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TEHUANTEPEC, Oax. 26 de enero de 2016.- Martha Javiera luce feliz, como toda niña de 15 años. Su cabello negro chino enmarca su sonrisa. Su cabeza luce ligeramente inclinada, como buscando su mejor perfil ante la cámara que la retrata.
Al menos es la lectura que da la fotografía que está en el altar familiar de la vivienda marcada con el número 2 de la Avenida Tamaulipas del Barrio de la Soledad en Tehuantepec, una casa que se distingue de todas por tener en el portón negro un moño blanco, sinónimo de luto.
Martha Javiera García es una de las niñas deportistas de karate que falleció el 19 de diciembre del 2015 en el paraje Los Limones, entre Pinotepa Nacional y Puerto Escondido, cuando regresaban de una competencia en la Costa.
Una tragedia que enlutó a 14 familias del Istmo de Tehuantepec. Sobre la fotografía reposan tres medallas que Martha ganó en su corta carrera en el karate, llevaba tan solo año y medio en la academia Karate Do SHUREI KAI A.C. Su padre Fausto Javier García los presume.
Igual que presume el tatuaje con el rostro de su hija ‘Cofita’, como la llamaba de cariño, en su brazo izquierdo. La imagen la sacó de una fotografía que carga en el celular, una que muestra a la niña sonriente mientras se cubre la boca, pícara, como si acabara de hacer alguna travesura.
Este padre de familia intenta no quebrase al recordar las cualidades de su hija, que cursaba el primer grado de preparatoria y este 15 de mayo cumpliría 16 años. Se le humedecen los ojos al ver su último mensaje de WhatsApp, a las 2 de la tarde del día del accidente, avisándole que se regresaba a casa con dos medallas.
“Era muy alegre, muy inteligente, con gran memoria. A los 2 años le enseñé todas las capitales del mundo, se las sabía. Siempre concursó en competencias de poesía y oratoria, siempre ganaba los primeros lugares, se enojaba cuando tenía un segundo lugar. Era una campeona”, describe mientras se le quiebra la voz.
Han transcurrido 33 días desde el accidente; después del duelo oficial los familiares de casi todos los fallecidos buscaron a la aseguradora de los vehículos accidentados, la Urvan tipo Sprinter blanca con placas 3MNR-05 y el autobús Turistar con número 11409 con placas 854-JV-6 del Estado de México, Quálitas.
Fausto Javier comentó que la aseguradora no se niega a pagar, es más, le quitó a los padres toda responsabilidad en el accidente, pero pretenden pagar a cada familia lo que marca al Código Penal, 730 salarios mínimos por 3 a los adultos y 730 salarios mínimos por 2 a los menores, con lo que no están de acuerdo los deudos.
“No creo justo ese pago, porque en el 2012 la Ley Federal del Trabajo se reformó, y actualmente son 5 mil salarios mínimos por 3 en adultos y lo mismo por 2 en menores.
Ahora lo que se pretende es homologar el pago, la reparación del daño no existe, pero me parece que es lo mínimo que se merecen los niños, que tanta gloria le dieron a Tehuantepec”, explicó.
La molestia de Fausto se debe a que la línea de transporte solo ve el lado empresarial y se despoja de toda humanidad al momento de negociar, cuando no asume del todo su responsabilidad con los afectados.
Además mostró su molestia por la forma en que fueron tratados los cuerpos de los niños en el descanso por parte de la Funeraria Chávez, pues las condiciones del lugar no eran las adecuadas.
“La necropsia no debieron hacerla, porque ya era una prueba fehaciente al ser un accidente tumultuario, soy abogado y lo sé. Los cuerpos estaban en el descanso sin luz, en el piso, desnudos. A mi hija la trabajaron mal, afortunadamente la rescaté y un amigo forense la arregló. La aseguradora debería de verificar los espacios que utilizan sus funerarias antes de darles la responsabilidad, porque son trabajos inhumanos”, recalcó molesto.
También recordó que muchas de las pertenencias de los fallecidos no se entregaron, como las dos medallas que su hija colgaba sobre el pecho durante el trayecto; una de oro y otra de plata.
“Encontré las cintas cortadas, sin las medallas, las dos que había ganado. Además ella se graduó en cinta negra en esa competencia, venía muy feliz a casa. Por eso pido que devuelvan las medallas, no es por algo monetario, sino algo que quiero conservar, es algo sentimental”, ruega este padre.
Fausto está consciente que el dinero de la aseguradora no le devolverá a su hija, mucho menos reparará el daño, pero para él es lo menos que se merecen los niños karatecas y los familiares que murieron.
Martha Javiera luce feliz en la fotografía del altar familiar, allí donde se colocan los que se han ido y se convierten en santitos, bidó’ huini según los ancianos zapotecos.
Fausto las contempla orgulloso desde el centro de la casa, se controla, intenta no llorar. El dolor no ha cicatrizado, igual que el tatuaje en su brazo.