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Mantiene SSPO activo el Plan de Apoyo a la Población en el Istmo
Fresco sopla el aire en este mes de octubre, trae olor a flor de muerto, trae olor a hojas de sauce, dispersa el olor a incienso que se esparce ante la ofrenda florida frente al dios de la casa.
Fragmento del poema Sólo dos palabras de Víctor de la Cruz.
I
Oaxaca, Oax., 01 de noviembre de 2011 (Quadratín).- La muerte para los Zapotecas del Istmo de Tehuantepec, en el sur del estado de Oaxaca, como muchos otros grupos indígenas en el país, es de respeto, no de miedo. El Día de Muertos tampoco es un día de máscaras horrendas ni de un consumismo desenfrenado; por el contrario, es día de fortalecer los lazos afectivos con los parientes que partieron, es día de solidaridad con el vecino que se le murió un familiar: se le acompaña en los rezos, en los preparativos de los tamales y ante el altar.
En Juchitán y algunos pueblos zapotecas del Istmo, no se visita el panteón, se espera a los muertos en los hogares los días 30 y 31 de octubre, no el 1 y 2 de noviembre como marca el calendario católico. Esta celebración se conoce entre los zapotecas como Xandú.
De acuerdo al maestro en Lingüística Indoamericana, Víctor Cata, la voz xandú proviene del castellano santo y se asemeja a estos dos vocablos: xantolo para los huastecos y xantol para los nahuas. Los tres términos se emplean hoy para designar el Día de Muertos o de los Fieles Difuntos.
En la década de los cuarenta, el antropólogo e historiador norteamericano Miguel Covarrubias escribió en su libro Mexico south the Isthmus of Tehuantepec (El sur de México) que los Zapotecas del Istmo de Tehuantepec ven la muerte sin temor alguno.
Lo ven como algo inevitable y como parte del destino de cada individuo. La gente habla de la muerte, aun de la suya, como la cosa más natural del mundo. De esa descripción ya pasaron más de 60 años y la concepción entre el grupo indígena continúa intacta en pleno apogeo del siglo XXI y la revolución tecnológica.
Las visitas
La anciana Zapoteca Cira Valdivieso dijo a sus cinco hijos que el 30 de octubre le pusieran su champurrado, su pan, frutas y un cuartito de cerveza en el altar familiar, porque vendría a convivir con ellos. Les advirtió hace siete meses, en su lecho de muerte, que no recorrerá el camino tenebroso hasta su casa en vano, quiso encontrar lo que en vida saboreaba con gran placer.
Sus hijos así lo hicieron, cumplieron con la petición, se prepararon durante nueve días previos a la fecha fijada con los nueve rezos, para iluminar el camino que recorrió la anciana hasta su casa, pues tuvo el permiso de estar con los suyos.
Así como la familia de Cira, los zapotecas del Istmo de Tehuantepec comenzaron a preparar el camino que recorrieron sus muertos los días 30 y 31 desde el pasado 24 de octubre, hoy, están en plena celebración del Xandú o Todos Santos.
Los habitantes de Juchitán, centro comercial del Istmo, celebran los dos últimos días de octubre; el 30 corresponde exclusivamente a los habitantes de la parte sur de la población, mientras que el 31 lo realizan los habitantes de la parte norte.
El xandú comienza con nueve rezos. Para los recién muertos, tres meses antes del mes de octubre, se les celebra el Xandú yaa (Todos Santos reciente). Si el zapoteca fallece en agosto, su xandú se efectúa el año siguiente, según las creencias, el alma no llega aún a la mansión de los muertos, va en camino.
Durante la primera visita del alma, los altares se adornan con flores y frutas de la temporada, las mismas que atavían los pórticos de las casas en donde se celebra el xandú yaa. Las almas llegan acompañados de un melancólico y frío viento conocido por todos como bii yoxho (viento viejo).
Existen dos formas de adornar el altar en estos días; con biguié o escaleras.
El biguié, es un marco de madera tapizado artísticamente de flores de cempasúchil, cordoncillo, de frutas, de pan, de panes decorado de turrón de azúcar con el nombre del difunto y otros familiares que lo antecedieron, mismo que se coloca verticalmente entre dos soportes de madera sembrados en el piso, adornados a su vez con enormes pencas de plátano y cañas de azúcar que se alzan en el arco sobre las ofrendas, explicó.
Yolanda Gómez, coordinadora de la Casa de la Cultura de Juchitán.
Otros construyen al pie del altar o mesa del santo, como es conocido por los Zapotecas, nueve o siete escaleras (que representan los niveles del inframundo), partiendo de arriba la más pequeña hasta el piso la más larga, éstas se cubren en su totalidad de una tela blanca, luego se coloca el papel de china picado, cada escalón es cubierto de flores, frutos, bebidas, comidas, veladoras, etc., detalló Yolanda Gómez.
En el transcurso del día se espera la visita de las mujeres que en una charola colocan ramos de flor de cempasúchil y una veladora, llegan al xandú yaa, entregan su cooperación económica o limosna, en reciprocidad reciben tamales, pan bollo y atole de piloncillo. Para las mujeres es un peregrinar durante todo el día, pues habrán de visitar a familiares y amigos en su xandú yaa.
