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OAXACA, Oax. 19 de octubre de 2013 (Quadratín).- A Melquiades, la violencia en la región triqui lo hizo huérfano. En 2007, dos años antes de incorporarse a la selección infantil de basquetbol, las balas de alguien que hasta la fecha se desconoce, le arrebataron la vida a su padre. Había ido de compras a San Juan Copala para surtir la despensa. Les entregaron su cuerpo, ensangrentado, inerte, solo para darle sepultura.
El dolor por la pérdida y la incertidumbre invadieron su hogar. Seguía en la escuela, sin un futuro claro. Dos años después, su madre le dio permiso para incorporarse a la Unidad Deportiva del Movimiento Unificador de Lucha Triqui. Y su vida comenzó un cambio que ya notiene reversa. Melquiades no piensa vengar a su padre. No entiende de conflictos. Su meta principal es “seguir jugando” el basquetbol, estudiar y terminar una carrera para ayudar a su madre.
Junto con sus hermanos Alexander y Bernardino, Melquiades forma parte de los talentos de la Academia de Baloncesto Indígena de México (ABIM). Es ahora uno de los campeones mundiales a los que le toman fotografías y le preguntan qué se siente haber ganado en Argentina.
Su historia dio un vuelco. Está feliz, con ilusiones. Se despierta a las cinco de la mañana, va la escuela, entrena, disfruta. Al igual que a Melquiades, el baloncesto le cambió la vida a unos 50 niños que fueron seleccionados en las 21 comunidades de la zona triqui donde tiene influencia esta organización.
“En vez de pensar en problemas, en armas, piensan en estudiar”, dice Guillermo Merino Ramírez, uno de los 25 entrenadores que tienen a su cargo a los niños basquetbolistas.
Melquiades fue uno de los ocho niños que participó en el mundial de mini baloncesto en Córdoba, Argentina. “Es una oportunidad para ellos, cuando se conoció el proyecto sabíamos que iba a cambiar sus vidas, esa fue la intención”, explica Merino, desde la escuela primaria Vicente Guerrero, ubicada en Santa María El Tule.
En esta escuela, los niños triquis, junto con otros alumnos de la comunidad reciben clases y entrenan.
Como Germán, otro de los campeones. Tiene 10 años y sin dejar de rebotar el balón, cuenta que su rutina empieza a las 5:30 de la mañana. Tienen tiempo suficiente para bañarse, comer e ir a la escuela. Germán nació en Lázaro Cárdenas, una comunidad de la región triqui.
Desde hace tres meses y medio forma parte de la selección y está feliz de haber viajado a Argentina. “Yo decía a mi papá, voy a entrenar y él decía sí”, comenta con el rostro bañado en sudor, descalzo, vestido de short y playera.
Dice que le gustan las matemáticas, la historia, la geografía y que ahora, no tiene que ir al campo, como su padre. “Él quiere que yo estudie”, dice.
La cancha donde entrena junto con sus compañeros no tiene techo.
Utilizan tabicones como pesas y llantas usadas para sus entrenamientos de casi cuatro horas diarias. Es el espacio donde han ido construyendo un futuro diferente, lejos de la violencia que ha sido constante en su región desde hace décadas.
Texto publicado en El Universal