
Mujeres de San Antonio de la Cal logran la tlayuda más grande del mundo
Oaxaca, Oax. 20 de abril del 2012 (Quadratín).- Hace 30 años el Jalisciense González Gallo escribió que su ciudad favorita en todo México era Oaxaca y yo estaba de acuerdo. Poco antes de esa época había visitado por vez primera la ciudad de Guanajuato, que me pareció, por supuesto, bella, interesante, atractiva, pero sin alcanzar la majestad de Oaxaca, por lo que coincidí entonces con el Jalisciense.
Tres décadas después las cosas han cambiado. Guanajuato es cada vez más atractiva porque ha cuidado la armonía de su patrimonio arquitectónico con su entorno y Oaxaca, con excepción de su centro histórico, es cada vez más desordenada, enmarañada y con asentamientos irregulares que devoran sus prominencias circundantes.
En Guanajuato tomaron la sensata decisión de reglamentar que las nuevas construcciones alrededor de su centro histórico, sin importar la distancia, simplemente armonizaran con el estilo de las antiguas; que siguieran una pauta, un estilo; que afianzaran una identidad, que reforzaran una valiosísima herencia cultural.
Hoy las diferencias son evidentes. La ciudad de Guanajuato es cada día más bonita, más homogénea, más atractiva y el entorno de libre arquitectura de Oaxaca es cada día más irregular, sin rumbo, sin sentido, sensiblemente caótico. Y aun dentro de los límites del centro histórico, que se supone está reglamentado, este es el problema al que nos han orillado los peregrinos de la arquitectura, cuya vanidad profesional, cuyo egoísmo individual les hace afirmar, sin profundizar, sin comprender donde están, que ellos tienen derecho a dejar la huella de su arquitectura actual, contemporánea, por la cual les juzgara la humanidad en el futuro.
Y Yo estoy de acuerdo, que lo hagan, que innoven, que creen, que transformen, pero en los espacios adecuados, donde no afecten lo que hicieron sus antecesores, donde no irrumpan con ideas supuestamente revolucionarias trastocando entornos y afectando herencias.
Un claro ejemplo de lo anterior es la parte posterior del Ex convento de San Pablo, cuyo rescate y restauración responde al generoso patrocinio de Don Alfredo Harp Helu, a quien todos los oaxaqueños admiramos y apreciamos, pero finalmente humano no puede supervisar todo lo que acontece a su alrededor y sucede que su arquitecto, cuyo nombre no merece mencionarse, llevó a cabo la iniciativa de construir hacia la calle de Fiallo un muro plano, con líneas rectas y materiales ajenos a la identidad arquitectónica de Oaxaca, para dejar según él, ¿¿la impronta de su huella, la gloria de su paso por Oaxaca, para que la historia de la arquitectura mundial tome nota de que fue capaz de proponer algo diferente??, y lo hizo sin importarle el sentido común y las preferencias de los habitantes de una ciudad que es simple y llanamente, antes de su llegada, Patrimonio Cultural de la Humanidad.
¡Qué adefesio! ¡Qué horror! son las frases que escucho de todos al referirse a ese muro ¿Por qué no consultaron? ¿Quién lo impuso? ¿Por qué se hizo? ¿Por qué no se utilizo la cantera que nos define, que nos da personalidad? el arquitecto innombrable debe saber que lo que destaca de la bellísima ciudad de Oaxaca no son sus edificios individuales, -que los tiene y sobresalientes-, sino la armonía del conjunto, el ritmo de los parámetros, la secuencia de las alturas, la homogeneidad en los vanos de sus puertas y ventanas, el equilibrio de sus líneas, en síntesis, la armonía, que define la profundidad de su notable belleza.
Hoy este arquitecto, cuyo nombre ni siquiera merece citarse, ha roto con su muro ajeno y frío, distante, la poética belleza de una ciudad como Oaxaca, que ha sido elogiada por los viajeros de todos los tiempos. [email protected]