Economía en sentido contrario: Banamex
OAXACA, Oax. 26 de diciembre de 2014.- El 26 de diciembre de 1890, Ignacio Manuel Altamirano, “el indio con alma de griego”, le escribía una carta a Francisco Sosa agradeciéndole el haberlo obligado prácticamente a escribir en un lapso de tres días, la que sería una de sus obras más memorables: La Navidad en las Montañas.
Releyendo la brevedad de sus páginas me pregunto qué ha pasado en México. No puede ser enteramente culpa de sus gobernantes, ni de su clase política. Lo urgente nos hace olvidar lo importante y lo valioso. Hoy, parece, que solo de pan vive el hombre.
¿Qué celebramos actualmente con la navidad? Con cada lustro, la celebración se convierte en pretexto para la fiesta, para la exaltación, para el hedonismo. Con cada año, la navidad deja de tener simbolismos. Con la crisis de valores, las religiones también entran en crisis. En épocas de hombres corruptibles y corrompidos, hasta los condominios de dios pierden credibilidad y dejan de ser suelo sagrado.
Como en la política, las iglesias son los partidos de la divinidad y no importa qué tan nobles y elevados sean sus principios y sus estatutos si se dejan a la libre interpretación de sus jerarcas mortales que han demostrado, en más de una ocasión, ser más carne que espíritu. Lo bueno es que en Oaxaca no tenemos de esos…
Ponga usted –amable lector- los nombres.
La Navidad ha dejado de significar una sola cosa; ha dejado de tener un solo simbolismo. El hijo de Dios, para la gran mayoría, es solo yeso en los “nacimientos” y el acontecimiento –se supone- más importante en la historia de la humanidad, se celebra y festina solo en función de la pirotecnia y del alcohol. En el mejor de los casos, la navidad sirve solo para honrar a la familia y es el recordatorio anual de que debe permanecer unida.
El Antes de Cristo y el Después de Cristo son solo referentes para las tediosas lecciones de los textos escolares; se ha convertido en la unidad de medida de la historia. Para las nuevas generaciones, Jesucristo ha dejado de ser lo que se supone que debe ser, para convertirse en una suerte de superhéroe de comic.
“Hoy puedo decirte que tu muerte ha sido en vano, pues tus hijos se matan con su propia mano. Tu obra ha terminado, desclávate por favor… perdiste la guerra, el horror ya comenzó”, le cantaba Arturo Huizar al Galileo desde el inicio de los ochentas.
Algún despistado, podrá percibir que esto lo escribo con regocijo o convicción impía. Nada más equivocado. Los seres humanos necesitamos creer para poder amar; sobre todo para reencontrarnos con la práctica de ese deporte que dejó de satisfacernos en algún punto del camino: amarnos los unos a los otros.
En los tiempos de la televisión y el homo videns y en las vísperas del reinado de la cibernética, es estúpido seguir pensando que la religión es “el opio del pueblo”. ¿Qué es una religión sino un código moral? ¿Qué es una iglesia sino su escuela? Entre tanta rabia, resentimiento, encono, antipatía, disputas políticas; entre izquierdas y derechas, la respuesta ha de ser el amor.
No sé cómo, pero debemos encontrar una fórmula que nos permita retomar el rumbo y entender que aquí estamos de paso, que nuestra tarea y principal misión es dejar la casa mejor que como la encontramos.
Y esa encomienda no debe ser exclusiva de mujeres y hombres de religión. Ya lo dijo Leñero en “El Evangelio de Lucas Gavilán”: “Lo único que puedo decirle y hasta jurarle es que hay ateos más cristianos que los cristianos, y cristianos más ateos que los ateos”.
La palabra clave es pues, el amor, que a estas alturas son más las confusiones que las epifanías que despierta.
Feliz Navidad…
@MoisesMolina