Día 23. Por oportunismo, crisis en Ciencias Políticas de la UNAM
Más allá de Aristegui: La prensa, sólo un poder subsidiario
MÉXICO, DF, 12 de abril de 2015.- En medio de las pasiones de una sociedad militante que carece de líderes políticos y opciones partidistas, del sentimiento antisistémico que no tiene formas de expresión institucional y de la ausencia de un periodismo político a la medida de las exigencias de la transición que no ha podido llegar a la instauración democrática, el affaire Carmen Aristegui quedó al final de cuentas como un catalizador de sentimientos, sensaciones y hasta frustraciones sociales.
Pero lo malo de estas situaciones extremas de polarización social, las crisis no permiten reflexiones y por tanto una sólo retroalimenta a las que vienen. La propia Aristegui se aferró al modelo Luis Echeverría de los años setenta que la sociedad mexicana en realidad no popularizó en cuanto a conocimiento de la realidad. ¿Pues qué hizo Echeverría con Excelsior?, se debieron de haber preguntado los jóvenes.
Cuando los corresponsales en Vietnam comenzaron a salir a las zonas de combate simplemente a comprobar si las batallas informadas por el Pentágono en realidad habían ocurrido y se encontraron con un mundo de mentiras y por tanto sus primeros reportes contradijeron los boletines, el secretario de Estado Dean Rusk fue a la zona caliente no tanto a supervisar la guerra sino a regañar a los periodistas: ¿quién votó por ustedes?, como si el voto otorgara la legitimidad al crimen del Estado y del poder. La política de información del Excelsior de Scherer fue muy a la Stendhal: el espejo que reflejaba los lodazales del camino.
El gran debate que reabrió por enésima ocasión un conflicto de despido de periodistas críticos es el mismo de siempre: ¿cuál es el perfil de la prensa, para qué sirve? Y las respuestas van desde la apatía hasta la suplantación de funciones: la prensa es un poder en sí mismo o en el peor de los casos un contrapoder. Puede ser. Pero aquí se va a ensayar una nueva hipótesis de trabajo: la prensa es un poder subsidiario; es decir: prestado por la inexistencia de poderes reales. La prensa carece de militantes, si acaso tendrá algunos seguidores fieles y apasionados. Pero las denuncias en la prensa sólo contienen abusos y no los evitan. De ahí el razonamiento: la prensa crítica subsidia la inexistencia de sectores sociales con capacidad real de modificar el rumbo de la sociedad. En sociedades realmente republicanas la prensa crítica denuncia abusos pero no genera tendencias de clase.
El principio de subsidiaridad es propio de sociedades de bajo desarrollo político: las sociedades y sus liderazgos prefieren la suplantación momentánea de funciones, que la definición de clases. Extraña que la izquierda ideológica no haya razonado la crisis de la prensa: la prensa crítica es una superestructura ideológica que juega un papel clave en la construcción de hegemonías; la prensa crítica forma parte de los liderazgos intelectuales. Por tanto, la prensa crítica también subsidia la inexistencia histórica de una izquierda independiente en lo ideológico y en lo político.
El papel de la prensa crítica así ha sido en la historia de México: en la Reforma suplió las masas del partido liberal, en el porfirismo fue castigada y cooptada, en los años prerrevolucionarios fue el espacio de propuesta radical contra el tirano, en el ciclo de los jefes revolucionarios perdió la legitimidad ideológica por el peso del pensamiento histórico de la Revolución Mexicana y quedó de rehén de una burocracia ineficaz y rapaz, en los años del priísmo la prensa crítica subsidió la inexistencia de una sociedad de masas y de clases contra el dominio ideológico del PRI y su legitimidad histórica.
La alternancia partidista en la presidencia de la república en el 2000 fue precedida por el papel fundamental de la prensa crítica en la deslegitimación del consenso histórico de las élites priístas y el control cultural, ideológico y educativo del Estado: el presidente de la república y el PRI eran las instituciones de la Revolución; por tanto, criticarlas era ir contra la historia. El pensamiento progresista de los sesenta y los setenta –sobre todo las revistas El Espectador, Política y el suplemento La Cultura en México— criticó los vicios y los abusos pero no la esencia ideológica del absolutismo del régimen priísta: el símbolo de esa crítica fue Carlos Fuentes y su apoyo acrítico al gobierno de Luis Echeverría porque se podía ser progresista, cardenista y revolucionario sin ser priísta.
