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MÉXICO D.F., 13 de septiembre del 2014 (Quadratín).- Este sábado se celebra el 167 aniversario de uno de los hechos más dolorosos en la historia de México: la Batalla del Castillo de Chapultepec, en el que se consumó la derrota militar ante los EU y ocasionó la pérdida de la mayor parte del territorio nacional.
Sin embargo en medio de la caída surgió un grupo de jóvenes cadetes del Colegio Militar que, por su heroísmo, pasó a la historia con el nombre de los Niños Héroes.
Eran alrededor de 50 alumnos que trascendieron el tiempo pues, a pesar de ser licenciados de sus obligaciones militares, decidieron participar en la batalla para ofrecer su vida en la defensa del país.
La historia sólo recuerda seis de esos nombres: Juan de la Barrera, Fernando Montes de Oca, Francisco Márquez, Agustín Melgar, Vicente Suárez y, sobre todo Juan Escutia, quien es conocido por todos por envolverse en la bandera mexicana al sentir la batalla perdida y arrojarse al vacío para impedir que el lábaro fuera capturado por el enemigo.
¿Qué hay de cierto sobre este relato?
Quadratín México recurrió a dos especialistas del Museo Nacional de Historia (MNH) situado en el mismo lugar donde ocurrió el hecho, para conocer más sobre estos jóvenes,de lo que realmente ocurrió la mañana del 13 de septiembre de 1847 y por qué el relato se cuenta tal como lo conocemos, a pesar de ser inexacto en uno de sus hechos más recordados, el vuelo de Juan Escutia para evitar que la bandera fuera mancillada.
“La Historia, como diría Borges es no solamente lo que pasó, sino lo que creemos que pasó y lo que hubiéramos querido que pasara”, afirma el historiador Salvador Rueda, director del MNH, al explicar esta aparente paradoja.
“Todo eso conforma una carga simbólica del pasado y en ella es tan histórico lo sucedido con exactitud, como la interpretación que se le dio después.
“Aquí en el Castillo resguardamos lo que queda de la bandera de la fortaleza, compuesta de los campos verde y blanco. El campo rojo, con la batalla y el cañoneo, se perdió.
Por sus características debió medir alrededor de 10 metros cuadrados y es muy pesada” explica al describir el lábaro que debió tomar Escutia para lanzarse. “No era algo que un muchacho, por más fuerte que estuviera, la bajara, se envolviera en ella y hubiera tratado de correr, explica.
“Si se hubiera lanzado de la torre que tenía el Alcázar en esa época hubiera necesitado alas para caer hasta donde fue encontrado su cuerpo”, ironiza a su vez la historiadora Amparo Gómez, investigadora del MNH.
“Esta guerra ha estado perfectamente bien narrada desde el momento que ocurrió, pero los relatos de la historia que se segmentan en la mente de cada persona pasan por un filtro de interpretación patriótica, de juicios de valor y de moralejas cívicas en donde los movimientos militares y el momento a momento de la batalla nos es indiferente”, agrega el profesor Rueda.
También existen los partes militares redactados por Guillermo Prieto, quien fungió como corresponsal de guerra, las proclamas ordenadas por el gobierno de Santa Anna y por los periódicos que circulaban en la ciudad, que salían a la venta después del mediodía, continúa con seriedad el investigador, sentado cómodamente en la mecedora de su oficina.
Amparo Gómez confirma la existencia real y perfectamente documentada de los seis Niños Héroes, sus nombre se encuentran en la lista oficial de bajas del Ejército e incluso varios de los restos de estos cadetes y sus compañeros caídos, reposan en el Monumento a los Héroes de la Patria, al pie del Castillo.
“Los relatos te dicen además en qué lugar murieron. Incluso uno murió días después porque quedó parapetado, se encerró, hasta que entraron por él y lo rescataron ya muy debilitado. Otro falleció en una de las entradas donde está ahora el Metro Chapultepec. Estaba en una trinchera”, explica el profesor.
LA VOLUNTAD LOS CONVIRTIÓ EN HÉROES
La derrota de Chapultepec fue vista con vergüenza en los primeros años. En parte, por los errores tomados por el general Santa Anna y, según explica el profesor Rueda, mientras acomoda sus lentes con el dedo índice, en la época de la Reforma de Juárez se contó sólo el acontecimiento.
