Derecho a una vivienda digna
MADRID, 11 de julio de 2015.- Imagínese que está celebrando una cena de fin de año con su familia. Y entre todos sus familiares además ha venido también a celebrar la fiesta esa cuñada o cuñado que siempre tiene que decir “eso” que a usted le saca de sus casillas y que una y otra vez saca a la luz cuando tiene la menor oportunidad. ¿Le “hierve la sangre”? Puños tensos, adrenalina haciendo de las suyas por sus adentros, rigidez facial y más cosas a la vez. Pues eso es la emoción. Pero esto dura muy poco tiempo.
Así, y con su cuñada o su cuñado enfrente, usted puede decidir ignorarla recomendándole que no tome otra de vino dulce o puede guardar la afrenta en su memoria y en su corazón sine die, con el tiempo y el sustrato suficiente para que la ira se vaya transformando en rencor y este rencor en odio.
Richard Gardner definió, en 1985, el “Síndrome de Alienación Parental” como un trastorno que se origina en los niños cuando se encuentran en una situación de disputa entre sus padres por la guardia y custodia, aunque, la realidad también nos dice que pueden existir otros motivos económicos en esta particular guerra.
Es decir, en situaciones de separaciones no amistosas en la que los hijos se convierten en auténticas armas arrojadizas entre los progenitores.
El SAP se traduce en un adoctrinamiento sistemático a través de la difamación de uno de los progenitores (“el malo”), por medio de una serie de estrategias que, poco a poco, van depositando en los niños el rencor hacia una de las figuras parentales, rencor que en no pocas ocasiones se transformará en odio.
Hablamos de estrategias que el progenitor alienador pone en marcha, como por ejemplo, el aislamiento físico y emocional del niño con respecto al otro progenitor.
Aislamiento físico consistente en limitar la comunicación del hijo con la figura excluida y con la familia de la figura excluida. Pero también aislamiento emocional a base de impedir al niño su propia reflexión a través de contaminaciones constantes sobre la persona en litigio, sembrando en el niño un conjunto de creencias sobre su padre o sobre su madre que no son suyas, sino del progenitor alienador.
No es raro que el niño sienta miedo hacia uno de sus padres, ya que se le ha transmitido que es el causante de todo el daño, dolor y sufrimiento que se está produciendo.
Si esto ocurre de manera continuada, y el niño no encuentra otras figuras seguras que amortigüen esta visión sesgada y manipulada, crecerá con un sentimiento de batalla continua, odiando a su padre o a su madre por cientos de causas: “nos abandonó”, “no nos quería”, “se fue con”, “nos quitó todo”, “no quiso saber nada de ti”, “lo único que le interesaba era”, “no le importabas”, etc.
En estos casos de Síndrome de Alienación Parental, de la utilización de los hijos como mecanismo para causar daño a la otra parte en un proceso de ruptura entre las figuras parentales, el auténticamente damnificado es el niño.
Este niño va a crecer y se va a convertir en joven y después en adulto con una gran mochila a las espaldas en la que ha guardado todo lo que ha ido aprendiendo durante su vida.
No sería de extrañar que este joven repitiese los mismos patrones patológicos de relación de sus progenitores que le han sido enseñados como medio y objeto de agresión entre sus padres, en el que el odio fue el inquilino que llegó un día a casa para quedarse en sustitución de papá o de mamá.
Pero esto puede tener también un efecto boomerang. Este niño que ya ha crecido y que ya es un joven y que por lo tanto tiene la capacidad de tomar distancia de las cosas, puede descubrir que la realidad con la que ha vivido hasta entonces no fue tal vez tan exacta que como le fue contada.
¿Qué sentimientos comenzará a elaborar hacia la figura parental que construyó todo el entramado de rencor y de odio hacia la “otra parte”?
Peligroso es esto de transmitir e inculcar el odio. La historia está llena de ejemplos en los que el boomerang termina golpeando y derribando al lanzador.
(Artículo proporcionado por el Centro de Colaboraciones Solidarias)
Alfonso Echávarri Gorricho
Psicólogo y coordinador de Programas en el Teléfono de la Esperanza