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Almuzara Libros México, presente en la FIL de Palacio de Minería
Washintong. D. C. 09 de julio de 2013 (Quadratín).- En un espacio de cinco por cinco metros cuadrados se agrupó la cultura zapoteca del Istmo de Tehuantepec. El pabellón sobresalió de los demás por su colorido y gran vida; las pintorescas grecas del enlonado, las fotografías, los adornos de papel china que atraviesan la carpa, los huipiles colgados del techo, el estandarte de San Vicente Ferrer en el centro, los xicalpestles y banderitas multicolores en las mesas, aunque toda la energía del reino za se concentró en tan sólo ocho zapotecas.
El módulo se ubicó en la sección Un mundo, muchas voces (One World.Many Voice) del Festival de Culturas Populares Smithsonian ( Smithsonian Folklife Festival). En él, miles de visitantes apreciaron la cultura zapoteca a través de los ritmos tradicionales de la banda de música de Vicente Guerra, Gerardo Valdivieso y Fabian Peña, que mecieron la enagua de la transcriptora Reyna López, el sabor de los guisos elaborados por las cocineras Velma Orozco y Rosaura López, las palabras que en lengua madre desgranaron los escritores Natalia Toledo y Víctor Cata, los binniza que representaron a México en Washington, D. C.
Los zapotecas convivieron y compartieron experiencias con artistas indígenas arhuacos, kamentzá, uitoto y wayuunaiki de Colombia, los bailadores garífunas de Los Ángeles y Nueva York, los hawaianos promotores de su lengua madre , los artesanos kallawaya de Bolivia, los músicos de kichwa Ecuador, los ritualistas koro de la India, las tejedoras quechua de Bolivia y los tradicionalistas tuvan de Rusia.
Durante una semana los artistas de la palabra, el canto y la comida, expusieron una pequeña muestra de la cultura zapoteca en el festival a través de la gastronomía. Para esta sección se construyó especialmente un horno de barro, estructura única en el mundo por sus características. Las encargadas, Velma Orozco y Rosaura López, originarias de La Ventosa, armaron toda una cocina comunitaria con la participación de los visitantes durante la elaboración de tortillas, tamales de camarón, tamalitos dulces, garnachas, etc.
La música, eje principal de la convivencia, tuvo a tres grandes exponentes de los ritmos tradicionales; el escritor, periodista y músico Gerardo Valdivieso, el maestro Vicente Guerra y el antropólogo Fabián Martín Peña. Las piezas interpretadas forman parte de la tradición musical de los zapotecas que se escuchan hasta el día de hoy en diversos escenarios de los pueblos del istmo. Para representar las melodías se contó con la joven bailadora Reyna López.
La narrativa y la poesía estuvieron representados por los creadores Natalia Toledo y Víctor Cata, que en zapoteco leyeron sus más recientes trabajos literarios, transmitiendo a través de la palabra la cosmovisión de los hombres de las nubes.
El programa de la delegación estuvo a cargo de la de la curadora de lingüística del Departamento de Antropología del Museo de Historia Natural del Instituto Smithsonian, Gabriela Pérez Báez, quien propuso la participación de los zapotecas ante la institución cultural norteamericana.
ROSAURA
La fuerza del cuerpo recae poderosamente en los brazos que sostienen la piedra de moler en el metate. Van y vienen sin parar por unos minutos sobre el maíz. Se detiene. Verifica la consistencia. Aún no. Una. Dos. Tres. Cuatro veces más hasta que la experiencia le indica a Rosaura que la masa está lista. Sonríe para la foto. El aglutinamiento de las personas a su alrededor no la intimidan. No sabe inglés, pero no lo necesita. Le basta regalar sonrisas y explicaciones en español. La timidez no va con esta zapoteca de 52 años que hace partícipe a los curiosos de su oficio, hacer tortillas de horno en tierras extrañas.
Rosaura López Cartas es originaria de La Ventosa, agencia municipal de Juchitán. Madre de tres hijos. Desde hace cuatro años se inclinó por el oficio de tortillera debido a la precaria situación económica familiar y para darle una educación universitaria a su último hijo. Desde el 2004 forma parte del equipo de trabajo de investigación en el istmo de la curadora de lingüística del Departamento de Antropología del Museo de Historia Natural del Instituto Smithsonian, Gabriela Pérez Báez.
Rosa, como la llaman de cariño, tiene una gran memoria y retención, tanto, que claramente recuerda haber conoció a la lingüista un 20 de mayo del 2004. Cómo olvidarlo, si allí comenzó una etapa importante de su vida, informante del zapoteco.
