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MÉXICO, DF., 26 de agosto de 2014 (Quadratín).- Rufino Tamayo, uno de los pintores mexicanos más reconocidos a nivel mundial, fue quien a lo largo del siglo XX pudo conjugar su herencia mexicana y el arte prehispánico con las vanguardias internacionales, en piezas marcadas por el color, la perspectiva, la armonía y la textura, se lee en un perfil publicado por Conaculta.
Nacido el 26 de agosto de 1899 en Oaxaca, Tamayo pintó más de mil 300 óleos, entre los que se encuentran los 20 retratos de su esposa Olga, con quien estuvo casado durante 57 años; realizó 465 obras gráficas, como litografías y mixografías, 350 dibujos, 20 murales, así como un vitral.
Sus murales se encuentran lo mismo en el Palacio de Bellas Artes, el Museo Nacional de Antropología y el Conservatorio Nacional de Música en México, que en el Dallas Museum of Cine Arts, la Biblioteca de la Universidad de Puerto Rico y en la sede de la UNESCO, en París, mientras que su obra es expuesta en recintos tan emblemáticos como los museos de Arte Moderno de México y Nueva York, el Guggenheim y la Philips Collection, en Washington.
Esto se debe a que, según Juan Carlos Pereda, subdirector de Curaduría del Museo Tamayo Arte Contemporáneo, se trata de “un pintor lleno de talento, imaginación, con un espíritu de invención que había convertido lo suyo, lo propio, lo natural, lo que le perteneció, siempre en una virtud para mostrársela a los demás”.
Por ello, dijo, “es un pintor de profundidades mexicanas, es un pintor que no necesariamente pinta escenas de folclor o costumbristas o indigenistas, sino más bien lo hace desde ahí, desde ser él mismo, una gente que asume su herencia y luego la enriquece, la pone a dialogar con cosas tremendamente sofisticadas, como Matisse, Picasso, Miró, con toda la vanguardia internacional”.
Mexicano internacional
El mismo Tamayo explicó, en una entrevista realizada en 1956, que “Mi sentimiento es mexicano, mi color es mexicano, mis formas son mexicanas, pero mi concepto es una mezcla (…) Ser mexicano, nutrirme en la tradición de mi tierra, pero al mismo tiempo recibir del mundo y dar al mundo cuanto pueda: este es mi credo de mexicano internacional”.
Hijo de Ignacio Arellanes, de oficio zapatero, y Florentina Tamayo, costurera, Rufino del Carmen Arellanes Tamayo comenzó en 1915 sus estudios en la Academia de Bellas Artes de San Carlos de la Ciudad de México, los cuales abandonó, pero su empeño y disciplina lo llevaron a consagrarse en la pintura.
“En sus entrañas, él tenía el gusto por el dibujo y por crear pintura”, cuenta su sobrina María Elena Bermúdez.
“Él decía y daba consejo a los jóvenes: si te gusta pintar, pinta todos los días y si puedes ocho horas diarias. Fue el joven que se va haciendo a través de un arduo trabajo, sacrificio y esfuerzos incontables, un día y otro y otro, desde luego él se adelantó a su época, porque cuando uno piensa en Tamayo, como pintor, siempre piensa uno en un Tamayo actual y además moderno”.
Según Luis Ignacio Sáinz, en el artículo Los rasgos plásticos de Rufino Tamayo, el color y la textura son rasgos de una pintura siempre moderna y siempre arcaica.
Tamayo usa la densidad del color y la calidez de la textura, en diferentes medios y técnicas: óleo, temple, grabado, dibujo, mural, mixografía, acuarela, litografía.
Tamayo, agrega el especialista, “recupera el sentido primigenio de la creación plástica: la geografía acotada del cuadro. Cala en los orígenes de la pintura a fin de descubrir, una vez más, la autonomía de la figura, la independencia de la composición, la libertad del color, por encima de los significados políticos inmediatos”.
Un estilo inclasificable
Por ello, su estilo, destacó Juan Carlos Pereda, es indefinible, inclasificable, “es un artista que pertenece a su tiempo, muy complejo y al mismo tiempo muy simple, si usted quiere describir un cuadro de Tamayo va a detallar un personaje y se acabó, pero más allá de eso hay un oficio como pintor extraordinario”.
El curador del Museo Tamayo y especialista en el pintor oaxaqueño, comentó que la calidad de su pintura es de primerísimo nivel, pero además sus obras tienen un mensaje cifrado, un tiempo y un espacio indefinido y atemporal, que son valores que convierten su obra en contemporánea.
