Entre Cepillín y El Chapulín engringado
OAXACA, Oax. 29 de octubre de 2014.- La celebración de los fieles difuntos en la región del Istmo es una tradición llena de colorido, en donde las familias añoran con profundo amor y respeto a aquellos seres queridos que se adelantaron en el largo camino de la vida, recordándolos con vivos y llamativos colores.
Esta conmemoración, es una celebración cristiana que tiene lugar el día 2 de noviembre, cuyo objetivo es orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrena y que se encuentran aún en estado de purificación en el Purgatorio. En nuestro país y peculiarmente en nuestra región, esta celebración se combinó con elementos prehispánicos y del sincretismo resultó una original celebración en el Día de Muertos, distinta de las otras naciones católicas.
En los hogares istmeños, una manera de recordar a los fieles difuntos se cristaliza en la realización de los altares de muertos para que estos, cuando ya han arribado a la tierra, puedan degustar de los platillos y bebidas que en vida disfrutaron.
De acuerdo con la creencia zapoteca, el 31 de octubre a medio día regresan del más allá los niños y jóvenes ya fallecidos para estar en compañía de sus familias y deleitar sus gustos del olfato y del gusto, regresando al Purgatorio al medio día del siguiente.
A las almas de los adultos les corresponde el día primero de noviembre a las 12 horas, retirándose al día siguiente 2 de noviembre.
A los niños y jóvenes les corresponde el día 31 de octubre para que ellos puedan venir y degustar que los platillos y bebidas que en vida les gustaba, de igual manera se le pueden colocar dulces y sus juguetes preferidos. A los adultos y ancianos les corresponde el día primero de noviembre y de la misma manera se colocan sus platillos favoritos, y como son adultos pues también se les puede colocar juegos como cartas y dominó, además de licor y cigarros.
Esta celebración ha sufrido transformaciones con el paso de los años producto, quizá de la globalización, a razón que anteriormente los altares de muertos se realizaban siguiendo una serie de procedimientos y códigos que le daban ese misticismo y ese toque inigualable, que aún se conservan en algunos municipios istmeños como lo es de Santo Domingo Tehuantepec.
Anteriormente, cuando una persona fallecía se hacía una cruz de tierra en el piso y sobre esa cruz se colocaba el cuerpo del difunto, después era colocado en un catre y finalmente en el ataúd, sin limpiar la cruz de tierra que previamente se había hecho sobre el piso.
Una vez que se le daba cristiana sepultura al difunto, sobre la cruz de tierra se sembraba maíz como sinónimo de fertilidad, misma que debía permanecer en el hogar del difunto nueve días. Pasando esa fecha, la tierra junto con las semillas de maíz ya germinados eran depositados en el panteón o en su caso sobre la ribera de algún río cercano.
Al llegar el Día de Muertos, sobre el lugar en donde exactamente se había colocado la cruz de tierra, se realizaba una cruz con pétalos de cempasúchil. Hoy en día se ha perdido esta costumbre, pues en la mayoría de los municipios istmeños ya no se acostumbra realizar la cruz de tierra cuando el familiar fallece, perdiendo de esta manera la idiosincrasia de establecer la realizada con las flores de cempasúchil en el lugar en donde debió haber estado la de tierra.
En los altares de muertos se colocan comida, dulces típicos y bebidas, de acuerdo a los gustos del muerto al que se dedica el altar, para que, cuando venga a visitar a sus familiares, comparta el banquete, esté contento y se vaya contento.
Un altar de muertos se adorna con colorido papel de china, velas, veladoras y flores de cempasúchil, cresta de gallo y coquito, generalmente predominan el color morado, verde, amarillo y naranja, aunque pueden existir otros colores.
A la entrada del domicilio se coloca un arco hecho con hojas de plátano y adornados con tejocote y flores de cempasúchil, que son flores prehispánicas que nuestros antepasados zapotecas utilizaban para estas celebraciones.
Respecto al número de escalones del altar estos varían de acuerdo a cada municipio, amén del aspecto religioso. Los altares de tres escalones representan a la santa trinidad que son el padre, el hijo y el espíritu santo, los de cuatro representan a los elementos de la naturaleza que son el agua, el fuego, el aire y la tierra, mientras que los de siete niveles sintetizan a los siete pecados capitales y a los siete años que el difunto permanece en el purgatorio.
También se acostumbra realizar un camino de pétalos de flor de cempasúchil en dirección al altar que significa el camino que tienen que recorrer los fieles difuntos para degustar de sus alimentos y bebidas.
La celebración de los fieles difuntos, sin lugar a dudas, es una tradición que se vive con mucho colorido en la región istmeña y que es motivo de visitas de turistas nacionales y extranjeros.
Desde aquí, van mis mejores augurios para que disfruten estas fechas en compañía de sus familias y promuevan el rescate de nuestras bellas tradiciones.
Twitter: @JoseCarlosFO