
México no se arrodilla ante EU, ya está postrado ante el narco
Comunidad: Olvido de candidatos
OAXACA, Oax. 10 de abril de 2016.- A través de nuestra larga historia hemos llegado a la conclusión de que los indígenas sólo tenemos dos caminos: la autodeterminación o la servidumbre, que se expresa en su forma más suave: la encomienda del Estado.
Nuestra lucha por la autodeterminación, es un viejo reclamo, ha sido nuestra exigencia, ha sido nuestro deseo más anhelado. Sin embargo, poco se ha reflexionado en el campo de la Filosofía Política, en la Filosofía Moral, en las Ciencias Políticas. En la Historia prevalecemos pero como indígenas muertos, hasta motivo de orgullo somos.
Nuestro reclamos nace de gargantas que no emiten sonido alguno, sólo hemos podido levantar los puños en señal de impotencia, hemos sido hasta impetuosos e irreverentes. Hemos caído con rifles de madera en brazos. Esta lucha aparece como aberración jurídica, moral y política por el nuevo encomendero, que le hace más de colono que de protector. Esta aberración no refleja más que el temor de que logremos el viejo anhelo de nuestras libertades. Nuestra verdad que trata de mostrar este artículo, es también una forma de combatir la verdad del encomendero.
Entendemos perfectamente que nuestra liberación de la nueva encomienda depende de nosotros. Es una relación dialéctica, bajo esta existencia, reproducimos al encomendero, este existe en cuanto tal por la reproducción de nuestras condiciones de existencia, en consecuencia, de nosotros depende romper estas condiciones y no del Estado. Lo que ha hecho el Estado, hasta ahora, es administrar estas condiciones para su provecho.
Lo más brutal y refinado de la nueva encomienda, no son las instituciones de represión del Estado, son los saberes y las creencias que hace irradiar en el conjunto de la sociedad: Que somos un mal, que somos rémoras de un pasado que se debe de extinguir, por eso tiene razón Frantz Fanon al afirmar que: “Como para ilustrar el carácter totalitario de la explotación colonial, el colono hace del colonizado una especie de quinta esencia del mal. La sociedad colonizada no sólo se define como una sociedad sin valores. No le basta al colono afirmar que los valores han abandonado o, mejor aún, no han habitado jamás el mundo colonizado. El indígena es declarado impermeable a la ética; ausencia de valores, pero también negación de los valores. Es, nos atrevemos a decirlo, el enemigo de los valores. En este sentido, es el mal absoluto. Elemento corrosivo, destructor de todo lo que está cerca, elemento deformador, capaz de desfigurar todo lo que se refiere a la estética o la moral, depositario de fuerzas maléficas, instrumento inconsciente e irrecuperable de fuerzas ciegas”( Fanon, Frantz. Los Condenados de la Tierra. Edit. FCE. México, 2014, pp. 35-36).
La imposición de estas creencias no es más que la expresión del objetivo final del nuevo encomendero: Es hacer imposible, es constituir el mito, es hacer una utopía, los sueños de libertad de los pueblos indígenas. La destrucción de esta creencia es la primera misión de la concientización de los pueblos indígenas. Si esta construcción de la conciencia de la libertad no tiene éxito, nuestros pueblos seguirán viviendo bajo la encomienda y nos seguirán conceptualizando en términos de las ciencias biológicas.
No hay que olvidarlo, para los españoles fuimos tierra de conquista para la fe, para la gloria y para el botín, para desgracia nuestra, para los nuevos amos, esta trilogía, sigue siendo vigente.
Desde los albores de la conquista se discutió sobre qué derechos políticos y jurídicos podíamos conservar, si se podía ser desposeídos de nuestros gobernantes, si eran gobernantes legítimos, si se nos podía sustraer de nuestras tierras, si podíamos ser convertidos por la fuerza, si nos podían someter a los tribunales civiles, de justicia y eclesiásticos. Las respuestas giraron en torno a nuestra naturaleza. Hasta el día de hoy no hay acuerdo sobre el tema, sin embargo, la respuesta es tan simple: somos humanos con una historicidad específica.
Esta historicidad nos habla, en principio, que “los españoles que pasaron al nuevo mundo no eran colonos que buscaban tierra libre, sino soldados, misioneros, funcionarios—-una clase gobernante—. No trataron de desplazar a la población indígena, sino de organizarla y educarla y vivir de su trabajo. Tomaron tal como funcionaban los sistemas de recaudación de tributos organizados en el pasado por las tribus dominantes de México y Perú. En pocos años crearon muchos intereses, los cuales, profundamente arraigados, hicieron muy difícil la ejecución de una política oficial uniforme”.( Parry, H. John. Europa y la Expansión del Mundo 1415—1715. Edit. FCE. México, 2014, pp 98-99).
La nueva clase gobernante nacional no cambió esta política a través de los siglos, los indígenas fuimos y somos materia de dominio, jamás un demos con derechos. Le agregó algo, culparnos de nuestra situación. Culpar a la víctima es la nueva política del nuevo Estado encomendero.
Sin embargo, hemos construido la institución que nos ha permitido vivir en la resistencia, refugio de nuestras luchas, lugar de creación y recreación de lo que fuimos, somos y queremos ser: la comunidad.
“La comunidad es la unidad del hombre con el hombre basada en las diferencias reales entre ellos” expresó en alguna ocasión Marx en una carta enviada a Feuerbach, en la comunidad el hombre recobra su unidad originaria siendo por ello, capaz de reconocerse en sus relaciones sociales como hombre individual y ser genérico, a diferencia de la sociedad, en donde, “la sociedad capitalista más que en cualquier otra donde la valoración del mundo de las cosas es directamente proporcional a la desvalorización del mundo de los hombres” (Alvaro, Daniel. El Problema de la Comunidad: Marx, Tonnies, Weber. Edit. Prometeo. B. A. Argentina. 2015, p, 84). Del individuo medio de la sociedad se pasa al individuo total de la comunidad, esta es su magia. La comunidad es la reconciliación del hombre consigo mismo, con su especie y con la naturaleza. La comunidad no es decadencia es fin, es futuro de la humanidad.
Debemos ser muy claros, la comunidad no es solamente un tejido de relaciones humanas, es algo más, es sede común, es la morada de nuestras actividades, es el espacio en donde nuestra individualidad se expresa como lo común, en donde estas individualidades son equivalentes. Aún más, tiene algo de místico, por eso nos atrae. Nos gusta porque se basa en el mérito de cada quien.
Desde la perspectiva comunitaria, en el horizonte sólo se encuentran otras comunidades semejantes, respaldado por los suyos, el ciudadano comunitario tiene en sí mismo el sello inconfundible de lo que lo identifica. Al viajar se transita con lo que es, con su ser. Esto le permite el no fundirse con los otros, en donde se siente extraño. El territorio es sentido, amado, identificado, hasta sus frutos son especiales. La lengua, dignifica; la ropa, colorea la diferencia; el sombrero, es estilo; el ceñidor manifiesta la calidad de hombre y mujer; el color de la piel denota que todos somos hermanos; los callos de los pies y manos nos hermanan por el trabajo. Existe una sola cosa que nos une en cadenas indestructibles, nuestra situación de pasado colonial y de nuestra lucha de ser libres para siempre.