Inicia el adiós de los órganos autónomos
Oaxaca, Oax. 12 de febrero 2011 (Quadratín).- Recién se ha desatado una enorme polémica por un nuevo despido injustificado de la empresa MVS contra la prestigiada periodista Carmen Aristegui, intelectual reconocida como líder de opinión a nivel internacional. Acción consecuencia de su comentario respecto a una manta que el diputado Gerardo Fernández Noroña desplegó durante una sesión ordinaria en la cámara baja donde hace un duro cuestionamiento sobre un presunto problema de alcoholismo del Presidente Felipe Calderón. En tal caso debo adelantar que la menos culpable de tal situación los es la comunicadora, ya que una de dos: Fernández Noroña fiel a su estilo, cayó en un exceso de protagonismo y recurrió a la calumnia para ganar notoriedad, lo que debe sancionarse inmediatamente; o la segunda, que efectivamente Felipe Calderón tenga dicha enfermedad, la que de confirmarse deberá ser atendida con prontitud; por salud personal, familiar y para la certeza de los mexicanos quienes debemos tener la confianza de saber que resuelve con lucidez los asuntos de estado que su investidura le obliga atender.
Una vez más el tema pasa por la determinación de definir en donde concluye la actividad como figura pública e inicia la vida privada o íntima. Al respecto hay quienes sostienen que la figura pública no se puede despojar ni para dormir, mientras otros sostienen que sólo se es figura pública durante las horas laborales a los que uno está comprometido y en los espacios definidos para su función. Debo antes aclarar que la figura pública no aplica tan sólo para los políticos o gobernantes, sino también para los deportistas, artistas, y todo aquél que tenga un contacto directo generalmente masivo con otros ciudadanos. Dicho lo anterior, continuó. Supongamos que un personaje catalogado como figura pública, después de una gran jornada de trabajo decide irse a relajar a un restaurante; agotado y hasta estresado por la jornada decide tomarse unas copas, mismas que producen un efecto de embriaguez notoria, que por cierto no le impiden realizar sus actividades ordinarias con toda puntualidad al día siguiente, ¿debe ser esto motivo de noticia? ¿Es de interés público el difundir dicha situación? ¿Se invade la esfera de lo privado? Esa debe ser la verdadera discusión y no el linchamiento en contra de una periodista valiente que lo único que ha hecho es abrir el debate para que de una vez por todas definamos códigos de comportamientos para las figuras públicas.
Anteriormente cuando han existido disputas entre el derecho a la intimidad y a la libertad de expresión, ha sido recurrentemente sencillo afirmar que un parámetro clave para dilucidar el conflicto real o supuesto- estriba en la calidad o estatus de la persona involucrada, de modo que a mayor cargo o notoriedad pública, menor umbral de protección de su derecho a la intimidad y viceversa. Sostengo, por el contrario, que la categoría adecuada en tales casos es el interés público contenido en la información, entre otros motivos, porque éste puede verificarse respecto de cualquier persona, sin importar su condición. Y el interés público debe pasar del amarillismo o sensacionalismo de la nota, al terreno de las consecuencias sociales o políticas de tal acción.
De ahí que no debemos espantarnos si a Felipe Calderón se le solicita presente los documentos clínicos que comprueben que no padece la enfermedad que se le imputa, y no porque estemos preocupados tanto por su salud, pero sí por conocer la forma en que toma las grandes decisiones que benefician o perjudican a millones de mexicanos. Debo ser claro, si al Presidente, al cantante de moda, al campeón del mundo o a mí nos encanta tomarnos unos tragos, debemos estar conscientes de asumir las consecuencias de tal gusto, que pueden ser personales o familiares, pero; (algunos dicen peerooo) si tal situación afecta mi desempeño y responsabilidad como figura pública ¡aguas! que ahí si ya pasa del terreno de lo privado al escenario de lo público, y eso por supuesto que si debe ser corregido cuanto antes.
Es por todo lo anterior que afirmo que el despido de Carmen Aristegui es de los evidentemente calificados como injustificado, pero además sí agrede a la libertad de expresión al que todo comunicador y ciudadano que se jacte de tener principios, tiene derecho. Y no me refiero a los que se firman en un papel que muchas de las veces sirven como un mecanismo de control o de freno; sino a los principios éticos personales que deben ser nuestra referencia en todo momento aún sin papelito de por medio. Lo dije el mismo día en que me enteré de la salida de Carmen de MVS, no podemos correr el riesgo de retroceder a la década de los 70´s, cuando la censura gubernamental operaba inquisidoramente y en forma descarada recurría al ataque directo de periodistas que se atrevían a denunciar los excesos del gobierno y de sus gobernantes. Lo peor que nos pudiera pasar en estos momentos es mostrarnos indiferentes ante una mujer que con su ejemplo nos has enseñado para qué sirve el periodismo y cómo ejercerlo. Si hoy no decimos que esas figuras públicas lo que deben de hacer es comportarse correctamente, más que buscar acallar las voces que les resultan incómodas, estaríamos ante una nueva embestida del absolutismo y del autoritarismo que tanto daño nos han causado como nación.
Seré el primero en exigir y en obsequiar mi respeto a las figuras emblemáticas de la autoridad y del gobierno, de la misma manera en que exijo el mismo respeto de las figuras públicas hacia los ciudadanos. El respeto no se impone como muchos erróneamente lo suponen, éste se gana a base de actos positivos reiterados. Por lo que no nos debe escandalizar, ni espantar si tal o cual figura pública anda de pillín o dándole gusto al gusto; lo que sí nos debe preocupar es que como consecuencia de ello, sus decisiones y acciones derivadas de su responsabilidad, nos perjudiquen.
El ser figura pública tiene sus satisfacciones y sus beneficios, por lo que lo más práctico es llevar una vida privada correcta y discreta. Vaya, pues nuestra solidaridad y apoyo a la periodista Carmen Aristegui.