En la primera visita se realiza por la noche un velorio donde se reparte entre los comensales tamales, pan, café y aguardiente entre los varones. Para el día 2 de noviembre los altares son desmantelados y los dolientes regalan a los vecinos los manjares que se colocaron en el altar.
II
Entre los Zapotecos, Fray Francisco de Burgoa en el siglo XVII mencionó en su Geográfica Descripción, que el acto xandú se celebra en el mes de noviembre y lo considera, desde su visión evangelizadora, un rito forjado por el Padre de la Tiniebla.
Las vísperas de esta ceremonia se llevaban a cabo, según este dominico, con una gran matanza de gallinas, pero especialmente de guajolotes, preparados con chiles secos molidos, pepitas de calabaza, hojas de yerba santa o aguacate y lo cocían todo en agua.
El historiador Zapoteca Víctor Cata refiere que este guisado llamaron los nahuas totolmole, mismo que era considerado por los zapotecos como un manjar y le nombraban guiñado bere ( según el fraile Juan de Córdova) . Asimismo, preparaban unos tamales rituales en estas fechas denominadas en mexicano petlaltamales y en zapoteco daa bere yee: este platillo se condimentaba con hojas de aguacate, y los cocían en olas o en el hornillo de tierra.
Cada familia preparaba estos guisados, los ponían en cazolones o jícaras. Durante la noche los colocaban en mesas o cañizos, para luego ofrendarlas a sus difuntos, suplicando el perdón y que se dignaran llegar y comer aquellos manjares que les habían preparado, así tuvieran a bien rogar a sus dioses -a quienes servían allá en el otro mundo- les diera salud, tener buenos temporales. Esta comida ritual era ofrecida con mucha solemnidad, pues los señores de la casa se ponían en cuclillas ante el altar, bajaban los ojos y cruzaban los brazos: el silencio era profundo
Así se pasaban toda la noche, en desvelo. Nadie osaba levantar el rostro para no importunar a los difuntos, pues si lo hacían molestaban a los muertos, quienes les enviarían grandes castigos y calamidades. Al día siguiente esa comida, sin probarla, era repartida a los extranjeros y los pobres, en caso de no hallarlos se tiraban en lugares ocultos porque lo consideraban sagrada y bendita., explicó el historiador.
Hoy en día, los Zapotecas mantienen la tradición del xandú, al velar la llegada de las almas en un hogar ofreciéndoles la comida ofrendada; después se reparten las ofrendas a los vecinos y amigos.
La muerte entre los Zapotecas
Una Zapoteca robusta de Tehuantepec, por allá de los años 20, era famosa en el barrio
Santa María por dedicarse a cargar en la cabeza bultos y trastos de la gente a falta de vehículos; era conocida como la cargadora. Además de fuerte, era de temperamento explosivo. En su casa tenía varios perros a los que nunca daba de comer, a pesar de que era costumbre entre los ancianos zapotecas otorgarles a los perros negros una tortilla de la mesa, aunque ésta fuera muy pobre.
Un día, la cargadora murió. Al llegar a la ribera de un río de sangre, estaban dos perros; el de color blanco no quiso pasarla a la otra orilla, el otro negro no quiso guiarla porque nunca dio de comer a sus perros.
Mientras eso pasaba en la otra vida, en ésta, la cargadora, acostada en medio de la casa durante su velorio, resucitó, para sorpresa de todos los presentes. Del viaje trajo la encomienda de darle de comer a partir de allí, a sus perros. Esta historia es contada por algunos ancianos de Tehuantepec para ilustrar lo importante de ser buen cristiano en esta vida con todas las criaturas, incluyendo a los animales, y de la cosmovisión de los zapotecas del más allá.
Los ancianos aseguran que el alma tiene que pasar un gran río, en la rivera del cual están dos perros: uno blanco y otro negro. El perro blanco se niega a transportar al difunto a la otra orilla porque dice que se va a ensuciar. Es el perro negro quien se ofrece a realizar esta actividad. Por eso los que saben, los tratan bien.
Cuando un Zapoteca muere, en su ataúd le depositan en el interior un peine, una jícara, un jabón, para que el finado se bañe y llegue limpio ante Dios. También le colocan dinero para que pague el responso que oirá allá. Lo calzan con huaraches nuevos para que no se lastime cuando camine hacia el Señor.
Los zapotecas asumen muchos ritos antes, durante y después del proceso de muerte, pues es de suma importancia que el finado tenga un descanso en paz, que no vague su espíritu por el mundo sin rumbo fijo, además de mantener una comunicación con los que dejó en este mundo.
El que se va, siempre es recordado; no se le olvida, hasta la tercera generación.
Por eso la persona que se encarga de los funerales asume la obligación de vigilar que nadie pase por encima de la cruz de tierra colocada en medio de la casa los primeros 40 días de la muerte, porque de lo contrario, el alma quedará atrapada en el más allá.
Para los Zapotecas del Istmo de Tehuantepec, los difuntos no son entes de terror, sino de veneración, de reverencia, de amor; cuando alguien muere, se vuelve como un santo pequeño, por lo que su imagen se coloca ante el altar familiar, al lado de los santos católicos considerados mayores, en donde comparte con ellos los inciensos, las flores, el agua, las súplicas y las reverencias.