Economía en sentido contrario: Banamex
CIUDAD DE MÉXICO, 6 de marzo de 2019.- Con el paso de los días la pesadilla es mayor.
Y es que según muchos especialistas el derrumbe económico parece inevitable; la bancarrota está a la vista y la fuga de capitales toca a la puerta.
Y dicen que la fuga no sólo será imparable sino devastadora.
Además, las calificadoras internacionales ya no sólo descalifican al país y a sus empresas –CFE y Pemex–, sino que el contagio llegó a la iniciativa privada y a empresas como Femsa y Liverpool, entre muchas otras, que además resienten los estragos de un mercado interno deprimido.
La curva de desempleo sigue creciendo mientras que la desaceleración económica es inocultable y muy pronto serán visibles –a los ojos de todos–, los signos de una severa recesión.
A su vez, el alza en los combustibles ya detonó un disparo inflacionaria que pega en la canasta básica –a causa del alza del costo del transporte–, y los más castigados serán los que menos tienen.
Por todo eso, en sólo cien días habremos pasado del sueño de vivir en el paraíso prometido, al infierno y la pesadilla del peor gobierno de la historia.
Lo más cuestionable es que –según expertos–, lo peor no ha llegado.
No, la verdadera catástrofe vendrá cuando mercados y calificadoras prueben que el presidente mexicano no sólo no entiende la debacle a la que lleva a México, sino que confirmen que Obrador falta a la verdad por sistema.
Cuando las calificadoras y los mercados hayan confirmado que el presidente de México no es confiable por mentiroso, entonces caerá toda la confianza en la certeza jurídica del Estado mexicano. Y todo se vendrá abajo.
Es decir, López Obrador no entiende que cuanto más miente y más evade su culpa en la tragedia económica que vive México, más derriba la confianza en el país y más profunda será la crisis económica.
Y, por eso, obligan las preguntas.
¿Qué dicen hoy aquellos que apostaban a que los dislates y las locuras del presidente Obrador serían contenidas y corregidas por “los mercados”?
¿Qué están haciendo los partidos opositores frente a la crisis que viene –además de negociar el perdón del gobierno en turno, como es el caso de Ricardo Anaya–, que son incapaces de impedir la debacle?
¿No hay, en México, nadie capaz de hacerle ver al presidente que lleva a todo el país a la bancarrota?
¿No existen recursos políticos –en los partidos opositores y en el Congreso–, para revertir la quiebra y la ruina de México?
¿No existe, entre los grandes empresarios del país, una voz capaz de reunir a los hombres de empresa para exigir al presidente corregir el rumbo?
¿Qué esperan para actuar los contrapesos ciudadanos y políticos que pregonan contrapesar al gobierno fallido de López Obrador?
Y es que en los casi cien días que Obrador despacha al frente del poder Ejecutivo –nadie puede decir que ha gobernado–, tampoco nadie puede negar lo evidente; la destrucción del país, de su economía, instituciones, estabilidad y la confianza en invertir, esa que llevó décadas construir y que se destruyó el sólo cien días.
Más, si un estudioso debiera preparar un manual sobre la forma más eficaz para destruir a un país y su economía, la patente sería del presidente mexicano, quien en sólo cien días cumplió la vieja promesa de “mandar al diablo las instituciones”, pero con todo y país.
Y si, el presidente Obrador podrá decir misa; podrá tratar de engañar a muchos con el petate del muerto de que su gobierno no es culpable del derrumbe de la economía y que esa caída es causa del neoliberalismo, pero no engañará a todos todo el tiempo.
Y es que tarde o temprano la Nación demandará al presidente Obrador la obligada rendición de cuentas; junto con todos aquellos que hoy aplauden la debacle del país, a pesar de que saben que llevan a millones a una pesadilla.
En sólo cien días ya pasamos del sueño de Disney a la mayor pesadilla en la historia.
Al tiempo.