Por eso los primeros relatos sobre el sacrificio de los cadetes se difundieron varias décadas después. “Aun cuando el conocimiento era inmediato, su valoración no lo fue. Requirió de distancia, entre el momento de la Batalla y en que pensáramos en el cadete que se arrojó con la bandera.
Esta parte alegórica pudo crearse probablemente después de 1872 porque durante La Reforma no se quiso dar importancia a todo lo relacionado con Santa Anna”, afirma el entrevistado.
A partir de la crónica de Guillermo Prieto, en 1881, es cuando nace el concepto de Niños Héroes y se creó una alegoría patriótica alrededor de Juan Escutia, quien se convirtió en el acontecimiento más relevante de la batalla, aun cuando su acto no ocurrió: “Lo que es digno de memoria es la voluntad de defender un ideal y es importante que se cuente así porque ha sido eficaz para la cohesión de un sentimiento de identidad en todo el país.
“El asunto de Juan Escutia es absolutamente fortuito, pudo no haber pasado, pero ahora existe. En cambio en la Batalla de Molino del Rey (del 8 de septiembre y previa al asalto al Castillo), Margarito Suazo se envolvió en la bandera de su regimiento y murió peleando cuerpo a cuerpo en las trincheras. La bandera también acá la tenemos”, agrega el director del MNH mientras señala el lugar donde aconteció el enfrentamiento previo a la gesta de Chapultepec.
Otra contradicción se encuentra también en los partes militares que surgieron para informar al general Santa Anna de la invasión norteamericana, pues en palabras del profesor Rueda, buscaron engrandecer las acciones militares emprendidas por el controvertido ex presidente.
“Cuando uno lee estos documentos no tienen que ver con los hechos que los historiadores hemos reconstruido. Santa Anna siempre apareció en Molino del Rey como el ejecutor de una derrota terrible a los americanos, mandó tocar dianas y campanas de iglesia y era mentira, en realidad los mexicanos fueron derrotados”, afirma, incrédulo, el especialista al tiempo que junta sus manos y mira con fijeza a su interlocutor.
Esta modificación de los hechos a cómo ocurrieron realmente y cómo fueron documentados, terminó por convertirlos en una especie de victoria para los especialistas, pues acarrearon consecuencias positivas para la conformación de la identidad de una nación que se consolidaba. “Puede ser una paradoja que una derrota se transformara en un acicate, una presión social, tan fuerte como una victoria y ahora, moralmente es eso. No sabemos por qué la historia se construye así, no sólo en México. Incluso el escritor Leonardo Sciascia sostiene que los momentos felices de la humanidad en realidad son vacíos de la historia porque sólo recordamos momentos trágicos.”
En este sentido, señala la historiadora Gómez, los hechos en la Batalla de Chapultepec fueron una victoria histórica porque le permitió al país una unión, al enfrentar una nueva intervención extranjera: la de Puebla por los franceses, pocos años después, en 1862, donde se llegó a ella con el ánimo encendido y con un gran patriotismo.
NO IMPORTA SI PASÓ O NO, PERSISTE EL SÍMBOLO SOBRE EL HECHO
Con una sonrisa de complicidad, el profesor Rueda explica que en su infancia y actualmente al ayudar a su hijo pequeño con sus tareas, tiene presente la imagen de los Niños Héroes con la simbología que la historia les dio en nuestros días, a pesar de conocer la realidad de lo ocurrido.
“Cuando uno se hace viejo podría pensar ‘¿qué tendría que ver que tomaran o no la bandera?, si de todos modos la batalla estaba perdida’ “, cuestiona. “Pero ése es el acontecimiento memorable del relato, por su carga simbólica. Finalmente el Castillo es un elemento visto como un símbolo.
“Ésa es la imagen que yo tengo de los Niños Héroes y de Juan Escutia. Si pasó o no, carece de importancia, la gracia de todo esto es el valor simbólico. La voluntad de sacrificarse es un ejemplo de pundonor que hace al relato muy cercano a la mitología”, asegura con un contundente gesto de su mano, sobre el brazo del sillón.
“Aún me imagino a Juan Escutia en el aire, no en el piso ni cuando toma la bandera. Está volando y todo lo que sucede ese día, se condensa en tres segundos a una imagen, como el vuelo de Ícaro, tiene ese sentido propiamente mitológico porque es el momento dramático. El pensar que la historia es sólo el relato de la verdad es fragmentarla a una suerte de pinturas o instantáneas que van desfilando. No es así, la historia se reinterpreta todos los días”, concluye.