-Una tarde mientras descansaba con mi padre, Ta Chicu Juan, en la enramada de mi casa tomando café, ella se presentó buscando a mi hermano, Javier López Cartas, quien era realmente su informante. Explicó su presencia, pero al no estar mi hermano en condiciones para trabajar me ofreció un lugar en su proyecto, yo sin meditarlo mucho acepté. Ahora, mírenme. Aquí estoy, en un festival internacional gracias a que sé hablar el zapoteo, la lengua de mi madre. Mostrándole al mundo la lengua de mi gente.
Su contribución es importante para la preservación y revitalización de la lengua zapoteca del Istmo de Tehuantepec. Ella no es ajena a esta idea, al contrario, está consciente que no es sólo un trabajo que le ayuda económicamente, sino que forma parte de un proyecto multidisciplinario que se desarrolla entre investigadores zapotecas, mexicanos y norteamericanos. Se siente privilegiada de contribuir con sus conocimientos a favor de su lengua materna.
VELMA
El carácter fuerte de Velma se nota a distancia, pero también su alegría y picardía. Su nombre es en honor a la lingüista norteamericana Velma Pickett, quien vivió en casa de su abuela Na Victoria Carlo en los 50s mientras realizaba levantamiento de datos para el estudio del zapoteco en La Ventosa.
Velma no conoció a la Pickett hasta los 18 años, sólo sabía que embarazada su madre decidió llamarla así. La buscó después de casada, en Mitla, allí conoció a la mujer fuereña que tanto su abuela le contó. Velma Orozco Trujillo carga a cuesta 59 años, felices, asegura sonriente mientras prepara mole rojo en la cocina que le acondicionaron los organizadores del festival internacional.
Cocinera desde los primeros años de vida, aprendió lo básico de la cocina zapoteca de su abuela. Después con los años, perfeccionó su oficio en restaurantes y casas donde sirvió como nana. Hoy se dedica a la venta de comida, de eso sobrevive en la comunidad istmeña.
Durante seis días, esta experta cocinera compartió los secretos culinarios de su gente, explicó paso a paso la preparación de distintos guisos, el nombre que reciben en zapoteco, el contexto en donde se realizan. Con infinita paciencia, Velma atrapó la atención de niños y adultos, que maravillados se dejaron llevar hasta la tierra de los zá con los exquisitos olores.
-Esta es mi vida, la cocina. Esto me enseñó mi abuela, esto enseñé a las de mi casa. Es un privilegio ser parte de la delegación. Decirle al mundo lo que hacemos y cómo lo hacemos. Nadie tiene en el mundo nuestros guisos. Nada en el mundo se compara con lo nuestro. En nuestra comida también está nuestra casa.+
REYNA
Reyna nunca imaginó que el zapoteco le abriera tantas puertas en la vida, en lo laboral, económico, cultural y social, hoy, está convencida y agradece que su madre le haya enseñado amar la lengua de los suyos. Reyna Guadalupe López , es la más joven de los integrantes de la Delegación de Zapotecas de Juchitán que participó en el festival, 28 años. Vivaz e inteligente. Técnica en asistente directiva y transcriptora del zapoteco para diversos proyectos.
Nunca se vio como empleada detrás de un mostrador, por eso al primer ofrecimiento aceptó el trabajo de informante del zapoteco para unos investigadores en el 2006, desde entonces empezó a mejorar en las técnicas de recolección y catalogación de datos en distintos talleres. El oficio lo toma en serio.
Esta joven zapoteca, pasó de informante a transcriptora. Aprendió a escribir en zapoteco con norteamericanos especialistas. Cursó talleres de tonos en la capital del estado y Veracruz. Lo mismos habla del Alfabeto Fonético Americano (AFA) como del Alfabeto Fonético Internacional (AFI). Sabe lo que muchos lingüistas no saben, a pesar de haber cursado una universidad o especialidad.
Reyna ve más allá. No se pone límites. No existen para ella. Quiere escribir los cuentos que su madre le contó de niña, las historias que escuchó de sus abuelos y ancianos del pueblo. Sueña con ver publicados sus textos en un libro, tener un espacio electrónico donde dar a conocer su trabajo como transcriptora. No se ve en otro oficio. No se siente ajena a su lengua. No se ve lejos del trabajo de revitalización del zapoteco en el istmo.
-Soy afortunada por hablar mi lengua. Estoy orgullosa de ella. Por ella he conocido gente y visitado lugares. El zapoteco es mi vida, sin ella no se que sería. Cuando tenga familia, mis hijos también hablarán el zapoteco. Les enseñaré lo único que somos y lo importante que es nuestra cultura en el mundo.