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MÉXICO, DF., 29 de diciembre de 2014.- Tanto hombres como mujeres somos víctimas de un sistema de género que no es sustentable, justo, ni adecuado, planteó Lucero Jiménez Guzmán, del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM) de la UNAM, con sede en Cuernavaca, Morelos.
La doctora en sociología por esta casa de estudios refirió que por largo tiempo hablar de género fue sinónimo de mujer, y esto es explicable porque todos los estudios tenían que ver con la subordinación de ellas, “cuestión que prevalece y que es lamentable”; sin embargo, luego surgió una nueva mirada, concebida como las relaciones entre los géneros.
Entonces se comenzaron a analizar las problemáticas de los varones, a partir de la convicción fundamental de que la masculinidad, como la femineidad, es una construcción social y que existen diferentes maneras de ser hombre.
Al respecto, la integrante del Sistema Nacional de Investigadores señaló que hay una masculinidad estereotipada de quienes cumplen con la imagen social aceptada de ser el típico macho, que tienen relaciones de pareja simultáneas, una paternidad distante y ejercen brutalmente su poder porque son proveedores.
No obstante, esa condición hegemónica también incluye la imposibilidad cultural, social e histórica de que manifiesten sus emociones, de que acudan a terapia psicoanalítica para comprender sus problemas o de que lleven a la práctica la medicina preventiva, porque se asumen como invulnerables. Además de esta masculinidad dominante, existen otras maneras de ser hombre.
Jiménez Guzmán explicó que hay factores que han posibilitado cambios en las relaciones de género; ejemplo de ello es la incorporación de la mujer al trabajo remunerado y a la educación, que en los últimos 50 años ha sido impresionante.
Sin embargo, los grandes cargos económicos y políticos del mundo, las decisiones importantes, en su inmensa mayoría aún están en poder de los varones, mientras ellas enfrentan de peor manera, por ejemplo, empleos mal pagados.
Otro hecho incontrovertible es que casi todo el trabajo doméstico lo desarrollan las mujeres, aunque laboren fuera de casa; incluso “nosotras lo asumimos como parte de nuestras responsabilidades. Eso demuestra lo poderoso que es el sistema sexo-género, que está tan internalizado en la sociedad y en cada sujeto”.
Se requiere una transformación en el modelo, porque se habla de una paternidad más afectiva, responsable y cercana, pero los hombres deben trabajar tres turnos; el discurso no corresponde con la realidad. De poco sirven leyes adecuadas o declaraciones internacionales, “cuando todo está hecho para que ni unos ni otras tengamos tiempo de construir una buena calidad de vida”.
La universitaria consideró que no se ha contribuido lo suficiente para una nueva formulación o construcción de la masculinidad, que tendría que ser más democrática, alternativa, horizontal y sin un ejercicio brutal del poder.
Lo que se tendría que hacer, precisó la experta, es desmontar el sistema de género prevaleciente, esforzarse más en términos de igualdad, de las mismas oportunidades, y que eso sea algo que todos consideren justo.
Existen atribuciones que se hacen por el solo hecho de haber nacido con un sexo o el otro, y que no tienen nada que ver con la naturaleza, sino con lo que construimos socialmente. Por ello, es momento de que la inteligencia, la ternura o la capacidad de criar niños sean consideradas posibles en todos los seres humanos.
Estudios realizados por la universitaria muestran cómo los hombres que han sido sustento de su hogar y dejan de serlo “viven una crisis de identidad, porque en ellos se construye a partir de proveer, sobre todo en lo económico, y de ser los ‘fuertes’ en ese binomio de lo que es femenino-masculino”.
Ante esa situación, consideran que no tienen derecho a nada y muchas veces sus familias y sus pares de género les hacen sentir que de verdad son unos fracasados.
Hay poca capacidad para comprender que son víctimas de un modelo económico excluyente; el problema se asume como una falta personal y eso los deprime. A eso se aúna que no pueden manifestar lo que sienten ni pedir ayuda, por lo que “no es de extrañar el aumento de la violencia intrafamiliar, el alcoholismo, la farmacodependencia y que muchas veces acepten dedicarse a cualquier actividad para tener dinero, en un mundo donde el valor que prevalece es ése”.
Luego de realizar estudios en México y Argentina “pudimos ver que para ambos países, en la clase media ilustrada, con buenos trabajos, los hombres desempleados o en situación de precarización padecen una crisis profunda de identidad, pero a los mexicanos les va peor porque aquí el machismo es más fuerte y menor la posibilidad de pedir ayuda de cualquier tipo, como la psicológica”.
En nuestra nación ellos no asisten a servicios de medicina preventiva, no prevén los padecimientos, pues no cuidar de su cuerpo es un elemento de la masculinidad hegemónica, y es grave que las mujeres los imitemos en aras de una igualdad mal entendida, precisó.
En Argentina también se presenta esa crisis, pero no tan grave, porque el género femenino se ha incorporado al mercado laboral hace mucho tiempo, las tareas del hogar se reparten de manera más equitativa; asimismo, en otros países, como algunos europeos, se cuenta con seguros de desempleo y apoyos, de los cuales carece la mayoría de mexicanos.
La coordinadora del proyecto multinacional Jóvenes en Movimiento en el Mundo Globalizado –en colaboración con investigadores de Argentina, España y Chile– urgió a modificar el modelo de género prevaleciente, enraizado en un discurso de milenios, y destacó el compromiso de la Universidad en la formación de las nuevas generaciones con una ética más igualitaria, así como en el desarrollo de proyectos de investigación para visibilizar los procesos de exclusión.