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Consejo de la “caricatura”, Servil al Gobierno
A ti me entrego, oh Dios, por muchas deudas.
Por ti fui hecho, y para ti, primero,
y cuando decaí, compró tu sangre
lo que antes de caer era ya tuyo.
John Donne
OAXACA, Oax. 6 de noviembre de 2015.- “Muerte, no te envanezcas, aunque algunos te llamen poderosa, pues no lo eres”, escribió el poeta John Donne en versos que son parte de la imaginación popular anglosajona. Para los hablantes de inglés, los llamados poetas metafísicos ocupan el lugar que entre los hablantes del español tienen autores como Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, o sor Juana Inés de la Cruz. Todos ellos fundieron a una obligatoria reflexión religiosa sobre la caducidad de la existencia, una apasionada expresión amatoria.
Esta poesía de intensa vividez, con un discurso que desnuda la indefensión de la criatura humana frente a la muerte y ante la omnipotencia divina, es mal conocida entre nosotros. Hemos olvidado a las magníficas voces místicas de nuestra lengua, y por consiguiente, mal podemos conocer las de otros idiomas.
Al presentar en escenarios oaxaqueños los Sonetos Sacros de John Donne, el mayor poeta metafísico inglés, un grupo de artistas locales ha recuperado, para nuestra fortuna, una obra literaria cuyo contenido esencial nos coloca frente a nuestra propia fragilidad en un tiempo en que, en vano, intentamos olvidar que somos humanos con toda clase de distracciones tecnológicas.
Mariana Cantú Garza encabezó con su muy atinada interpretación de los Sonetos Sacros de Donne, una iniciativa escénica en la cual la acompañan con sobresalientes interpretaciones de música sacramental el Coro de la Ciudad de Oaxaca, conducido por Israel Rivera Cañas, acompañados por el pianista Oscar Martínez García. La teatrista Silvia Martell se ha encargado del trazo escénico de esta recomendable conjunción de poesía y música, con admirable economía de recursos.
Donne, quien vivió de 1572 a 1631, fue un poeta de gran fama en la época isabelina, inclusive más respetado que Shakespeare en su momento. A esto contribuyó la condición clerical de Donne, quien además de autor fue sacerdote de la fe anglicana, aunque provenía de una familia católica. Como predicador no tuvo en sus días quien lo aventajara; sus sermones fueron reverenciados, en sucesión, por una reina y dos reyes británicos, y el clérigo llegó a ser deán de la catedral de San pablo en Londres gracias a su elocuencia.
Además, Donne fue uno de esos poetas que supieron cultivar en su poesía profana una irresistible emoción erótica con la cual lograban una poesía de contrastes, al contraponer sus efusiones amorosas con estremecedoras consideraciones sobre la fugacidad de la vida. En el siglo 20, el gran poeta y crítico T. S. Eliot recuperó para los lectores estas virtudes de la literatura isabelina.
Para estos Días de Muertos, partiendo de la plástica versión española de Antonio Abellán, Mariana Cantú recuperó con terso apasionamiento los sonetos de Donne, combinando su voz suavemente modulada con los acentos conmovedores del Coro de la Ciudad en un repertorio que incluyó, en resonante armonía, un Requiem, un Kyrie y otras piezas de la música sacramental de occidente. El acompañamiento al piano de Óscar Martínez fue también una base para la progresión ascendente de este espectáculo, cuya virtud principal es su efusión a un tiempo sensible y espiritual.
Por escenarios tuvo esta obra de ars combinatoria una esquina de los corredores con nichos en el panteón general, los días 1 y 2 de noviembre, con estreno previo en el centro cultural del ex convento de San Pablo.
Si bien el desempeño de este grupo de artistas es sobresaliente, es necesario señalar la restricción de recursos con que hubo de desarrollarse su puesta en acto dentro del cementerio citadino. A ras de suelo (pues los poco eficaces responsables del ayuntamiento capitalino instalaron el templete escénico en sitio equivocado), sin asientos para el público nutrido que acompañó la interpretación, el 2 de noviembre la atmósfera del cementerio resonó con los versos de John Donne en contrapunto a las piezas corales.
Este esfuerzo combinado de una actriz, intérpretes melódicos y una orquestadora escénica exige el espacio de un teatro, de preferencia el Macedonio Alcalá. Es de justicia que las autoridades de cultura reconozcan la calidad sobresaliente de este montaje y le asignen un foro adecuado al esfuerzo artístico que despliegan Mariana Cantú, el Coro de la Ciudad, Israel Rivera, Óscar Martínez y Silvia Martell con los Sonetos Sacros de uno de los autores memorables de la literatura universal.