En un primer nivel, continuó Pereda, “usted puede decir es un monito que está en un ámbito azul o rojo, pero cuando usted empieza a desenrollar, a decodificar el mensaje cifrado que hay en cada cuadro, es un universo de una riqueza, lo mismo conceptual que técnica y esto es una cuestión que no todos los artistas tienen”.
En este sentido, Xavier Villaurrutia señalaba que Tamayo “no compone por acumulación, sino por selección y porque no le arredran los espacios desnudos que, en su caso, nunca son espacios vacíos, puesto que, en virtud de una pincelada siempre significativa, el color sigue viviendo en ellos con una vibración que es un goce para la vista y que instala al mismo tiempo a las figuras del cuadro dentro de una atmósfera y en una compleja y poética duración”.
Sobre su uso del color, María Elena Bermúdez, autora del libro Los Tamayo, un cuadro de familia, recordó que el pintor estuvo muy cerca del colorido de la fruta, pues cuando llegó a la Ciudad de México, a la edad de 11 o 12 años, tras la muerte de su madre, sus tíos tenían bodegas de fruta, “entonces a Tamayo le llamaba la atención ese colorido tan especial que tiene nuestra fruta y él fue plasmando en su obra todos esos colores”.
Después, agregó la sobrina del pintor oaxaqueño, cuando estuvo trabajando en el Museo Nacional de Antropología “se empapó del arte prehispánico y se enamoró de él, en su obra están clavadas nuestras raíces indígenas”.
A Rufino Tamayo el éxito le llegó temprano, pues en 1926 realizó su primera exposición, que tuvo tal reconocimiento que lo llevó a exhibir sus obras en el Art Center de Nueva York.
Fue un pintor siempre reconocido, que se incorporó de inmediato a las grandes galerías, a las colecciones importantes y a los acervos de los museos.
Y es que, de acuerdo a su sobrina, “Tamayo es Tamayo en el mundo entero”, su inconfundible estilo y calidad pictórica hicieron que el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) le comprara el cuadro Los perros, y después algunos más, cuando otros artistas donaban sus obras para estar presentes en este recinto referencial del arte contemporáneo.
Juan Carlos Pereda explicó que Los perros “es un cuadro comprado, pagado, al artista o a su galería, pero elegido, buscado por la gente del MoMA, mientras que otros artistas habían donado para que hubiese obra de ellos en el MoMA. A Tamayo le compran no uno, sino dos cuadros y más adelante adquirirán otros”.
La vocación artística llevó a Tamayo a ejercer también la academia como profesor en San Carlos y en la Dalton School of Art de Nueva York, lo que le permitió además de desarrollar una pintura de calidad extraordinaria, experimentar y crecer.
Por ello, “Tamayo no pinta como nadie en México, aunque aborda una naturaleza muerta o un retrato o un paisaje, lo hace de una manera totalmente distinta del resto de los pintores que hay en México, que son gloriosos”, acotó el especialista.
Sin embargo, Tamayo tomó las vanguardias y las aplicó al contexto mexicano, pues agregó Pereda, este pintor “opera como la traducción de este mundo mexicano, tan complejo, tan bello, tan único, en otros lugares, lleva esa herencia, ese contexto, para convertirlo en algo que ya deja de ser meramente mexicano, para que sin dejar de serlo se convierta en otra cosa, que pueda apreciar alguien educado dentro de la vanguardia internacional”.
Muestra de ello es el mural Dualidad, realizado para el Museo Nacional de Antropología, donde, señaló el también curador, se cifra toda la experiencia de la pintura mexicana y de Tamayo.
“Es un mural que no narra, significa muy profundamente y que lo puede entender cualquier gente”. Dentro del contexto de ese museo, añadió, “opera como una suerte de síntesis de todo lo que uno va a ver o ya vio en la visita.
Ahí está puesta toda la poesía, la cosmología, toda la tradición oral, está puesto todo el color, toda la forma.
Creo que esa es una de las grandes pinturas del siglo XX, no le diría de México, sino del mundo entero, es un cuadro que al igual que el Guernica, tiene una significación muy profunda, muy importante y que es posiblemente decodificable por todo el mundo”.
