La Constitución de 1854 y la crisis de México
¿Está aprendida aquella lección?
Pareciera que en Tlatlaya o Iguala, no
MÉXICO, DF, 3 de octubre de 2014.- “AMURALLAN AVENIDA JUÁREZ Y EJE CENTRAL. Vallas metálicas han sido colocadas en avenida Juárez para la protección de comercios y edificios gubernamentales, debido a la marcha conmemorativa del 2 de octubre.”
Un titular periodístico claro, preciso, conciso. Ya son muy escasos. Éste abría en el “home” de El Universal on line. La verdad sea dicha: una perla escrita por un buen cabecero (titulador) en estos tiempos de mediocridad periodística.
Claro, preciso, conciso. Un editorial en 33 caracteres.
Cómo me acordé de aquellas jornadas “revolucionarias” del 68. Un joven de 23 años que hacía sus pininos en el periodismo. Reportero de la Agencia Mexicana de Noticias (AMEX), bajo la magistral batuta de Paco Fe Álvarez.
Entonces, las bárbaras y fascistas “autoridades” de la ciudad de México no mandaban levantar bardas metálicas para cerras las calles, ante las tumultuarias marchas de protesta de estudiantes, maestros y “gente del pueblo”.
Entonces, aquel general que regenteaba los negocios del Distrito Federal, de nombre Alfonso Corona del Rosal, de ingrata memoria, mandaba a los cuerpos de granaderos a madrear inmisericordemente a quien se pudiera enfrente.
Pero los barones de la clase gobernante de ahora, que no vivieron aquellos dolorosos días, jornadas se sangre, muerte y llanto, no tienen ni idea de lo que sienten los jóvenes abandonados a su suerte, frustrados por la sinrazón de los poderosos. Y si Gustavo Díaz Ordaz, el presidente hace 46 años, mandaba reprimir, golpear y matar por miedo, los actuales siguen moviéndose por el miedo, aunque seguramente alegarán que amurallan las bocacalles para proteger a los ciudadanos que “ni la deben ni la temen”.
Transcurrieron 46 años de aquella historia sin fin. El 2 de octubre, precisamente el objeto de la conmemoración de este jueves por cientos de miles de manifestantes en las principales avenidas de la ciudad, el presidente Díaz Ordaz mandó a soldados y policías a masacrar el movimiento. Nadie podrá negar que la matanza en la Plaza de las Tres Culturas fue eso: una matanza. Cayeron jóvenes, mujeres, embarazadas, ancianos, representantes de escuelas y facultades en el Consejo Nacional de Huelga. Y la plaza se manchó de mucha sangre.
Según el esbirro aquel, la ocasión ameritaba sangre o mazmorra. Para salvar a “la Patria”. Estaba a punto de inaugurar los Juegos Olímpicos, precisamente en el estadio de la Ciudad Universitaria. Había que matar o encarcelar. Lo que fuera. Y murieron muchos y fueron encarcelados muchos, estudiantes y maestros universitarios. Y la Plaza de las Tres Culturas fue desde entonces un ícono de las contradicciones. Libertad de expresión, libertad de reunión, libertad de tránsito, represión, saña, balas, golpizas, detenciones arbitrarias, asesinato.
Ayer imaginé las luces de bengala que dieron paso a la balacera. Hay mucho escrito de aquella jornada. Sólo es cuestión de entrar a cualquier buscador de la Web.
Pero no le gustaría a nadie que la historia de sangre, dolor y lágrimas se repitiera. Y vaya que se repite en los micromundos mexicanos, como en Iguala, como en Tlatlaya… y los señores de la clase gobernantes tendrían que leer y releer el 68 para aprender a no hacer lo que entonces hizo Díaz Ordaz.
Y hay otro episodio también duro, sangriento. El Halconazo del 10 de junio de 1971 en el Casco de Santo Tomás. Soldados vestidos de paisanos, con armas de artes marciales, le tundieron duro a los politos de entonces y a todo lo que se movía. Y también mataron estudiantes.
Nunca más una masacre como la de la Plaza de las Tres Culturas. Nunca más otro Halconazo.
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