Creó PRI los programas sociales que son ahora un derecho del pueblo
El Gobierno se ha enfrentado al principal foco de resistencia a la ley, la belicosa Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Enseñanza (CNTE), y ha enviado a una prisión de máxima seguridad a sus cuatro dirigentes más radicales bajo la acusación de motín, robo y daños, señala el texto.
El rotativo indica que la reforma educativa vuelve a tensar México.
El golpe, directo y sin contemplaciones, ha sido rematado con el anuncio de 29 órdenes de detención por delitos graves contra el resto de sus cabecillas. La dureza de la medida es proporcional a la apuesta. En la partida educativa, el presidente Enrique Peña Nieto se juega uno de sus grandes activos políticos. Y sobre el terreno ya miden sus fuerzas dos posibles candidatos a la sucesión.
La coordinadora está contra las cuerdas. La maquinaria gubernamental ha alcanzado la médula de su poder. Durante décadas, esta central de extrema izquierda tuvo pleno control de la educación en los empobrecidos estados del sur, sobre todo, en Oaxaca.
Allí llegó a dominar, amparado por el PRI, la propia administración educativa. Desde esa atalaya decidía los puestos, manejaba los pagos y sometía al profesorado a sus designios. Era el señor de un universo cerrado, donde se heredaban las plazas y sólo se permitía el acceso a quienes obtuvieran los parabienes sindicales.
La reforma educativa, aprobada por una aplastante mayoría en el Parlamento, puso fin a esta situación. La nueva ley imponía la evaluación del profesorado, el concurso obligatorio y la apertura de plazas a opositores de otros Estado.
El poder sindical retrocedía. La reacción no se hizo esperar. Miles de maestros, temerosos de perder su puesto de trabajo, se movilizaron durante la primavera en el sur. Los cortes de carreteras y las protestas se sucedieron. Oficinas electorales, aeropuertos, refinerías y edificios públicos fueron asaltados.
Los piquetes rapaban a plena luz a los profesores que acudían a las evaluaciones. La respuesta del Gobierno ha sido implacable. Primero desplegó al Ejército, luego retiró el control de las instituciones educativas al sindicato, y por último, ha activado las detenciones.
El objetivo es aplicar la reforma en toda su extensión y permitir que las evaluaciones del profesorado, una de las piedras de toque de la protesta, se lleven a cabo sin interferencia. “Es una campaña de desprestigio y amedrentamiento. Tratan de imponer, a través de la represión, sus políticas lesivas y retrógradas en contra de derechos laborales y educativos”, señala la CNTE.
Las quejas de los sindicalistas han surtido poco efecto. Años de uso y abuso del poder clientelar han dejado a la intemperie a la CNTE. Ni siquiera la dureza del encarcelamiento de sus dirigentes en la prisión de El Altiplano, la misma de la que se fugó El Chapo, ha desatado grandes protestas. Las encuestas indican que la opinión pública apoya la reforma, y entre los líderes políticos, sólo el incombustible Andrés Manuel López Obrador ha levantado su voz.
Pero la posición de López Obrador, dos veces candidato presidencial con el PRD (izquierda) y que ahora volverá a competir con una fuerza propia, responde a un interés estratégico. Ya durante las elecciones de junio protagonizó un polémico acercamiento a la CNTE y, bajo fuertes críticas, le brindó su respaldo. No se trataba solo de rebañar votos de protesta.
En el sur, de la mano de la reforma educativa, se está jugando una partida de alta política. En un momento de desconfianza generalizada, la nueva ley representa uno de los grandes activos de Peña Nieto. Para llevarla adelante, ha puesto al frente de la Secretaria de Educación a su más querido delfín, Aurelio Nuño, hasta agosto su jefe de gabinete. Si Nuño, un político con poca experiencia de calle pero que ha salido impoluto de los escándalos que han enlodado el mandato, logra su cometido, sus posibilidades de competir por la presidencia se dispararán.
Será entonces uno de los aspirantes mejor situados y, en caso de que dé el paso, tendrá precisamente como rival al carismático López Obrador. La partida no ha hecho más que empezar, concluye el diario español.
Fuente: El País