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Inicia el adiós de los órganos autónomos
Samael Hernández Ruiz / Colaboración
Oaxaca, Oax. 5 de febrero 2011 (Quadratín).- Salimos de la ciudad de Oaxaca poco después del medio día el primero de febrero, nuestra intención era llegar a Juchitán por la noche, descansar y salir rumbo a San Mateo del Mar, para disfrutar de la fiesta dedicada a la virgen de la Candelaria, la patrona de esas tierras.
El plan del viaje al Istmo de Tehuantepec, obedecía al compromiso de presentar en Juchitán, el día 4 de ese mismo mes, el libro Oaxaca 2010, voces de la transición, del que soy coautor, editado por Carteles Editores, de nuestro amigo Claudio Sánchez Islas. Como la fecha de la presentación se ligaba a un puente largo, a los que ya nos estamos acostumbrado y que nos crean tan mala fama en el extranjero, decidimos aprovecharlo, ante la imposibilidad de cambiar el estado de cosas.
Como nuestros amigos Margarito Guerra y Romy, nos ofrecieron hospedarnos en su casa de sobrio estilo zapoteca, mi esposa Leticia y yo, podríamos pasar con mayor tranquilidad nuestra estancia en el Istmo y de paso realizar algunas tareas pendientes, una de ellas, como he mencionado, era visitar San Mateo del Mar.
De pequeño conocí a ese municipio mareño; mi madre, comerciante como muchas mujeres istmeñas, me llevaba a sus viajes a tierras ikoods. Las casas de palma con amplios patios son características de los huaves, la fina arena que llenaba sus calles obligaba a caminar de cierta manera: con los pies hacia dentro como remando con ellos. El agua se sacaba de pozos poco profundos que cavaban cerca de las casas y recubrían con petates para evitar derrumbes, de esos pozos bebíamos un agua de un sabor dulce que contrastaba con la cercanía de la mar salada. Por las noches, los niños salíamos a jugar a la luz de la luna, que volvía de plata la tierra que llenaba al pueblo. A lo lejos, cuando el brillo lunar lo permitía, se alcanzaban a ver las dunas, impresionantes esculturas que asemejaban pequeñas montañas de talco. Nuestros padres nos llamaban para cenar pescado o el famoso mengue, con una taza de café, para después dormir en un petate o dáa, sobre la tibia arena del piso de la casa ikood.
Salimos de Juchitán por la mañana después de tomar un desayuno, en coche, tardamos un poco menos de una hora en llegar a San Mateo por el camino que, de Salina Cruz, conduce al pueblo. El paisaje sigue siendo hermoso, pasamos por el río de Huilotepec con sus rápidas aguas de un verde obscuro, y por las planicies, fondos de antiguas lagunas, del serpenteante camino a San Mateo.
Al llegar al pueblo, hicimos una parada en el lago que lo cruza. Unas fotos junto a él y a una vieja canoa huérfana de pesca, bastaron para fijar el paisaje, espero que para siempre.
Caminamos rumbo al centro de la población, bajo un sol radiante, de pronto, una niña nos ofrece gritando: ¡Compren gueta Bingui!. Gueta Bingui es la expresión zapoteca para el mengue huave. Nos sorprendió que la niña ikood, se refiriera de esa manera a un manjar tan propio de esas tierras, pero eso era apenas el principio de las sorpresas.
Conforme avanzábamos hacia el centro del pueblo, fuimos contemplando el desastre que dejó la suburbanización de San Mateo, que Víctor de la Cruz llama el efecto Pemex.
Las casas de palma fueron suplantadas por horribles barracas de blocks de cemento apilados sin ton ni son. Los amplios patios se estrecharon y hasta la arena que cubría las calles huyó ante la calamidad de un progreso de bajo octanaje.
Llegamos a las calles del centro, llenas de gente y de puestos, convertidas en un enorme y alegre tianguis, donde las voces que se escuchaban no eran dichas en huave, sino en zapoteco. La asimilación cultural de los ikoods por los zapotecas de Juchitán, si no es inevitable, es espantosa, hasta en las fondas se ofrecían garnachas con pollo y pescado a la tequita.
En uno de los puestos nos esperaba una agradable sorpresa, descubrí entre la gente a mi talentosa amiga, la cantante Susana Harp, más bella que antes y como siempre alegre y cariñosa. La abracé y saludé con el afecto acumulado por años y platicamos brevemente y, sin despedirnos, volvimos a alejarnos. Ella se presentaba por la noche en un recital en el marco de la feria de San Mateo del Mar, no pudimos asistir y lo lamento.
Después de visitar a la virgen de la Candelaria en su templo, y verificar que las famosas campanas que aún quedan en San Mateo, siguen allí, iniciamos el retorno a Juchitán, comimos en una fonda del pueblo, en el lugar donde antes estuvo San Mateo.
La visita nos dejó en la boca un sabor parecido a la amargura, aunque todos: Romy, Leticia, Margarito y yo, seguimos amando al pueblo ikood, nos pareció haber visto su declive. Coincidimos todos en que el pernicioso efecto Pemex no ha alcanzado a Juchitán, pero otros factores lo pueden afectar igual que al pueblo huave y hacerlo desaparecer del mapa. Mucha razón tiene Moisés Cabrera cuando al llamar por teléfono me dice: Si Juchitán sigue en el mismo lugar, me lo saludas. Lo hice.