Mantiene SSPO activo el Plan de Apoyo a la Población en el Istmo
“Soy viajero de ausencias, cargo a cuestas mi moral llenito de miedo y de soledad.
Pero si sigo vivo por algo ha de ser.
Pa’lante pa’lante errante diamante”
Fragmento de canción “Errante Diamante” de Aterciopelados
ISTMO, Oax. 24 de marzo de 2014 (Quadratín).-Amelia y Nicolás no se conocen, no saben de la existencia del otro. Están separados por miles de kilómetros de distancia. Ni siquiera comparten la misma raíz lingüística, mucho menos el grupo étnico.
Son sobrevivientes, los une el miedo y la injusticia. Tienen en común el odio de un presunto cacique, la orden de expulsión de una asamblea, viven bajo la figura de “desplazados”.
Ella huyó una noche con su madre.
Él vio apaleada su dignidad frente al pueblo.
El miedo lo expulsó de Nuevo Santiago Tutla en el bajo mixe. Por no acatar presuntamente la determinación de Homero Salinas, agente municipal de Pueblo Viejo de San Francisco del Mar, militante del PRI, dejó esposa e hijos en aquella zona huave.
Amelia vive escondida, Nicolás vive de prestado. Los dos esperan volver a casa.
Los indígenas forman parte de los llamados “desplazados internos”, ese grupo de personas que la ACNUR (Agencia de la ONU para refugiados) considera que de manera forzada huyen de sus hogares, pero permanecen dentro de las fronteras de su país o estado, para escapar de la violencia, conflicto armado, violación de sus derechos humanos y desastres naturales.
Amelia Basilio Fuentes tiene 34 años y tres hijos. Dos hermanos, una cuñada, sus padres y cinco sobrinos forman su familia. Su calvario comenzó en el 2013, cuando su padre Efrén Basilio Espinoza demandó ante el Ministerio Público al cacique de Santiago Tutla, agencia de San Juan Mazatlán en el Distrito de Matías Romero, José Raymundo Fabián, por ordenar de manera injustificada su expulsión del pueblo.
Nicolás Andrés Juan nació y creció en Pueblo Viejo, núcleo agrario de San Francisco del Mar en el Distrito de Juchitán. Los problemas comenzaron el 7 de julio de 2013 cuando delante de todos votó contra el PRI, lo que trajo como consecuencia la expulsión de la comunidad mareña por orden de la asamblea que maneja la autoridad encabezada por Homero Salinas.
Amelia vive a escondidas desde hace una semana junto con cuatro personas en el albergue “Hermanos en el camino” de Ciudad Ixtepec bajo la protección del cura Alejandro Solalinde Guerra, mientras Nicolás vive de prestado en Pueblo Nuevo en compañía de 12 huaves más.
Mil pesos es la multa que debe pagar cualquier ciudadano de Santiago Tutla que se atreva a dirigirle la palabra a Amelia y su familia. La orden salió del seno de la asamblea el 10 de febrero, allí el agente municipal, Meliton Hilario Matías, y el Comisariado de Bienes Comunales, Guillermo Nolasco Raymundo, determinaron que el castigo es consecuencia de la desobediencia ante la orden de expulsión.
“Nadie nos habla por miedo a ser encarcelado y pagar la multa. Así, mejor ni nos miran. Somos como unos apestados en nuestra tierra. No conformes con amenazarnos y hostigarnos, silencian a todo un pueblo”.
La primera orden se dio el 24 de enero, José Raymundo explicó que Efrén Basilio Espinoza lo había demandado en el 2013 ante el Ministerio Público bajo el argumento que había ordenado su expulsión de la comunidad de manera “absurda”.
“Mandaron a llamar a mi padre y el cacique le dijo que nadie podía demandarlo, que ahí él era la ley, por eso tenía 15 días para largarse de Tutla, pero nosotros no obedecimos. Por eso el 10 de febrero volvió a llamar al pueblo y ordenó que destrozaran el rancho de mi padre.”
Además de destrozos en el rancho, armados, los topiles y la guardia comunitaria abrieron (quienes cargan armas de uso exclusivo del Ejército) la tierra y retiraron los tubos del sistema de agua potable que llega hasta la casa de Amelia. Amelia mantuvo el orgullo, su familia con ella.
“Nos dejaron sin agua. Dijimos, aún podemos aguantar, así que teníamos que caminar mucho para sacar agua de un pozo, así sobrevivimos un mes”.
Después, presuntamente la autoridad descolgó el cable de la luz y se quedaron sin energía eléctrica. El orgullo entonces se convirtió en coraje.
La persecución subió de tono. Ni un miembro de la familia Basilio Fuentes podía moverse libremente por el pueblo, guardias fueron colocadas para seguir a cualquier integrante. Decidieron no salir de casa, encerrarse, estaban secuestrados. Entonces el orgullo se convirtió en miedo.
Una noche, Amelia salió a escondidas de Tutla junto con su madre. Burló la guardia. Corrió todo lo que pudo por el monte hasta llegar a la cabecera municipal, San Juan Mazatlán. Ahí pidió auxilio, pero nada. La justicia las ignoró.
Después de Amelia, escapó su hermana Bernardina y su cuñada María Elena Pacheco Peralta, llegaron a Ixtepec con hambre y la muda ropa que traían puesto. Ya en la zona zapoteca, las tres mujeres interpusieron sus denuncias ante las instancias de justicia, en casa dejaron a su madre, su padre y hermano, así como dos hijos de Bernardita.
