clase poderosa, el síndrome de María Isabel, la famosa telenovela, nos acompaña. Denigrados por los medios de comunicación, en los libros sólo aparecemos, gloriosamente como indios, pero muertos. Como intelectuales no merecemos ningún tipo de reconocimiento, salvo los que reniegan de su condición de indígenas.
En lo cultural, somos motivo de orgullo, para unos cuantos, pero sólo a condición de haber vencido las cofradías culturales, de haber demostrado la perfección y belleza de nuestro arte, los demás no necesitan demostrarlo.
Se ha consolidado, por tanto, una concepción ideológica de humanidad, que clasifica al hombre del orbe, como superior—inferior, como racional—irracional, primitivos—-civilizados, modernos—-tradicionales. Para esta ideología somos inferiores, irracionales, primitivos y tradicionales, por ende, sujetos a ser siempre gobernados y nunca gobierno.
Es evidente que los indígenas no podemos estar de acuerdo con esta clasificación, ni tampoco decir que la relación está invertida, pero sí podemos sostener de la valía de nuestra existencia, de nuestros valores y principios.
En primer lugar, somos pueblos que compartimos con otros el ser o el hacer, es decir, somos communis. Somos pueblos que participamos intensamente en lo común, eso nos diferencia.
No somos la simple expresión de agrupación de individuos, nos concebimos como una familia, de aquí que nos reconozcamos como hermanos, que implica solidaridad y reciprocidad como valores fundamentales; somos la expresión de diferentes modos de existencia, somos pluralidad en esencia; somos comunidades históricas que tenemos devenir y porvenir; somos organización social con una relación con el ser común.
Somos pueblos que evolucionamos, nos renovamos y nos proyectamos, esto, nadie nos lo puede impedir. Somos pueblos con historia porque soñamos con la libertad. Al tener historia comparecemos constantemente ante nosotros mismos, nos rendimos cuentas. Somos pueblos con conciencia histórica porque es la forma de expresión de nuestra autoconciencia que nos hace trascender.
Estamos ciertos que sin libertad no podemos ser comunidad histórica, necesitamos tener toda nuestra capacidad de acción y de recuperación de nuestro espíritu comunitario.
En la libertad descubrimos nuestras contingencias, es nuestro camino a nuestra realización y también puede ser expresión de nuestras insuficiencias. Ni duda cabe, los pueblos indígenas nos hacemos en el hacer. No nos espanta la idea que tienen de nosotros, pues para ellos es fidedigna, pero para nosotros es errónea. No entienden que somos una expresión variada del hombre, de la humanidad.
El hombre tiene la obligación, para tener historicidad, de tener una pluralidad de la idea del hombre, otra cosa sería negarse como ser histórico. Pero hay que ser muy cuidadosos nos dice el filósofo Eduardo Nicol: “La ciencia del hombre tiene que ser ponderada, porque el énfasis en la diversidad suele romper las conexiones, mientras que el énfasis en la unidad suprime las diferencias”(Nicol, Eduardo. La idea del hombre. Edit. FCE, México, 2013, p. 78).
Este rodeo es para mostrar la importancia de la aprobación por la LXII legislatura del Estado oaxaqueño, de la Ley de Sistemas Electorales Indígenas para el Estado de Oaxaca, cuyo propósito es: “Respetar y garantizar el reconocimiento, la vigencia, y eficacia de las instituciones y procedimientos políticos electorales de los municipios y comunidades indígenas y afromexicanas; reconocer el ejercicio democrático de las comunidades y municipios a través del régimen político electoral de Sistemas Normativos Indígenas; así como vigilar y sancionar el resultado de sus procesos electorales, la salvaguarda y las prácticas democráticas en todos aquellos municipios y comunidades que en el ejercicio de su derecho de libre determinación y autonomía, electoralmente se rigen por sus sistemas normativos indígenas.”
Con esto, ni duda cabe, lo que empezó con cinco normas en 1995, se va consolidando nuestro derecho a la historicidad.