Con ponencia magistral, promueven la educación para la libertad
Pero seguramente, si en este momento me pusiera de pie y anunciara a viva voz que ese hombre frente a mí -vestido con pantalones de mezclilla y camisa blanca que oculta bajo una ligera chamarra café, hace apenas 10 días acaba de ser sometido a una delicada operación en el cerebro para extirparle un tumor canceroso-, está ya de nuevo en circulación, sería indudablemente el centro de todas la miradas y el testimonio fidedigno de que los milagros sí existen.
Por lo menos, esa media tarde, cuando lo veo llegar, así lo creo. A diferencia de otras ocasiones en las que el trago de whisky, la cerveza o el café de Chiapas serían casi elementos insustituibles en nuestras amenas conversaciones en la ciudad de México, hoy, sentados en la mesa del Sanborns Café de Ángel Urraza y División del Norte en la colonia del Valle, Marco Aurelio tiene frente a sí un enorme vaso de jugo natural color verdoso, una mezcla que no alcanzo a distinguir y que él sorbe, resignado, haciéndome un gesto con los hombros para decirme que por el momento tendrá que conformarse con ingerir sólo ese tipo de bebidas.
Ello ciertamente le desagrada, pero esta circunstancia si bien le ha quebrantado físicamente, no ha minado su irreverencia, ni disminuido su agudo y muchas veces ácido sentido del humor.
Cuando hablamos de temas comunes y de su trabajo como novelista, se da tiempo para recordar que Manuel Becerra Acosta -entonces director del en esos años innovador y revolucionario periódico UnomásUno-, llegó a decirle un día que mejor se aplicara en su trabajo como reportero, porque él nunca triunfaría como novelista.