Un amplio legado
Juan Carlos Pereda destacó que el legado de Tamayo es muy extenso: “Primero tenemos al pintor que revolucionó el arte mexicano, luego al pintor que llevó al arte mexicano fuera, el pintor que trajo el arte de fuera hacia México y luego tenemos al pintor que creó una bienal para dotar de una colección de arte a su ciudad natal, luego tenemos a un pintor que realizó dos museos: uno de arte contemporáneo y otro de arte prehispánico”.
Tamayo fue un artista muy complejo, muy generoso, que aportó a las vanguardias y además, el especialista consideró que es el mejor embajador de México, pues sus obras siempre fueron buscadas y valoradas por coleccionistas, instituciones y museos, en los cuales sus cuadros se encuentran junto a los de Matisse, Picasso, Miró o Chagall, porque tiene el mismo nivel estético de los grandes artistas del mundo entero.
Aunque a diferencia de pintores como Picasso o Miró, que podían hacer 10 cuadros en una semana y cuyo inventario es de más de 70 mil obras, Tamayo pintó poco, alrededor de dos mil obras, ya que su pintura es compleja, elaborada y debido a su éxito se encuentra dispersa por todo el mundo, en los museos y colecciones más importantes.
Por ello, en el Museo Tamayo Arte Contemporáneo no existe una sala permanente dedicada a los óleos de Tamayo.
En este sentido su sobrina indicó que “son escasos, andan por diferentes partes del mundo en exposición; es difícil, la gente se molesta porque no hay obra del maestro Tamayo, pero es escasa y lo poco que hay está moviéndose en todo el mundo”, ya que la familia conserva la Colección Olga Tamayo, con alrededor de 25 óleos, que “siempre está a las órdenes para llevarla al mundo entero para su exhibición”.
El curador del Museo Tamayo recordó que, además, el pintor abrió dicho recinto, no para exhibir su obra, sino para exponer lo mejor del arte contemporáneo internacional en México.
Sin embargo, el Museo Tamayo abre constantemente sus puertas al pintor y nada menos en este momento, señaló María Elena Bermúdez, el recinto tiene la muestra Antígona, que hasta el 10 de septiembre expone los diseños del vestuario que Tamayo realizó para el ballet Antígona, el cual se llevó a cabo en Londres en 1959.
Para acercarse a la obra de Tamayo, su sobrina recomendó visitar los murales del Palacio de Bellas Artes, porque dijo: “son extraordinarios y es ahí donde notas el talento de Tamayo, esa perspectiva, esa armonía, esa textura”.
La autora de Los Tamayo, un cuadro de familia, recuerda a su tío con nostalgia y admiración, como un hombre “sumamente alegre, simpático, muy ocurrente, muy chistoso, con sentido del humor, sumamente cálido, cariñoso, para mí, mi adoración”.
Cuando tenía cinco o seis años, señaló, “yo veía al tío en la sala de la casa de mis padres pintando, ese tío pulcro, cuando terminaba de trabajar parecía que ahí Rufino no había trabajado, me llamaba la atención lo limpio que era para todo. Cuando llegaba, llegaba la vida, era quien nos dedicaba tiempo después de estar pintando y jugaba con nosotros como si fuera otro chamaco”.
Después, comentó, cuando pintaba sus murales en Bellas Artes “me llamaba la atención que él trabajaba solo, le ponían los andamios y Tamayo iba con sus cubetas, subía y bajaba mil veces, llegaba a su casa muerto”.
Su disciplina lo hacía trabajar diariamente y su generosidad se demuestra en las numerosas donaciones de obra que realizó a asilos y diversas instituciones, así como en la creación de dos museos, uno de arte prehispánico en su ciudad natal Oaxaca y el Tamayo, dedicado a al arte contemporáneo internacional.
Tamayo, quien falleció el 24 de junio de 1991 en la Ciudad de México, recibió numerosos reconocimientos, “yo creo que si digo 200 se quedan cortos”, apuntó María Elena Bermúdez.
Y es que fue galardonado con el Premio Nacional de Ciencias y Artes, nombrado Doctor Honoris Causa por las universidades de Manila, la Nacional Autónoma de México, la de Berkeley, la del Sur de California y la Veracruzana, así como Caballero de la Legión de Honor de Francia.
Además, recibió el Gran Premio de Pintura de la II Bienal de Sao Paulo, fue nombrado comendador de la República Italiana, Hijo Predilecto por el gobierno de Oaxaca y el rey Juan Carlos de España le entregó la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, el Senado de la República hizo lo propio con la Medalla Belisario Domínguez y fue miembro honorario del Colegio Nacional, entre otras distinciones.