Llora, el país amado…
Maquiavelo y las manos sucias democráticas
Uno de los grandes teóricos de la ciencia política y creador del realismo político escribió acerca de las acciones que tienen que realizar los gobernantes a favor del bien común.
Un ejemplo de esta son las acciones que algunos, más no todos, realizan para alcanzar los objetivos del bien común. Me refiero a la frase acuñada como las manos sucias democráticas. Esta frase se puede resumir en unas cuantas locuciones como las malas acciones que los políticos y funcionarios públicos realizan por defender o anteponer los intereses de su pueblo. Este presupone que algunos funcionarios se relacionan de un modo peculiar con los males a veces necesarios de la política. Pero si se considera que actúan con el consentimiento democrático de los ciudadanos, entonces no se les puede imputar más responsabilidad que a éstos. Aunque la paradoja persista, los políticos a veces deben hacer el mal para hacer el bien, el problema de las manos sucias ya no radicará en cómo han de juzgar los ciudadanos a los dirigentes que cometen errores, sino en lo que unos y otros tendrán que hacer por las víctimas de sus errores colectivos.
El hecho de que los políticos incurran en actos de manos sucias puede disminuir la confianza de la gente en ellos, siempre y cuando estos actos se den a conocer al público. Pero regularmente estas acciones negativas en que incurren los políticos no son publicadas y son realizadas en beneficio del bienestar colectivo. Cierto es que en la versión democrática de la paradoja el político, a diferencia del príncipe de Maquiavelo, es responsable ante los ciudadanos. Pero esa responsabilidad es interpretada de tal suerte que preserva e incluso reafirma el aislamiento moral del político. Quizá los ciudadanos no tengan que imponer la sanción pues los políticos suelen castigarse públicamente a sí mismos. La forma socialmente más común de castigo autoinfligido, aunque no la más frecuente, es la renuncia a la función pública.
Algunas relaciones de la lectura de las manos sucias con los principios maquiavélicos que se presentan en El Príncipe se pueden relacionar de la siguiente forma: De acuerdo con la clásica formulación de Maquiavelo, el problema de las manos sucias plantea un conflicto entre dos clases de moral: una que conviene a la vida privada y otra, a la vida política. La ambigüedad de Maquiavelo frente a la posible solución del conflicto preanuncia las polémicas ulteriores sobre el problema de las manos sucias. Maquiavelo señala en ocasiones que la moral política no sólo es diferente de la moral ordinaria sino que la reemplaza por completo en su esfera. El bien del Estado (y la virtud del Príncipe) exige algo que se parece al vicio; en cambio, es posible que algo que se parece a la virtud ocasione su ruina.
Desde la anterior perspectiva, la moral política justifica plenamente la inmoralidad (aparente) de los medios requeridos para alcanzar los fines propuestos por el Estado.
Cuando el acto acusa, el resultado excusa. Maquiavelo comparte con muchos filósofos contemporáneos de la moral lo que podría denominarse una visión coherentista del problema.
No existe un conflicto último entre los principios. O bien se aplica una moral coherente tanto a la vida pública como a la privada, o bien se aplica exclusivamente un tipo de moral a la esfera privada y otro a la esfera pública