
¿Lealtad a quién?
Oaxaca, Oax., 09 de enero de 2012 (Quadratín).-No quiero dejar de lado la costumbre de hacer un recuento de hechos al comenzar un nuevo año. Pero no hablaré de lo ocurrido en la política, la economía, la guerra contra el crimen organizado o cualquiera de los grandes temas nacionales. Deseo en cambio, hacer un recuento menos pretencioso, referirme tan sólo a lo que un par de amigos y yo realizamos durante 2011 con el propósito de compartir nuestras ideas con otros.
Todo comenzó como a veces empiezan las cosas entre los seres humanos: en una mesa de café aderezada con diálogos entusiastas que no interesaban ni siquiera a los de la mesa de junto. ¿Querrá saber el lector de qué hablábamos? ¡Bueno! Hablábamos de lo mal que está el mundo, el país y Oaxaca. Hablábamos de lo incompresible que resulta que el crimen esté organizado y que los simples ciudadanos no lo estemos, o que lo estemos y que nuestra organización no funcione. Hablábamos de la ola de violencia que nos ahoga, hablábamos de lo insoportable del tráfico y de la aparente desvalorización de nuestros actos: ¿Por qué no podemos hacer que las cosas cambien? comentábamos con decepción.
Después de varios días de cafetear ideas y de intentar dar respuesta a las muchas preguntas que nos brotaban de la cabeza, no tuvimos más remedio que concluir en lo obvio: No podemos hacer que las cosas del mundo cambien, porque no somos siquiera capaces de lograr un cambio en lo que tenemos más a la mano: ¡nosotros mismos! Cierto: ¿cuántos nos hemos propuesto bajar de peso, dejar de fumar, levantarnos temprano, pagar nuestras deudas, estar más tiempo con la familia, hacer ejercicio y un largo etcétera, sin que logremos realizar ninguno de nuestros propósitos?
La conclusión de nuestras tertulias de café, a la que me he referido, fue el más común de los lugares comunes y sin embargo teníamos la sensación de que era todo un descubrimiento. Debo comentar que no es de ningún modo despreciable llegar a la misma conclusión a la que muchos han llegado antes que nosotros, ya que depende de la forma en cómo las cosas se planteen, para que de la vieja idea surja un tema novedoso e interesante.
Así que planteamos la pregunta de esta manera : ¿ Qué es lo que necesita la gente para poder actuar y cambiar las cosas? La respuesta fue: necesita tener suficiente convicción en lo que se propone. La convicción es la creencia firme en algo, en una idea o cosa. Por ejemplo, la fe es una forma de convicción porque la tiene quien cree firmemente en Dios, como quiera que lo conciba. Tener convicción de algún tipo, es tan importante que si no tuviéramos el mínimo necesario, no podríamos actuar, hacer cosas, aun lo más cotidiano que pueda imaginarse el lector. Por ejemplo, levantarse por la mañana y bañarse implica un mínimo de convicción de que el baño es deseable o hasta necesario; sin ese mínimo de convicción , simplemente no nos bañaríamos. Algo similar sucede con todos nuestros propósitos de acción: si no tenemos convicción acerca de lo que deseamos hacer, simplemente no lo hacemos.
Ahora bien, no tendría sentido preguntarnos por qué se debilita la convicción sin antes preguntarnos por aquello que nos proporciona convicción. En efecto, ¿cuáles son las fuentes de convicción del ser humano moderno? Una rápida revisión del tema, sugiere tres fuentes importantes: la religión, la filosofía y la ciencia. En efecto, desde los orígenes de la especie humana, la religión nos permitió explicarnos el porqué de las cosa, nos dio confianza, y como consecuencia nos permitió actuar. Con el desarrollo de nuestras culturas surgió la filosofía como una forma novedosa de explicar la causa de todo lo que ocurre mediante el uso de la razón. Sería redundante explicar cómo fue que la filosofía amplió nuestra confianza en lo que hacemos, el hecho es que lo hizo y por mucho tiempo. Finalmente la ciencia, instituida socialmente hace apenas un poco más de cuatrocientos años, amplió las posibilidades de conocimiento de la humanidad de manera insospechada.
