Mantiene SSPO activo el Plan de Apoyo a la Población en el Istmo
JUCHITÁN, Oax. 7 de enero de 2013 (Quadratín).- El viento corre libre por los callejones de la populosa Séptima Sección, pasadas las fiestas de Año Nuevo la gente retorna a sus actividades cotidianas.
En otro tiempo sitio del crimen y la delincuencia. En calles y casas, patios amplios, la gente habla el zapoteco como forma de resistencia de su identidad cultural, de la memoria que constituye su origen.
– Mi papá, Jacinto Robles Martínez, que era curtidor de piel, me mandó a la casa de un vecino a aprender la confección de guaraches. En un principio mi padre salía a Chiapas a comprar maíz que llevaba a vender en la zona huave, a su regreso en el furgón del ferrocarril traía pieles. Mi padre se esforzó porque yo tuviera un oficio para defenderme en la vida.
Es Bernardo Robles, “Ta Roble”, un hombre de 56 años. Desde su infancia conoció el trabajo con las pieles y la elaboración de calzado para campesinos y pescadores.
Con el oficio de talabartero llegó a levantar una familia de seis hijos.
-En el taller donde me envió mi padre fuimos 10 aprendices –rememora-, en este tiempo la talabartería era negocio, se vendían en el mercado muchas docenas de guaraches: nos compraba Chiapas, Tabasco, Veracruz.
– ¿A qué edad empezó a ganarse la vida con su propio taller?
-A los 15 años llegué a tener mis primeros clientes, gente muy distinguida que confiaba su lucimiento personal en fiestas y celebraciones en mi trabajo.
“Ta Roble” siente el peso del tiempo pasado durante la entrevista. Se ajusta los lentes en el rostro redondo, zapoteca, aclara la voz que sale de su garganta:
-En 1992 se acabó todo el negocio del guarache, entraron al país las sandalias chinas y eso nos hizo quebrar.
Recuerda: “Los chinos trajeron a la gente humilde y de dinero el gusto por la sandalia de plástico. Antes de la quiebra laboraban ocho trabajadores en mi taller. Mínimo se producía una docena de guaraches al día. Hoy, si acabamos dos pares es una buena jornada”.
En la populosa Séptima Sección de esta cabecera municipal en la actualidad sólo cinco personas trabajan en la elaboración del calzado tradicional para abastecer el mercado interno y comerciar con las entidades vecinas del sureste del país.
-En los cincuentas los campesinos se mandaban a hacer su guarache, la gente tenía gusto para asistir a sus ferias y celebraciones –narra “Ta Roble”-, la gente que tenía guarachero particular era distinguida.
Era algo que te significaba en sociedad. Ahora, en estos tiempos todo está revuelto y ya nadie quiere distinguirse en nada, menos con su calzado.
-¿El guarache que se hace en la Séptima Sección distingue a los habitantes del municipio?
-Sí, pero los jóvenes ya no quieren distinguirse en nada, ahora ya todo es en bola.
Y menciona “Ta Roble” los estilos de guarache que confecciona: “Para cada vecino hay un guarache, el gusto del calzado es personal. Los hay quienes prefieren de dos correas, tres correas con hebilla, dos de correa cruzada o de tapa de charol. Esos son para la fiesta”.
-¿Enseñaría a sus hijos el oficio, en medio de esta crisis?
-Claro, no hay padre que no le quiera dejar a su hijo una forma honesta de vivir, enseñarle un oficio para que se defienda en esta vida. De los seis hijos que crecí uno de ellos me ayuda cuando le es posible. Ese hijo mío es casado, tiene familia y enseña también el oficio a sus pequeños hijos. Lo cual me llena de orgullo.
-¿Cuál es el tipo de guarache que a usted más le gusta?
-Hago mis guaraches cruzados, de vientre de becerrillo, para la fiesta– responde y ríe por su preferencia en el calzado-. Todavía hay gente en Juchitán que no sabemos usar el zapato de fábrica, de marca y que nos hacemos en la vida con nuestro par de guaraches.
El hombre es feliz en la tarde de los primeros días del año. Cuida su casa, a los nietos, mientras espera que regrese su mujer del mercado municipal, de la venta del guetabingui.