Cortinas de humo
Oaxaca, Oax. 5 de octubre de 2010 (Quadratín).- Había una vez un país en que uno de sus presidentes, era tan tonto, pero tan tonto, que cuando quería decir una cosa, no sabía si decía lo que quería o si no sabía lo que decía, y como esto ocurría constantemente, le tuvieron que poner un vocero que decía, que él sí había entendido al presidente y que le explicaba al pueblo la interpretación de lo que él pensaba que había dicho el gobernante.
Había una vez un país, en el que cada vez que había elecciones, los hombres, que anteriormente habían sido mentirosos, corruptos, traidores, arribistas e insensibles, en los momentos electoreros, por obra y gracia de su discurso, y por el dinero que pagaban a los medios de comunicación, por arte de magia, se convertían en hombres buenos, limpios, honestos, humanos y verdaderamente congruentes entre lo que hacían y lo que decían, pero, que una vez que ganaban las elecciones, volvían a ser lo mismo de antes, para volver a metamorfosearse cuando hubieran nuevas elecciones.
Había una vez un país en el que se descubrió un nuevo virus que mató a algunas personas y que agarró de sorpresa a las autoridades sanitarias, las cuales, informaron a su gobierno y éste decretó estado de sitio y excepción, lo cual hizo que paralizara y prohibiera durante más de 10 días las actividades, educativas, culturales, económicas y sociales en todo el país. Mandó a todas las personas a sus casas y promovió el uso de cubre-bocas, (como si el virus fuera del tamaño de una mosca o un mosquito) obligó a usar desinfectantes y prohibió que la gente se saludara de beso. ¡Estuvo a punto de prohibir el amor!
Había una vez un país en el que su presidente prometió dar empleos para todos y no cumplió, bajar el precio de los combustibles y los subió. Que le declaró la guerra a los narcotraficantes de su país y después de casi cuatro años de este enfrentamiento, habían muerto casi 28 mil hombres sin definirse quien le ganaba a quien.
Había una vez un país, en el que, cuando los fenómenos naturales producían tragedias en las poblaciones, los gobernantes se presentaban inmediatamente en el lugar del desastre, se metían entre el lodo y del agua, para solidarizarse con los afectados, se tomaban la foto con las víctimas o el video que los mostraba preocupadísimos por el sufrimiento de quienes lo padecían, pero que una vez que salían de ahí, se sabía que vivían, en zonas exclusivas para ricos y con todas las comodidades de una casa sólidamente edificada. Prometían ayuda que nunca llegaba y repartían cobijas aunque no hiciera frío, daban despensas de mayonesa, galletas, papel higiénico y frikos y declaraban ante todo el mundo que habían resuelto el problema de esos miles y miles de damnificados. Después, si los pobres infelices afectados por los desastres se organizaban y reclamaban, los acusaban de sediciosos, de inconformes y de buscar, intereses oscuros para, por último, declararlos desadaptados sociales que merecían la cárcel o la muerte.
Había un país en el que, en un remoto lugar se generaba una noticia, ésta era retomada por las autoridades del gobierno y retransmitida en cadena nacional y mundial, propiciando el apoyo del gobierno de los países, las condolencias del Papa, minutos de silencio por los parlamentos de ese país, ofrecimiento de apoyo internacional, movilización del Ejército a toda su capacidad, preparaciones de hospitales para curar a los heridos, paralización del tráfico de la ciudad para no entorpecer el movimiento de las ambulancias y toda una psicosis local, nacional y mundial.
Después se descubría que si bien había sido cierto, y hubo muertos en ese lugar, en otras partes del país y del mundo habían ocurrido tragedias peores y a estas no se les había puesto atención.
¡Claro que ese país no es México!
Porque en éste país, todas las cosas funcionan de otra manera.