Bloquean vecinos de la Gómez Sandoval por obra inconclusa
OAXACA, Oax. 15 de abril de 2014 (Quadratín).- La noche bulle en el corredor turístico de la ciudad de Oaxaca; un mar de gente sube y baja del zócalo a Santo Domingo; platican, disfrutan, caminan plácidamente por la verde cantera, bajo el fresco nocturno, con luna llena de testigo.
Pero no descansan tampoco los vendedores ambulantes en el llamado Andador Turístico, compuesto por las primeras seis calles de Macedonio Alcalá. ¡Marchante, marchante, lleve una blusa típica! ¡Aguas frescas, aguas frescas para el calor! ¡Lleve su nieve, lleve su nieve!, es el grito que tienen que soportar los paseantes.
El corredor peatonal, iniciado en el sexenio de Diódoro Carrasco Altamirano, es todo. Hasta lugar de recreo y plática para el responsable de vigilar que no haya ambulantaje, Daniel Camarena Flores, quien a su paso por la zona camina, platica, pregunta precios, abraza al hijo de una vendedora.
A las 20 horas, el andador está lleno. Es el primer lunes de la Semana Santa, que más que luto cristiano, se ha convertido en fiesta del descanso y del paseo. Fiesta que no aprovechan los vendedores que ya llenaron alrededor del majestuoso templo de Santo Domingo de Guzmán.
Lo mismo se puede encontrar bisutería que elaboran los hipies que dos grandes puestos de nieve, con todo y carromoto; puestos de hamburguesas, de venta de ropa, de Alebrijes, de dulces y aguas frescas, de todo.
Un hombre decide disfrutar un dulce regional. Adquiere un barquillo, de esos deliciosos que llevan lechecilla en medio; pero se atraganta cuando le cobran ocho pesos, en lugar de los seis que comúnmente cuestan.
A un lado de él, en la cuarta de Alcalá, llega el ex policía Daniel Camarena; hoy hombre religioso, además de coordinador de Inspección y Vigilancia del ayuntamiento. Pero más que en su labor, hace relaciones públicas. Platica con una familia triqui que vende blusas; pregunta precios, pregunta por las niñas vendedoras; de manera tierna acaricia la cabeza de una de ellas; y hasta se ofrece a cargar al bebé.
Diez minutos y sigue; voltea para todos lados; cruza por Abasolo y no se inmuta por los varios puestos, de agua, de hot dogs y de nieves que ya llenan el acceso al jardín Labastida e incluso cierran una banqueta.
Camina, disfruta del aire fresco tras un día caluroso; aún trae la guayabera azul cielo, pantalón oscuro; llega a Murguía, de nueva cuenta saluda a otra familia de triquis; cruzan palabras afectuosas, más de que regaño o llamada de atención.
Cruza la calle, repleta de gentío; lo alcanzan otros dirigentes de ambulantes, dialoga por otros minutos; no discuten, sólo cruzan palabras. El hombre sigue su paso, toma Morelos, se dirige a sus oficinas.
Mientras tanto el gentío va y viene; los ambulantes los atosigan con sus gritos. Ofrecen bolsas, sombreros, bordados, chales, Alebrijes, de todo.
“¿Cuánto esa bolsa?”, pregunta una mujer, por una pieza de palma. “Se lo dejo en 120 pesos”. “No, no está muy caro”. La visitante se da la vuelta y continúa. Los gritos la siguen: “¡se lo dejo en 100! ¡Bueno, en 80!”.
Es el tianguis de inicio del periodo vacacional, donde hay de todo, menos orden en el comercio en la vía pública, que crece tanto como los turistas en la ciudad Patrimonio de la Humanidad.