Día 22. Palacio perdió dominio de la agenda de la crisis
Oaxaca, Oax. 25 de mayo de 2009 (Quadratín).- Hace algunos días fuimos amablemente invitados a un foro de discusión y análisis organizado por la Fundación para el Desarrollo y la Competitividad A.C que preside Daniel González Montes de Oca.
Paola España, Iliana Juárez, Memo Zavaleta, Pável López y un servidor llevamos ante un grupo de jóvenes representantes de diferentes instituciones de educación Superior, nuestra experiencia personal dentro de la actividad y la ciencia política.
Más allá de colores, filias y fobias partidistas, los asistentes compartimos la preocupación por los problemas de nuestra generación que pueden comenzar a ser resueltos, en buena medida, merced a la política.
Y es que gobiernos, legislaturas y partidos políticos han estado, desde siempre, ayunos de voluntad para hacer frente con seriedad a la problemática de una franja poblacional que hoy representa un tercio de los habitantes de México y sus entidades federativas.
El foro estuvo claramente enmarcado en el corriente proceso electoral, pero más que defender a ultranza siglas y nombres, procuramos visualizar un estado y un país posibles gracias a la participación de la Juventud.
Y es que cuando de política y juventud se habla, dos conceptos llenan la boca de buena parte (que no la totalidad) de la generación que hoy detenta los cargos públicos y de la iniciativa privada: apatía e inexperiencia.
Y cuando en las elecciones el ganador es el abstencionismo, la mayor parte de la culpa se nos adjudica a los jóvenes. La realidad es que los grados de abstencionismo en México se han vuelto, hasta cierto punto, predecibles y de ello no tienen enteramente culpa los electores jóvenes.
Para nadie es un secreto el que en las elecciones intermedias, los niveles de asistencia a las urnas decrezcan por dos razones fundamentales: los electores ignoran, en la generalidad de los casos, las funciones de un legislador y no existe un candidato fuerte que inspire a votar en todos los distritos de un país o un estado como sucede en las elecciones a gobernador o presidente de la república.
El Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara federal de Diputados anunció en reciente estudio que el abstencionismo en esta elección será de entre el 65 y 69 por ciento.
Es decir, solo 3 de cada diez ciudadanos inscritos en el padrón y con credencial para votar con fotografía asistirán a emitir su voto en la jornada electoral. El hecho de que nuestros representantes populares representen en los congresos, más a sus partidos políticos que a los ciudadanos que los eligieron, tiene buena parte de su origen en la escasa participación de los ciudadanos en las elecciones que denota desinterés.
Hoy nuestros diputados carecen de legitimidad. En su elección se cumplen todas las formalidades legales, pero llegan a su curul con el voto de de la mayoría de una minoría de electores.
En el hipotético caso de que los candidatos ganadores, lo hicieran con la totalidad de los votos emitidos, estarían representando solo a tres de cada diez electores. La realidad es que un diputado federal en las condiciones actuales de la competencia y la participación ciudadana, representa solo a uno o dos ciudadanos con credencial de elector.
México ha transcurrido varios lustros de su vida democrática formal entre círculos viciosos. El de las elecciones es uno de ellos. Un déficit de participación que se vuelve destino y origen de nuestra repulsa hacia representantes populares y partidos políticos y (acaso) viceversa.
La nueva generación y las que vengan en lo inmediato estamos llamadas a devolver su lógica a los procesos políticos que constitucionalmente nos hemos dado. Con la apatía no se resuelve nada, antes bien se agrava nuestra situación.
Mientras en México no nos demos medios diferentes a los partidos políticos para acceder al poder, nuestra única posibilidad de transformación social seguirá estando dentro de los partidos. Ahí es donde los espacios de participación deben buscarse.
Las candidaturas independientes siguen siendo una ficción, pero la efectividad de la presión social quedó demostrada en recientes declaraciones de Emilio Gamboa, coordinador de los diputados federales del PRI al reconocer que uno de los puntos de discusión y análisis dentro del tema electoral lo era el de la cesión de un 10% de las candidaturas a cargos de elección popular a la sociedad civil, es decir a ciudadanos sin militancia; disposición, a todas luces, contraria a la naturaleza de los partidos políticos.
Podríamos estar, entonces, presenciando un incipiente partidocracidio Una especie de suicidio de la partidocracia. ¿Por qué no mejor obligan nuestros legisladores vía COFIPE, a los partidos políticos a entregar un treinta por ciento de los cargos de dirigencia a jóvenes menores de 35 años?; ¿No sería preferible que los obligaran también a postular un treinta por ciento de candidatos a cargos de elección popular menores de esa misma edad? Son preguntas que hoy por hoy, los candidatos en campaña deberían formularse y contestar en público.