La Constitución de 1854 y la crisis de México
MÉXICO, DF. 9 de septiembre de 2014 (Quadratín).-De labios para afuera, muchos “defensores” institucionales se desgañitan en la defensa formal de los derechos humanos de las mujeres. Pero, víctimas de un trastorno disociativo de la identidad, les traiciona el demoniaco Señor Hyde que llevan dentro y se convierten en sus más enfermizos enemigos, si no es que acosadores y hasta agresores sicológicos y físicos.
El cuento del nunca acabar. Torrentes de palabras habladas y escritas se han derramado y se seguirán derramando en este inmenso mar de la doblez y la hipocresía:
¡La dignidad de la mujer! ¡La igualdad de género! ¡El derecho a la libertad! Y tantas y tantas palabras y expresiones fantasiosas, huecas, inexistentes, que a lo más que llevan es a justificar los presupuestos emanados de la Secretaría de Hacienda, de instituciones y organismos de apoyo privados nacionales y extranjeros. Y hasta de las iglesias.
Y no voy a profundizar en el tema. Simplemente me referiré a la actitud misógina de muchos empresarios de cualquier sector de la actividad productiva, públicos y privados, incluyendo los servicios médicos en hospitales institucionales, en donde enfermeras y doctoras son excluidas de todo tipo de responsabilidades gerenciales tan sólo por su condición de mujeres.
Una chica inteligente, culta, estudiosa, maestra en su quehacer, que acepta la oferta de trabajo de cualquier empresa. El dueño le ofrece el trabajo y junto las perlas de la virgen: un salario remunerador, un bono trimestral, seguro de vida y médico de gastos mayores, vacaciones, viajes. La chica se entusiasma y acepta la propuesta. Nunca imagina que todo sea una mentira.
La trabajadora es una profesional, egresada de la mejor universidad pública; es muy eficiente. Cumple con los mejores estándares de capacitación, capacidades, habilidades, responsabilidad etcétera. Realiza no sólo con los encargos que le ordena el jefe, sino que los mejora, les inyecta lo que ahora se llama plus. No sólo realiza las tareas encomendadas, sino que mejora cada día los resultados.
Esta historia puede ocurrir y ocurre en una agencia de relaciones públicas, de mercadotecnia y publicidad; en un despacho de cualquier actividad profesional; en un hospital de primer nivel; en una dependencia gubernamental; en una universidad de primer mundo.
Pero qué pasa, que al doctor Jekyll bondadoso, generoso, que prometió las condiciones laborales más óptimas a la chica, de repente le brota el diabólico señor Hyde, que comienza a intentar aplastar a la trabajadora simplemente porque no soporta que una mujer sea más inteligente, más sabia, más eficiente que él, que es un macho de atar.
La vida de la chica entra en un laberinto de angustia y miedo de perder el empleo, sobre todo en estos tiempos cuando lo más difícil en la vida de una persona es conseguir un puesto de trabajo. Pero además, la chica se respeta a sí misma y no se deja impresionar por las presiones del jefe, quien intenta convencerla de que una mujer no puede hacer nada simplemente porque es mujer, y porque el coeficiente intelectual (IQ) de una mujer está a nivel del suelo frente al de un hombre.
De lo que se trata es de convencer a las mujeres de que ellas no pueden con las actividades productivas de la economía, frente a la infinita capacidad del varón. Tú eres mujer. Y tan solo por serlo eres una pendeja.
Una práctica cotidiana en las empresas públicas y privadas de un país machista, en donde hasta muchos defensores de los derechos humanos se suman a la violencia sicológica en contra de las mujeres.
Esta práctica misógina ocurre diariamente en este México, y en todo el mundo. Obligar a la mujer inteligente, trabajadora, imaginativa, creativa, a renunciar a su papel de líder. Imposible que el macho acepte a una mujer como líder. Y el laberinto de la incertidumbre abre sus puertas para esa mujer que tarde o temprano será despedida, después de que el empresario no le cumplió ninguna de las condiciones de trabajo: ni un salario remunerador, ni el bono de tres meses, ni el seguro de gastos médicos mayores, ni las vacaciones, ni un lugar adecuado para trabajar, ni el equipo técnico para lograrlo.
Esta práctica no es acoso sexual, no es violación sexual, no es feminicidio. Pero es el intento diabólico de eliminar de la faz del aparato productivo a la mujer tan solo por serlo.
Sigue primando el axioma del macho muy usual el siglo pasado: La mujer debe estar como la escopeta: cargada y en un rincón de la cocina.
Esta fea historia viene a cuento cuando el Centro de Estudios para el Adelanto de las Mujeres y la Equidad de Género (CEAMEG) de la Cámara de Diputados convoca al Primer Premio Nacional de Investigación “Derechos Humanos de las Mujeres y la Igualdad de Género”, que abordará categorías como Marco Jurídico, Políticas Públicas y Presupuesto, y Estadísticas y Sociodemografía.
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