Si bien es cierto que estas publicaciones pueden servir para alcanzar una vida más satisfactoria, una interpretación rígida lleva a caer en la convicción de que podemos modificar las circunstancias de nuestra vida simplemente pensando de forma optimista, o que, para alcanzar el “éxito”, es necesario negar la realidad y evitar sentir emociones desagradables.
Este modelo dicotómico que divide los sentimientos en buenos o malos, promueve la culpa y la frustración cuando no se alcanzan las expectativas, y magnifica el poder de la emoción “positiva”, dotándola de una fuerza tan grande que es capaz, incluso, de curar enfermedades o de convertirnos en millonarios.
Está claro que si somos optimistas cualquier empresa se nos hará más fácil; sin embargo, no podemos luchar contra todos los sentimientos desagradables, ya que éstos son un fenómeno natural de la vida.
No se trata de cultivar la tristeza, pero tampoco de arrinconarla y luchar contra ella. Los sentimientos, al igual que los pensamientos, a veces van por libre; por ello es necesario aceptar las emociones que surgen a lo largo de nuestra vida sin dejarnos arrastrar por su torrente. Observarlas de la manera más neutral posible, sin juzgar ni criticar lo que sentimos ni identificarnos con ellas, es la manera más eficaz para que se marchen tan rápido como aparecieron.
Además, la tristeza cumple una función esencial en nuestras vidas. Nos avisa de que algo va mal y hace que nos replanteemos nuestros objetivos y relaciones con los demás. Gracias a ella tomamos decisiones que pueden cambiar nuestras vidas y convertirnos en personas mucho más felices. La tristeza nos hace avanzar y crecer como personas, y sin ella tampoco podríamos alcanzar grandes momentos de felicidad.
(Artículo proporcionado por el Centro de Colaboraciones Solidarias)
Sara Mosleh Moreno
Periodista