A pesar del desarrollo de nuestra capacidad para comprender lo que ocurre o deja de ocurrir en el mundo, nuestras tres poderosas fuentes de convicción se han debilitado: las religiones organizadas están en crisis. Las personas confían menos en que su fe y sus iglesias solucionarán sus problemas terrenales, y para colmo, los ministros religiosos inspiran desconfianza por las desviaciones en que han incurrido algunos de sus colegas. La religión ya no es quien conduce la vida cotidiana de la mayoría de quienes dicen tener una fe.
La filosofía por su parte, ha recibido el descrédito de la ciencia, cuyos cultivadores creen que la filosofía es el contenedor residual de la ignorancia; sí, el lugar donde se almacena aquello que la ciencia aún no ha podido explicar. A tanto ha llegado el descrédito de la filosofía, que algunos trasnochados pretenden eliminarla del currículum universitario. Pocos leen o cultivan la filosofía. La filosofía ya no es el saber que ilumina la razón de la gente pretendidamente culta; es sólo nostalgia de conocimiento, historia muerta.
El caso de la ciencia es más extraño. La gente parece creer a pie juntillas lo que la comunidad científica declara, sin embargo, cada vez con más frecuencia, desconfía. ¿A qué se debe la desconfianza? Principalmente a dos razones: al mercantilismo de que ha sido víctima la comunidad científica y, por otra parte, la propia naturaleza humana. En el primer caso, la gente desconfía de quienes dicen fundarse en la ciencia, porque aducen su cientificidad sólo para vender sus productos o hacerse del control de algo; no buscan la verdad, sino ocultar sus verdaderas intenciones. En el segundo caso, las pasiones humanas predominan sobre los dictados de la ciencia. Bástenos consultar la abundante información que existe sobre aquello que favorece nuestra salud y lo que realmente hacemos. La ciencia es una fuente importantísima de convicción, pero no induce nuestra conducta, nos deja en libertad de inferir una ética a partir de sus resultados. Nuestras fuentes de convicción están en una aparente crisis, es por eso que tenemos fuertes limitaciones para actuar, cambiar nosotros mismos y transformar a nuestra sociedades.
Después de consumir más café de lo debido y de muchas mañanas dialogando sobre el tema, decidimos que habíamos planteado un problema, sino nuevo, al menos interesante: ¿Es posible fortalecer las fuentes modernas de convicción? ¿ Hay alguna manera de establecer algún canal de comunicación entre ellas para producir lo que llaman una sinergia? Para responder a estas preguntas o al menos analizar sus posibilidades de solución, organizamos un seminario que sesionaría los últimos viernes de cada mes.
No pretendíamos dedicarnos a la especulación anodina y convocar a otros a esta especie de vagancia intelectual; queríamos abrir la puerta hacia la acción, bajo el supuesto de que la gente para actuar necesita convicción y hay que buscar la manera de obtenerla. Sesionamos durante ocho meses seguidos en nuestro seminario. Compartimos nuestras ideas con otros; invitamos a científicos, filósofos , religiosos, literatos, políticos y les hicimos la misma pregunta: ¿es posible un diálogo entre filosofía, ciencia y religión de modo que el ser humano cuente con más y mejor convicción para cambiar el estado de cosas? La conclusión del seminario nos llenó de esperanza: si, una muy pequeña posibilidad de un diálogo entre las tres principales fuentes de convicción del mundo moderno, muy pequeña, pero existe.
No podría en este breve espacio explicarles en qué consiste esta pequeña posibilidad de comunicación entre la ciencia, la filosofía y la religión; pero debo decirles que se plantea la posibilidad de una nueva orientación para educar a las generaciones actuales y venideras, generaciones que serán capaces de transformar a sus sociedades a partir de lo que llamo la gran revolución personal.
En el 2011 cerramos un ciclo en nuestras actividades profesionales, familiares y amigables. El 2012 nos plantea nuevos retos, por lo pronto, en breve nos volveremos a reunir mis amigos y yo, ya veremos que se nos ocurre, por lo pronto: ¡Feliz año 2012!
Foto:Archivo/Ambientación