Queda también para el anecdotario de la dialéctica progresista: cuando un candidato a diputado del PRI –el líder campesino Humberto Serrano– fue revelado como el responsable de la invasión del predio de Paseos de Taxqueña que inició el golpe institucional contra el Excelsior de Julio Scherer García, el intelectual progresista Fernando Benítez tronó diciendo que si ese candidato ganaba la elección, él, Benítez, renunciaría a su puesto simbólico en el consejo consultivo del IEPES del PRI al que pertenecía, decía, sin ser priísta; Serrano llegó a la Cámara y Benítez nunca renunció al IEPES.
LA PRENSA NO ERA CRITICA; LA HICIERON A PALOS
La prensa crítica nació con la insurgencia. El 10 de noviembre de 1810 las Cortes de Cádiz aprobaron el “Decreto de la libertad política de la imprenta” en el que en su caracterización llevaría su penitencia: la imprente –para edición de libros y revistas– debía tener libertad política. Y en su considerando único, el decreto establecía la función política de la prensa:
“Atendiendo las Cortes generales y extraordinarias á que la facultad individual de los ciudadanos de publicar sus pensamientos é ideas políticas es, no solo un freno de las arbitrariedad de los que gobiernan, sino tambien un medio de ilustrar a la Nacion en general, y el único camino para llevar al conocimiento de la verdadera opinion pública (sic por la falta de acentos y por las mayúsculas del castellano clásico)”.
Así, la prensa nació con dos objetivos: frenar los abusos del poder y educar a la sociedad. Ese decreto, por cierto, fue escondido por el Virrey de la Nueva España y sólo fue publicado en Diario de México hasta 1812; el entonces periodista rebelde Carlos maría de Bustamante recibió esa difusión en el número uno de su revista satírica Juguetillo con una frase que llevaba efectos distorsionadores: “¿Conque podemos hablar?” El decreto no duró mucho. El virrey comenzó a cerrar medios y encarcelar periodistas por ejercer la libertad política.
El papel de la prensa ha sido, siempre, la de agitadora de conciencias o la de controladora cultural; el primer caso ocurre en sociedades medio abiertas y el segundo es clásico en regímenes autoritarios. En ambos casos se percibe la inexistencia de una sociedad política; así, la prensa subsidia en los hechos la falta de una oposición activa, el ocultamiento de una sociedad temerosa a organizarse fuera de los canales institucionales y la escasez de instituciones democráticas.
Así, la prensa crítica es tolerada y hasta alentada –Echeverría y Salinas de Gortari en el inicio de sus sexenios– en tanto que no genere una organización de la sociedad o en tanto que sus denuncias tampoco promuevan el aglutinamiento opositor de la sociedad. En los fases más intensas de represión de la prensa crítica en el largo régimen priísta –1929-2015, incluyendo los modos priístas de los dos sexenios panistas–, la prensa crítica subsidió la carencia de un sistema democrático de partidos, el modelo piramidal del ejercicio del poder presidencial absolutista, el control de la oposición en las instituciones legislativas, la organización corporativa de la sociedad y la falta de una democracia real. Paradójicamente la prensa crítica llegó a ser inclusive coartada del régimen autoritario priísta para ofrecerse como democrático en el exterior.
En este sentido, la prensa crítica se colocó en la superestructura de la superestructura gramsciana; es decir, dentro de la élite cultural de la élite intelectual, en una especie de muñeca Matrioska rusa: una dentro de otra. En los años del autoritarismo diazordacista, la prensa crítica se sometió al poder aunque buscó algunos resquicios, como lo ejemplifica la no tan aleccionadora ni sentimental de Julio Scherer García como director de Excelsior durante el movimiento estudiantil de 1968. En los años del aperturismo tramposo de Echeverría también ese Excélsior jugó en los extremos y perdió; en ambas fases, el sistema político carecía de oposición y de sociedad, y el papel de contrapoder quedaba en una prensa sin fuerza interna y sin fortalecimiento social.
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