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MÉXICO, DF, 23 de noviembre de 2014.- Hacia una caracterización de la crisis Agotamiento del sistema, no del Estado
Desde hace tiempo algunos analistas políticos y algunos protagonistas de la coyuntura acuden con pasmosa facilidad al señalamiento de que México es un Estado fallido y a partir de ahí concluyen con el argumento de que la explosión social está a la vuelta de la esquina. Sin embargo, las crisis no han sido de rupturas sino de agotamiento de instrumentos del poder.
En toda república hay cuatro espacios globales: el Estado, el sistema político, el régimen y la nación. El primero abarca la totalidad de las relaciones sociales, el segundo tiene que ver con la funcionalidad de partidos e instituciones, el tercero representa la forma de gobierno y la cuarta es la sociedad organizada.
La actual no es una crisis de Estado porque los poderes están funcionando por sí mismos y en relación con los sectores involucrados en sus decisiones; si acaso, grupos localizados desconocen decisiones de algunos poderes que los involucran directamente, pero respetando otras decisiones. El dato más significativo fue la partición del PRD en el debate energético y después la toma de posesión del PRD de la presidencia de las dos cámaras.
El régimen sigue siendo representativo y federal, a pesar de que algunos grupos radicales –los maestros de la 22 de Oaxaca o antes el EZLN– buscaron cambiarlo por uno de democracia directa y a mano alzada. Y la nación sigue funcionando en relación al mandato constitucional.
En cambio, lo que está en crisis es el sistema político como mecanismo de interrelación entre diferentes grupos, espacio de intermediación de demandas sociales y equilibrio electoral de representación de las diferentes formaciones políticas e ideológicas. Sólo para ajustar sus espacios, el sistema político está formado por el presidente de la república, los partidos políticos, el crecimiento económico con distribución social, los acuerdos y entendimientos con fuerzas fuera del sistema y la cultura política.
El sistema fue fundado por el PRI en 1929 luego del asesinato del presidente ganador en 1928 Álvaro Obregón, adquirió estructura de poder autónoma en 1938 con la creación de sectores corporativos, se fusionó con el Estado ya como PRI en 1946 y finalmente Salinas de Gortari separó al Estado del partido para poder entronizar su modelo de desarrollo neoliberal.
A pesar de vaivenes autoritarios y de rebeliones sociales permanente, el Estado y el sistema político funcionaron a la par hasta 1992 en que Salinas echó del PRI la ideología de la Revolución Mexicana. El partido sin el Estado no sólo ha podido sobrevivir sino ser más funcional por sí mismo que con el lastre de un partido exigente en beneficios y con pocas aportaciones.
En cambio, el PRI comenzó a perder posiciones cuando fue abandonado un poco por el Estado y su papel como partido-sistema fue sustituido por mecanismos de intermediación social políticamente más baratos, como el Pronasol y sus versiones posteriores. Pero a la larga, el Estado sin el partido perdió funcionalidad y ha ido encarando crisis tras crisis sin poderlas solucionar porque las demandas hubieron de necesitar espacios políticos más abiertos.
Las crisis económicas de 1976, 1982, 1988 y 1995 pudieron resistirse en función de los mecanismos de estabilización y absorción de conflictos que tenía el PRI. A casi medio siglo de distancia, sólo el PRI pudo haber atemperado el colapso social del 68 en Tlatelolco y ahora se ve que la ausencia del PRI hace difícil al gobierno, al presidente de la república y al Estado avanzar en la solución del Politécnico y de la normal de Ayotzinapa.
De ahí el argumento de que la crisis actual de México no es del Estado ni del régimen sino del sistema político. Las posibilidades de modernización política en una crisis depende de los mecanismos de intermediación; y como todas las reformas pasan por los partidos y por el congreso, entonces es en el PRI donde estaría atorándose la crisis política. Como la relación del Estado con la sociedad se da en función del poder ejecutivo y éste depende para su funcionalidad de su partido, la ausencia política del PRI en la actual fase impide administrar, negociar y apurar algunas reformas institucionales.
Por tanto, la crisis actual de México no es terminal; es una crisis de sistema político, de funcionalidad del partido y de relación equilibrada entre demandas sociales y ofertas gubernamentales. A partir de la caracterización que hizo Samuel Huntington de la relación demandas-ofertas en las sociedades en transición democrática, la de México es una crisis típica de ingobernabilidad. La gobernabilidad es el equilibrio que existe entre demandas sociales de cambio institucional y la velocidad en que los gobiernos ajusten las instituciones a nuevas correlaciones sociales y políticas.
La caracterización de la crisis podría permitir la definición de un programa de negociación de cambios políticos. Por ejemplo, el presidente Peña Nieto apresuró las reformas educativa y energética pero sin prever los efectos políticos y partidistas. Y al final, la crisis de Ayotzinapa podría obligar al gobierno federal a reducir los alcances de la reforma educativa porque no atendió los desajustes sociales en el sector.
Mientras el PRI no se sume al rediseño de modelo de desarrollo, el ejecutivo y los sectores directamente involucrados en las reformas difícilmente podrán llegar a puntos de inflexión porque las olas opositoras ya le tomaron la medida al gobierno y entendieron que las marchas callejeras con dosis de violencia podrán frenar los alcances de algunas reformas.
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