Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
OAXACA, Oax. 15 de octubre de 2014.- Titulares de impacto ayer en la prensa: “Se prende el conflicto; normalistas queman el Palacio y vandalizan el Congreso de Guerrero” (Excélsior)… y por ahí, el resto de los medios coinciden.
No sabemos si pueda haber algo más simbólico que ver en llamas una sede del poder… en Guerrero o en cualquier otra parte.
La violencia en Chilpancingo no es espontánea, tampoco es sólo consecuencia de la tragedia de Iguala. La desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa fue sólo el chispazo que incendió la pradera caliente.
En Guerrero hay un vacío, afirma el presidente de la República; tiene razón… es el vacío creado por el abandono, la indolencia, el crimen y la miseria, toleradas por una autoridad ausente.
La noche trágica de Iguala no habría ocurrido si los límites de la ley, el pudor, incluso la ética, no hubiesen cedido su lugar al abuso y la impunidad, al uso patrimonial del poder patentado por los caciques regionales, estatales y municipales… por las mafias del poder.
Hubo avisos de sobra.
En la sierra y en la costa guerrerenses se encendían intermitentes las luces de alarma… pero todos decidieron ignorarlas. Quienes hoy buscan apagar las llamas al parecer nunca las temieron.
Hoy, cada minuto vale oro; las horas pasan carísima factura a todos los niveles de gobierno.
El poder federal está arrinconado. La demanda de justicia en lo local, la denuncia de impunidad en lo nacional, y la imagen de barbarie difundida en el mundo, se mezclan para darle masa a la peor crisis política del sexenio.
Los normalistas de Iguala y los muertos de Tlatlaya han enviado a otra fosa clandestina la intención reformista… al “mexican moment” se lo está llevando el carajo.
En medio de la tormenta perfecta, Ángel Aguirre lucha, se aferra, intenta conservar un control artificial.
En Guerrero, la gobernabilidad ha desaparecido y la presencia del mandatario parece ayudar poco. Los inconformes exige su cabeza, los empresarios cuestionan su permanencia… y la sociedad se lamenta, y se la mienta; desde hace mucho, el Gobernador ya no es parte de la solución… es el problema.
Vista con frialdad, la renuncia de Ángel Aguirre de poco serviría.
Hacerse a un lado no resolvería la profunda descomposición de las instituciones guerrerenses, nada cambiaría por arte de magia, sin embargo, hay quienes dicen que una eventual salida del gober dudoso liberaría presión a la olla guerrerense.
Con el proceso electoral en marcha, ni siquiera queda claro el valor de Aguirre para los intereses perredistas. Solo así se entiende el repentino y sospechoso silencio de Carlos Navarrete tras la defensa férrea de la semana pasada.
Pero en esta catástrofe, no toda la responsabilidad es de Ángel Aguirre.
El Senado de la República también contribuye con su ausencia al desastre guerrerense; los padres legisladores, ocupados en otras cosas más importantes –vaya usted a saber cuáles– nunca cumplieron con su obligación de vigilar la marcha del estado. Hasta ahora, senadores y senadoras –desde su zona de confort– han sido mudos testigos de la debacle; no se atreven a tomar al toro por los cuernos; se hacen de la vista gorda cuando a ellos les toca pronunciarse y de ser necesario, declarar la desaparición de poderes en un estado sobradamente fallido, como propone el panista Jorge Luis Preciado.
EL MONJE LOCO: En Guerrero rojo, de las lunas, la de octubre no es más hermosa. Al final del túnel no hay luz, sólo más y más inframundo. Como van las “fosas”, la revuelta guerrerense calará tan hondo como sus protagonistas quieran. La suma de pumas universitarios, oaxaqueños iracundos –entre maestros de la “22” del SNTE y estudiantes de la normal rural de Tamazulapam– y rijosos normalistas michoacanos de Tiripetío y Cherán, son más rayos y centellas; más candela. Nada ni nadie podrá pararlos sin violencia… menos si aparecen muertos los 43 de Iguala.
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