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El buen gobierno CXXX
OAXACA, Oax. 12 de julio de 2015.- El 30 de junio del año del 2015, fecha de aprobación de reformas a la Constitución del Estado de Oaxaca por su 62 Legislatura, se puede considerar como día promisorio para los pueblos y comunidades oaxaqueñas. Se abren caminos llenos de esperanza para alcanzar la tan anhelada justicia y las libertades necesarias, con el único propósito de romper las fuertes cadenas del colonialismo en que hemos vivido durante más de 500 años.
Sabemos perfectamente que la entidad llamada Estado de Oaxaca, nació después de la independencia, con la pretensión de ignorarnos a los indígenas y a nuestros pueblos, con la rancia idea de que todos somos oaxaqueños e hijos de Dios, no habría, por tanto, la necesidad de establecer diferencia alguna entre indios, mestizos y blancos.
Las demás constituciones siguieron en esta lógica, sin embargo, la terca realidad nos hacía visibles, por tanto, nos convertimos en una problemática, en “un asunto”, que habría que atender, pero sin permitirnos la posibilidad de pertenencia en la entidad, sino como extraños y problematizados.
En este sentido, se nos incluyó en la categoría de objetos de la burocracia, pero nada más; de folklor, de caridad, de orgullo cultural, pero ajenos al Estado. Este Estado, entendido como la sociedad y comunidad organizada políticamente, nos era ajena y distante.
Así, este Estado fue la institución por excelencia para extinguir a los pueblos y comunidades indígenas mediante un proceso de homogenización política y cultural. Los hombres de las ciencias sociales le llaman a este proceso etnocidio, es decir, un acto criminal para acabar con cualquier diferencia histórica y cultural de los pueblos.
Sin embargo, nuestros pueblos y comunidades se negaron, se niegan y se negarán siempre a dejar de existir como sujetos históricos, culturales, sociales, económicos, cósmicos, espirituales e ideológicos, con el viejo anhelo de caminar por las anchas alamedas de la capital de las nacionalidades indias, que es la ciudad de Oaxaca, parafraseando al viejo presidente chileno, Salvador Allende.
El Estado homogéneo, sueño del estamento gobernante, fue la eliminación, la negación, el ocultamiento de más de dos millones de rostros de indígenas oaxaqueños, negándonos de toda posibilidad de vida política. Vida política que bien lo entendió el excelente gobernante de la sierra, que hoy lleva, con orgullo, su nombre: Benito Juárez, en los siguientes términos: “Vida política, sin la cual una nación es sólo un rebaño humano en un cuartel o en una sacristía, las 2 guardias seculares del despotismo” (Galeana, Patricia. Juárez en la historia de México. Edit. Migue Ángel Porrúa, 2006, p. 187).
No había, ni habrá vida política en Oaxaca, mientras que el estamento gobernante no incluya a más de dos millones de indígenas oaxaqueños, mientras, los gobernantes, serán sólo rebaño humano, rostro del despotismo y del colonialismo, tal como lo expresó el gigante de América.
La legislatura oaxaqueña, la 62, dio un gran paso, haciendo eco de cientos de voces, de líderes, de mujeres y hombres indígenas, por fin, nos invitó a ser parte integrante del Estado oaxaqueño. Por buenaventura, tenemos ya un hogar, una morada, un lugar de residencia reconocida como propia, un territorio que tiene gran parte de nuestro ser, ya es también es nuestro, también los podemos construir y reconstruir, porque no nos gusta como está; vuelvo a insistir, no es más que un rebaño despótico.
Por gracia de la historia, hoy la Constitución reza: “ El Estado de Oaxaca es multiétnico, pluricultural y multilingüe, parte integrante de los Estados Unidos Mexicanos y libre y soberano en todo lo que concierne a su régimen interior”.
Tres renglones fáciles de leer, de pronto escritura, pero de rompimiento de voluntades, de acabar con prejuicios, con clichés y demonios racistas. Se acabó la vieja actitud de vernos de arriba abajo y nosotros de verlos de abajo arriba, hoy los podemos mirar de igual a igual, el Estado también nos incluye, se acabó la política de homogenización.
Ya está la definición, a nosotros nos toca la construcción y reconstrucción de este nuevo Estado. Habrá resistencias, obstáculos, violencia jurídica, intentos de regresión, no importa, tenemos ya en nuestra Carta Magna la señal, el camino, lo transitaremos erguidos, con garbo, con la enorme voluntad de que algún día se cumpla plenamente el primero de todos los artículos de nuestro máximo orden jurídico.
Claro, por qué negarlo, necesitamos a ese hombre de vestimenta de color oscuro para infundir respeto, de ese hombre que encarne a la autoridad, ese hombre impenetrable para que no lo traicionen los de siempre, que sea impasible ante el deber y en la aplicación de la ley; ese hombre que sea capaz de mantener la tranquilidad frente a los graves acontecimientos de gobierno, que incluso tenga la frialdad para erradicar los grandes problemas del Estado; ese hombre que escuche todas las voces antes de tomar las decisiones del Estado, pero una vez tomada, se mantenga firme e inquebrantable.
Que ese hombre tenga fortaleza de carácter, rectitud de sus principios, confianza en el triunfo de su causa y de sus aspiraciones para con el pueblo; así como perseverancia para alcanzar sus fines. Sí, necesitamos a otro Juárez. Que en el recinto del Congreso, resuene su voz cristalina, y haga saber al pueblo multicultural oaxaqueño: “Que el pueblo y el gobierno respeten siempre los derechos de todos. Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.
Entendemos, claro está, que lo que no hagamos por nosotros, los pueblos y comunidades indígenas, para ser libres, no debemos esperar, ni conviene que esperemos, que otros lo hagan por nosotros.
Por siglos, años, meses y días, nosotros nos hemos sentido ajenos, extraños, marginados, despreciados, excluidos y discriminados por el Estado oaxaqueño, de aquí de nuestra actitud de refugiarnos en las entrañas de nuestras comunidades y defender sus valores, única opción de sobrevivencia, o de traspasar sus fronteras para olvidar su rostro despótico y aspirar o respirar aires de libertades negadas en nuestra patria.
Al salir de nuestra morada, sufrimos las más descarnadas vejaciones por personas con mentalidades colonialistas, con instituciones enfrentadas a las nuestras, con valores que nos demostraban de la existencia de la maldad humana, sociedades en que faltan y faltaban los más mínimos sentimientos de solidaridad; el egoísmo campea en cada rincón del alma de los otros.
En este Estado, extraño, ajeno, opresor, no nos queda más que arrastrar nuestras penas, nuestras desgracias, por las calles citadinas, engrosando día a las filas de los menesterosos, de la servidumbre, de las ventas en calles y camiones, de los trabajos más desgraciados, por si acaso, tenemos la oportunidad de estudiar, es para desempeñar los trabajos de la cola de las estructuras burocráticas o en categorías ínfimas de los negocios de los poderosos.
Por ello, hoy que se nos reconoce a plenitud, nuestra participación en la construcción y reconstrucción de este nuevo Estado, no cejaremos para dejar de ser ciudadanos de tercera.