Seis años de impunidad: no hay #JusticiaParaSol
Oaxaca, Oax., 08 de mayo 2011
Ya estamos hasta la madre
Marcha por la paz con justicia y dignidad
Si no renacemos del agua y del espíritu, no podremos entrar en el reino de Dios
(Jn. 3,5)
Refiere el Evangelio de Juan que, un tal Nicodemo, escriba de Jerusalén fue a ver a Jesús. El narrador puntualiza que era de noche cuando tuvo lugar ese encuentro. Esto, connota: miedo, crisis, injusticia, alejamiento de Dios, pecado. El tema central es renacer del agua y del espíritu, comenzar una vida nueva, diferente.
Estas palabras en labios de Jesús son bastante iluminadoras para encontrar una salida a la noche oscura que sufre México: crisis institucional, falta de credibilidad hacia políticos, funcionarios, servidores públicos, policías; corrupción, impunidad, empobrecimiento generalizado, negación sistemática del gobierno para reconocer problemas nacionales e incapacidad para resolverlos con la participación ciudadana; separación de los tres poderes del Estado mexicano, respecto a la sociedad civil. Ni el Ejecutivo, ni el Judicial, ni el Legislativo tienen mecanismos adecuados, permanentes de consulta y representación ciudadana. No hay referéndum, plebiscito, encuestas, ni la costumbre del pueblo de ser tomado en cuenta. Los tres Poderes del Estado mexicano, en sus tres niveles, no sólo no cuentan con estructuras y prácticas democráticas de consulta y comunicación, sino que actúan, no pocas veces, en contra de la misma ciudadanía. A sus espaldas se deciden muchas cosas. Aunque ahora hay más transparencia, falta mucha información.
Somos parte de una nación fragmentada, cada vez más lejana de la comunión; ante una Iglesia católica que no ha hecho lo suficiente para haber impedido este desastre nacional, por medio de la evangelización y educación en la fe cristiana. Nosotros, como institución, pudimos haber contribuido a sembrar valores humanos y cristianos. No lo hicimos. Podemos justificarnos, pero los hechos ahí están. Si hiciésemos una encuesta sobre la Iglesia, sobre todo entre los jóvenes, nos llevaríamos una sorpresa al saber lo que piensan. A nosotros nunca nos van a tirar la puerta para exigirnos participación; simplemente se están alejando; hay un éxodo silencioso. Tenemos que aprender de Europa. Es grande el poder clerical. Los laicos no tienen valor para hablar.
Por otra parte, al gobierno actual, le ha obsesionado la imagen, la honorable fachada, en lugar de reconocer desafíos y dialogarlos con el pueblo. A los mexicanos se nos ha ocultado que, México es un país muy rico; que genera enormes ganancias, pero que se van, casi la mitad de ellas, a la acumulación inmoral de unos cuantos privilegiados, beneficiados del régimen en turno. La clase media no crece y no hay futuro para los jóvenes quienes, hoy están mejor preparados hasta con posgrado y no encuentran trabajo, y si lo encuentran, se les paga una miseria. La macroeconomía, bien; el bolcillo de los clasemedieros, cada vez peor.
Y de las mujeres, ni qué decir: son las más afectadas por esta deshumanización nacional. Los feminicidios son la mejor prueba de nuestra autodestrucción. El mal trato y la exclusión siguen marcando la nota de nuestra vida social, no obstante avances en leyes y organizaciones. Nunca como ahora se habla de Derechos Humanos, sobre todo de la mujer; sin embargo, jamás habíamos presenciado violencia tan despiadada, por delincuentes que antes fueron abandonados por la sociedad; gente que se creó sin atención y sin amor.
Activistas y defensores, as de los DDHH son vistos como enemigos, como una amenaza, obstaculizando su misión y sufriendo toda clase de atropellos. Una vida amenazada por ser solidaria con los más vulnerables.
La inseguridad personal y colectiva crece por todos lados, mientras el territorio nacional es ya, un enorme cementerio de migrantes y personas no identificadas.
Ante esta noche oscura nacional, Jesús Resucitado se presenta con la propuesta de una nueva vida. A este México cristiano, evangélico y católico; a este pueblo guadalupano, El Hijo de Dios le entrega una palabra vivificadora; le asegura que la solución emergente a nuestra crisis es renacer del agua y del espíritu, revalorar nuestra consagración bautismal. Ser bautizado no significa una membrecía, una pertenencia pasiva; es una fuerza formidable transformadora, dormida. Todo ser humano es hijo de Dios. Los bautizados somos el Equipo trabajo con el que Jesucristo puede contar; al que le puede confiar, nada más ni nada menos, que la causa de su Reino, que no es otra cosa sino una sociedad donde todos, as quepamos y nos tratemos como hermanos: con verdad, con justicia, con respeto, con amor.
La Iglesia que fundó Jesucristo la formamos todos los bautizados: Jerarquía y Feligreses, y todos por igual, en lo individual y en lo colectivo, estamos al servicio de ese reino, ¡que no es de este mundo!, por más que empiece aquí.
Aquí es donde urge la participación responsable de todos los bautizados. Tenemos que ser conscientes de la fuerza bautismal que poseemos. El Espíritu Santo, la gracia, los dones, carismas, que nos han sido dados para el cumplimiento de nuestra misión, ¡no los estamos aprovechando! ¡Somos una fuerza dormida! Y si esto no fuera así, no tendríamos el desastre de País que tenemos. No basta rezar; hay que buscar primero el Reino de Dios y su justicia. Es hora de perder el miedo.
Por esta misma razón, quiero motivarlos, as, fraternalmente, a que nos sumemos a la invitación que hace la Conferencia del Episcopado Mexicano, a través del Obispo Víctor René Rodríguez, para unirnos a la Caravana por la Paz, con Justicia y Dignidad, encabezada por el humanista y defensor de los Derechos Humanos de todo México, Javier Sicilia.
La Caravana inició el día 5; tiene su máxima expresión el 8 de mayo en el Zócalo de la Ciudad de
México, pero no termina aquí. Aquí nace un movimiento para refundar México; un nuevo pacto nacional incluyente con todas las personas que quieran participar en un esfuerzo nacional por superar el paternalismo, el infantilismo irresponsable, la inconsciencia, a fin de alcanzar un despertar ciudadano y cristiano. Todos, as, debemos unirnos para construir un México sano, equitativo y justo, ejerciendo nuestro derecho a participar, a estar informados para tomar las mejores decisiones sobre nuestra vida, nuestros recursos, autoridades, leyes, oportunidades. Tenemos que renacer de lo alto; del agua y del espíritu; desde nuestra dignidad bautismal. Ser cristianos de estadística, no ha salvado a México del infierno que vivimos. Llegó la oportunidad de hacer la voluntad de Dios, y no decirle solamente: Señor, Señor.
Lo que como católicos pedimos hacia afuera, para la sociedad, la Iglesia, como institución, lo debe dar hacia dentro: reconocer y valorar el papel del laico y de la mujer, no sólo en documentos, sino en estructuras de participación eclesial, de acuerdo a los signos de los tiempos.
Reivindiquemos juntos el derecho de vivir con justicia y dignidad, disfrutando este País que es de todos, pero que, en la práctica pertenece a unos cuantos que son cada vez más ricos. Tener al hombre más rico del mundo, es la mejor prueba de nuestra falta de evangelización, de omisiones de nosotros como Iglesia, de nuestra ceguera, del desequilibrio social que sufrimos.
Participemos activa y valientemente por la transformación de México.
Desde la mirada amorosa de Jesús.
José Alejandro Solalinde Guerra