La Constitución de 1854 y la crisis de México
Algo socialmente grave se gesta en México
Sopla un viento con olor a flores de panteón
MÉXICO, DF, 2 de octubre de 2014.- La alegría, la fascinación, que causó en el corazón de la clase gobernante la aprobación de las más importantes, trascendentales reformas estructurales -que catapultarán a México al mundo industrializado (dios te oiga, don Enrique)- podrían ser -de hecho ya lo están siendo- borradas por una crisis política y social de dimensiones insospechadas
Como que se estuviese viviendo una situación «pre»… Como lo que experimentaron los mexicanos antes de 1910… o antes de los terremotos del 85…
En la sociedad mexicana se percibe algo raro, algo extraño, algo como malestar profundo, como insatisfacción, como angustia, como rencor, como deseo irrefrenable de venganza.
Ya sumamos muchos años de violencia; cientos de miles de cadáveres. Hace dos años, había la sensación de que el retorno del PRI hubiera podido ser un retorno a la paz que los mexicanos gozaron por lo menos durante cuatro décadas, contadas a partir del Halconazo del Jueves de Corpus del 71.
El gobierno prometió que acabaría con la violencia criminal. Ya era -ya lo es- demasiado el concubinato de autoridades corruptas, criminales, civiles, policiacas y militares, con los capos del narco -ahora le dicen como en Colombia, Maña-, con los barones del crimen organizado, no solo no se acabó sino que la violencia criminal ha crecido.
Los más recientes acontecimientos violentos en Michoacán, en el estado de México, en Guerrero, inclusive en el mismito campus de la Universidad Nacional, confirman que no sólo no se ha avanzado en el logro del objetivo de pacificación, sino que se está retrocediendo. Y que la violencia se está pintando de muchos colores, no sólo los de La Tuta.
Por supuesto que es difícil exterminar a un poder dentro del poder, una especie de Estado dentro del Estado. Las bandas criminales son poderosísimas, más cuando cuentan con la anuencia, con el apoyo, de políticos y gobernantes criminales.
Hasta es muy posible que don Joaquín Guzmán Loera, desde su propia celda en la cárcel, continúe administrando, organizando y ordenando a su ejército particular.
Que La Tuta lo hace, nadie lo duda. Y hasta el momento, ese jefe máximo de los autodenominados Caballeros Templarios pareciera que cuenta con la anuencia de quién sabe quién, o quién sabe qué, desde el poder político. Vaya pues: que autoridades de mucho peso hasta lo cuiden.
La violencia en el estado de México, propiciada por los mismos elementos de las fuerzas de seguridad que -lo dijo el procurador general- asesinaron a mansalva a presuntos criminales en Tlatlaya: una infamia que creíamos desterrada, luego de que pareció que el gobierno por fin entendió que significaba la expresión «derechos humanos».
Este hecho revela también que o las fuerzas federales siguen infiltradas por criminales o jamás entendieron que de lo que se trata es de imponer la ley, el llamado estado de derecho. No asesinar presuntos criminales.
En Guerrero, concretamente en Iguala, la represión en contra de estudiantes inconformes -por qué siempre que los inconformes en Guerrero salen a manifestar su inconformidad, salen perdiendo: 57 normalistas desaparecidos, y otros asesinados-. Y hasta quienes «ni la debían, ni la temían», como el camión del equipo de futbol de tercera división Los Avispones.
Hay policías consignados en Guerrero. Hay militares consignados por lo de Tlatlaya. Pero como que no se arregla mucho. Como que en el ambiente mexicano hay un fétido olor, algo hediondo. Perdón, algo que huele a mierda.
Los ataques de encapuchados en el campus universitario también son un signo. Algo va a pasar. ¿Un terremoto como el del 85? ¿Un movimiento masacrado como en el 68? ¿La reaparición de grupos «guerrilleros» urbanos? Quién lo sabe. Seguro que el Cisen y los servicios de inteligencia militar.
La inconformidad de algunos importantísimos sectores de la sociedad, como los jovencitos del Instituto Politécnico, también es indicadora de ese ambiente «pre» del que se hablaba al principio de este espacio.
La respuesta de la clase gobernante también es reveladora. Los gobernantes actuales no vivieron la violencia y la sanguinaria represión del 68 y del 71, y la guerra sucia de los años 70. Pero algo les advirtió de un gran peligro. Alguien les dijo que habría que parar el movimiento de los politos por la buena.
Y ojalá que así sea. Por la buena. Y no pararlo sino darle su lugar, reconocer su importancia. Porque, por supuesto, los politos tienen la razón.
Este viernes lo sabremos. No es de vencidas, sí, don Miguel Ángel, pero en sus diez puntos del pliego petitorio, los politécnicos tienen la razón. Si se cumplen a favor de los muchachitos. entonces el diálogo público del miércoles no fue un acto mediático.
Y más vale. Creo que hay conciencia, preocupación, en la clase política gobernante. No podemos reeditar las revoluciones sangrientas, o las represiones al estilo de aquel PRI fascista comandado por Díaz Ordaz, o Corona del Rosal, o Halconazo Martínez Domínguez.
Pero… seguro, que el ambiente es «pre»… ¿Presubversivo? ¿Prerrevolucionario? ¿Prerrepresivo? Dejémoslo en «pre». Y claro que hay para donde hacerse.
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