Diferencias entre un estúpido y un idiota
MÉXICO, DF. 19 de abril de 2014 (Quadratín).- Los ruidos se han ido instalando en nuestra vida diaria y son factores reales de riesgo para nuestra salud física y mental. Ruidos de dentro y ruidos de fuera. Ruidos interiores: inquietudes, fobias, congojas, ansiedades, dudas, depresiones que salen de la mente y del corazón y no nos dejan vivir en paz. Ruidos exteriores: tráfico de coches, motos, autobuses, máquinas limpiadoras, obras en la calle, televisores, radios, bares, discotecas, fiestas, altavoces a todo trapo, gente que habla a gritos que nos llevan al borde de la histeria.
Dolores de cabeza, tensión arterial, sudor, temblor, estrés, vértigo, fatiga crónica, nerviosismo, falta de concentración, angustia… son, entre otros muchos, algunos de los efectos nocivos del reinado invasor y dictatorial del ruido.
Si la dialéctica ruido-silencio preocupa en el mundo de los adultos, es en el mundo juvenil en donde más connotaciones negativas tiene. “He nacido”, escribe Fernando Pessoa en El libro del desosiego, “en un tiempo en que la mayoría de los jóvenes ha perdido la serenidad, y se entregan, atareados por fuera del alma, al culto de la confusión y del ruido”. Palabras duras, en efecto, y reveladoras de nuestra situación.
En recientes estudios realizados con jóvenes y adolescentes (sobre todo entre los que viven en grandes urbes) se ha comprobado que, al estar tan sumergidos en la vorágine de los ruidos de la vida moderna, un gran número de estos chicos y chicas no ven problema alguno en su martilleo constante y dañino, en la atmósfera ruidosa que respiran, a pesar de que muchos de ellos presentan síntomas destructivos. Se ha comprobado que no son capaces de distinguir con claridad el silencio del sonido y el ruido. Los jóvenes adolescentes (sobre todo los de ciudad) están sometidos a tales niveles de ruido de toda clase y origen, que, incluso, en muchas circunstancias, el silencio los aturde y desorienta.
Cuando esos jóvenes y adolescentes van cambiando su modo de pensar, y en un alto porcentaje anhelan disfrutar de ese difícil silencio exterior e interior, como bálsamo necesario para poder vivir en este mundo tan duro, ruidoso y agresivo.
Existe lo que podríamos llamar una soledad activa, un silencio activo, en la que sentimos la dicha de volver a encontrarnos con nosotros mismos después de haber estado absorbidos por otras solicitudes que enajenan nuestra intimidad. Lo que debemos rechazar es el silencio no buscado, empobrecedor, deprimente, que nos aniquila y, por otro, los ruidos estériles, de todo calibre y condición que nos amenazan y roban nuestra intimidad.
El silencio liberador, aquel que inspira sentido y vigor a nuestra vida es una actitud vital que se conquista con esfuerzo y constancia.
Para saber que piensan sobre este tema, propuse a un grupo de jóvenes de ambos sexos, de entre 22 y 35 años, una serie de cuestiones.
Muchas veces la calidad de vida no es principalmente progreso, lucha, agitación y ruido aturdidor, sino silencio, interioridad, sosiego, encuentro con uno mismo… Escriben Benjamín García Sanz y Francisco Javier Garrido, en su libro La contaminación acústica en nuestras ciudades, que todos, padres, educadores, medios de comunicación, sociedad en general, “deberíamos educar de forma decidida a nuestros jóvenes para que puedan pasar de la cultura del ruido a la cultura del silencio”, para que transiten sin traumas del desasosiego a la calma, de la superficial extraversión a la afirmación serena y silenciosa de su Yo más verdadero.
En su artículo El silencio, camino de libertad, el obispo Manuel Sánchez Monge afirma que “la ausencia de silencio denota vacío interior; y es precisamente en el exceso de palabras inútiles de donde nace tanto aturdimiento, tanta superficialidad, tanta ligereza como padecemos los hombres y mujeres de hoy”.
El silencio interior es surtidor de alegría y equilibrio personal. Nos acerca al verdadero sentido de nuestra vida, ése que nos ha robado el mundo ruidoso y consumista que nos rodea, ése que nos atosiga y aturde con falsos problemas, con inquietudes y anhelos desmesurados, con palabrería vana, con estrépito inarmónico. El silencio interior ilumina nuestra verdad más profunda. Porque no hay que olvidar que las acciones más hermosas y las palabras más bellas brotan siempre, como agua clara, del hontanar sereno del silencio.
José Luis Rozalén Medina
Catedrático de filosofía