A pesar de la huida, las autoridades continuaron amenazando al padre y hermano “le pidieron a mi hermano un millón y medio de pesos para dejarnos en paz, pero de dónde vamos a sacar ese dinero. Nos dejaron sin casa, sin tierras, sin animales, sin servicios, ahora nos piden dinero”.
Con ella están desplazados dos ciudadanos más, Valentín Nolasco Antonio y su hijo Italio Nolasco Nepomuseno. Ellos también fueron expulsados del pueblo por la denuncia interpuesta contra José Raymundo Fabián por el robo que cometió sobre su ganado.
Ante la negativa de salir de Santiago Tutla, porque consideraron que es una injusticia, les destruyeron el cerco de su ganado, les quitaron la casa donde habitan y los golpearon. También les pidieron un millón y medio a cada uno para dejarlos vivir en la comunidad.
“No conforme con robarme el ganado, con golpearme, de amenazar a mi madre y extorsionar a mi hijo con tres millones de pesos, el cacique duerme en mi cama, se sienta en mi comedor, descansa en mi patio, se apropió de mi casa. Ahora vivo escondido, sin tierras, sin ganado, sin casa y sin justicia”, comenta Valentín en medio del llanto.
Las cinco familias mixes que actualmente descansan en el albergue católico forman parte de las 140 familias desplazadas de Nuevo Santiago Tutla desde el 2012 (zona de cultivo de amapola y mariguana), distribuidos en Chiapas, Veracruz y Oaxaca.
Amelia vive preocupada, indignada. El coraje a veces se transforma en llanto.
Esperanza es la única carta que posee, el único sentimiento que comparte con los suyos mientras espera justicia, mientras espera su regreso a casa.
Homero Salinas, presuntamente no levanta ni un sólo segundo la cabeza. No deja ver sus ojos. No observa de frente a sus interlocutores. Muestra pasividad la mañana del 10 de marzo. Tampoco escupe palabra alguna, lo deja todo a su abogado, un buen orador enviado por una diputada del Partido Revolucionario Institucional.
A lo lejos lo observa Nicolás, Homero no se percata, pero está consciente que tanto el pescador como otros 12 huaves expulsados están ese día de reunión en el paraje Playa Vicente (entre Pueblo Viejo y San Francisco del Mar) escuchando al Consejo de Ancianos de Pueblo Nuevo y al gobierno sobre un posible regreso, una propuesta que nunca llegó por parte de Homero Salinas.
Nicolás no puede ni quiere olvidar la humillación que sufrió el 15 de noviembre de 2013. Hasta su casa llegó la policía comunitaria, quien lo encaminó hasta la cárcel.
Para su sorpresa, dentro estaban otros tres compañeros de partido. La acusación fue clara, la demanda interpuesta contra Homero Salinas ante el Ministerio Público de Zanatepec por daños en su propiedad.
“Me llevaron como a un criminal, como el peor de los delincuentes. No me dieron la oportunidad de defenderme. Nos exhibieron frente a una parte del pueblo, nos señalaron, nos acusaron. No hubo compasión. Éramos culpables. La expulsión era nuestro fin”.
Después de determinar el castigo, los subieron en una camioneta y los sacaron de Pueblo Viejo. Los abandonaron cercar del paraje que ahora sirve como punto de encuentro.
Caminaron por horas hasta llegar a San Francisco, atrás dejaron casa, familia y tierra.
El único pecado, reconoce Nicolás, es que votó el 7 de julio de 2013 en la agencia municipal frente a todos por el Partido Unidad Popular (PUP), no por el PRI como presuntamente lo había ordenado Homero Salinas.
“Ese día no hubo mamparas, no hubo voto secreto. En una mesa nos obligaron a votar, frete al pueblo. Yo voté por el PUP, mis 12 compañeros hicieron lo mismo y tuvimos el mismo fin, la expulsión”
La asamblea, respaldada por las normas del sistema de Usos y Costumbres, disfrazó la verdadera intención por “desacato” “desobediencia” a la máxima autoridad del pueblo, la asamblea. Se les acusó de no hacer tequio, de no contribuir con el bien de la comunidad huave.
Pero antes de la expulsión presuntamente cayó sobre cada uno de los anti priistas una persecución y hostigamiento. A los pescadores les prohibieron la pesca en la zona lagunar, a otros, como a Nicolás, les destruyeron las cercas de sus potreros.
“Lo primero que me hicieron fue destruir la cerca de mi potrero. Molesto interpuse mi demanda, ellos en venganza me expulsaron.”
Junto con Nicolás Andrés Juan, Gustavo Gómez Nieto, Felipe Pedro Martínez, Imelda Marín, Vicente García, Facundo Francisco Martínez, José Luis Martínez, Javier Martínez Jiménez, Joselito Gallegos, Carlos Norberto Ocampo Andrés, Oliver Ocampo Martínez, Bernardino Pineda Castillejos y Jesús Ocampo Vargas, viven en San Francisco del Mar desde hace cuatro meses como desplazados.
En el pueblo están sus esposas e hijos sufriendo todo tipo de discriminación.
Nicolás espera no sólo recuperar la paz y su hogar, sino que Homero Salinas responda ante un juez por los presuntos delitos de abuso de autoridad, destrozos y amenazas de muerte.