Entre Cepillín y El Chapulín engringado
PREVENIR O LAMENTAR
De todos sabida es, la magnitud del problema que la lucha contra la delincuencia organizada representa. Después del tema económico, el de la inseguridad es el que más preocupa a la mayoría de nuestras familias. Los nombres de los cárteles de la droga y de asociaciones delincuenciales están, como nunca, en boca de la gente.
Y la sección policiaca ha robado espacio a las primeras planas de los diarios. El morbo se alimenta mientras el país se desangra. No pasa un día sin que una, se agregue a la estadística de familias enlutadas. Ni los propios narcos se salvan. Las disputas por las famosas plazas cobran víctimas de uno y otro bando, todo ello porque México, desde hace tiempo dejó de ser país de trasiego para convertirse en país de consumidores. Nunca como hoy, el rubro presupuestal destinado a la seguridad, había sido tan grande; nunca como hoy, los ciudadanos nos habíamos sentido tan inseguros.
Los medios cumplen con su labor de informar de cuanto sucede, pero informan de una realidad que espanta, que genera zozobra. Sentimos que nos han quitado una parte de nuestras vidas que ahora no se sabe cómo ni cuándo recuperar. La guerra contra el narco inició, sin embargo, como el quinazo del sexenio y no hay marcha atrás. Las detenciones diarias, los operativos, los decomisos de drogas, armas y dinero mal habido son muestra de que el dinero público destinado a seguridad no es un gasto, sino una inversión, que es necesario fortalecer. El crimen está aquí y ahora y hay que combatirlo. Pero ¿se ha pensado acaso en las generaciones siguientes, en quienes están expuestos a la droga pero aún no la consumen?, ¿hemos reparado en quienes aún no pisan la escuela o todavía no han nacido? Es de llamar la atención por qué toda esta estrategia de combate al crimen no se ha hecho acompañar de una de prevención. Los costos son infinitamente inferiores y los resultados, estimo, serían óptimos para nuestros policías y soldados del futuro. Ha sido problema siempre del mexicano la inmediatez, el cortoplacismo. Cuanto hemos tenido son campañas aisladas de prevención con alcances precarios y condenadas al olvido. Pareciera solo un hueco programático que hay que cubrir, como si la niñez y la juventud no existieran o como si niños y jóvenes lo fueran por siempre. Preocupante porque quienes ahora lo son, serán los ciudadanos y gobernantes o desgraciadamente, traficantes del mañana. No hemos sido siquiera capaces de desarrollar, fuera de la Encuesta Nacional de Adicciones, estadísticas que nos den luces para saber qué, dónde y cómo prevenir. No sabemos cuántos delitos o faltas administrativas se cometen bajo el influjo de alguna droga y qué tipo de droga. Lo que tenemos son números muy generales pero reveladores: que en sólo seis años creció 50% el número de personas adictas a drogas ilegales y 30% la cifra de quienes alguna vez las han consumido. Otro dato habla de la alta disponibilidad de las drogas para los jóvenes: 43% de jóvenes de entre 12 y 25 años están expuestos a ellas. De estos la mitad llega a consumirlas de manera experimental y 13% de manera frecuente. El consumo de cocaína se multiplicó por quince en un sexenio y los jóvenes de 12 a 17 años representan la parte más vulnerable de la ampliación de los mercados de estimulantes en general. El 50% de las muertes en nuestro país están relacionadas con el consumo de algún tipo de droga, incluidas alcohol y tabaco y tenemos más de 13 millones de fumadores y seis millones de dependientes al alcohol en México. Todo lo anterior no sugiere otra cosa más que la urgencia del lanzamiento de una campaña de prevención que tenga su lugar en el presupuesto de los gobiernos y en los medios de comunicación. Mejor debiera obligarse a las televisoras a difundir mensajes de prevención a la población y no publicidad gratuita de partidos para lucimiento de sus líderes. Tal parece no encuentran todavía la lógica a la sabiduría popular que dice: más vale prevenir que lamentar.
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