
Las reformas constituciones y la verdadera oposición
La promoción del señor Hugo López-Gatell, indigno del oficio o del grado académico que se le concede, ha abierto el debate sobre el desempeño del país durante la pandemia.
Tras un lustro, llegó una nueva administración y persiste la falta de claridad sobre la mayor crisis de salud conocida en el último siglo, de una evaluación de las decisiones públicas y de la capacidad de la nación en su conjunto para enfrentar una crisis sanitaria.
Después de la tragedia es obligado cuestionarse si algo se aprendió para no incurrir en los mismos errores o faltas.
Las lecciones son para individuos y gobierno. Hay que ser claro: la designación de Hugo López-Gatell, su defensa por la presidenta Sheinbaum y la agresiva respuesta de ella a quienes impugnan muestra que no se aprendió, que el interés político del grupo gobernante y su obsesión por el poder en sí mismo prevalece en los temas fundamentales como la salud de los mexicanos.
Nuevamente se incurre en el absurdo de cuestionar al mensajero en lugar de abordar con honestidad lo que se dice. López-Gatell se degrada a sí mismo por su interesado sometimiento al poderoso, quizá no sea tan mal profesional, pero es irrelevante por su servilismo que, para el caso concreto, costó vidas y la salud de personas en por cantidades abrumadoras.
En este espacio hemos señalado que el desempeño del señor Gatell conlleva responsabilidad criminal, cientos de miles de mexicanos y una parte considerable del personal médico que fallecieron ocurrieron por la ostensible negligencia de un especialista con suficiente información para actuar con apego a las recomendaciones de la OMS. Son millones de mexicanos que no fallecieron, pero hasta hoy día padecen la secuela del contagio con una degradación de su calidad de vida.
Al presidente López Obrador lo explica, no lo justifica su ignorancia y tozudez; indigna la manera como se comportó a lo largo de la crisis sanitaria.
En lugar de ofrecer ejemplo para que la población actuara de manera preventiva, su mofa y desdén fue un pésimo patrón para que muchos bajaran la guardia. Su influencia para minimizar la tragedia y el ocultamiento de los decesos.
Siempre contó con la complicidad de López-Gatell. Los trágicos hechos fueron públicos y suficientes para evaluar, juzgar y, desde luego, reclamar.
Precisamente, la ausencia de sanción legal y social es uno de los elementos que abona a la idea de que no se aprendió. Inexplicable que la presidenta Sheinbaum no actuara en congruencia a su postura mostrada en la crisis sanitaria y que la hizo diferenciarse de López-Gatell.
En ese entonces, por la influencia del presidente López Obrador, la jefa de gobierno de la Ciudad tuvo que soportar la insolencia y la dejadez del responsable del manejo de la pandemia.
La promoción del exfuncionario es una concesión mayor y ratifica que no impera el interés del país, sino el del grupo gobernante a partir del equilibrio funcional al expresidente.
En su defensa invoca sus estudios, no su desempeño, lo que significa una condena. Algunos ponderan la campaña de vacunación a manera de reivindicar a López-Gatell.
No hay hazaña de por medio, en forma alguna lo acredita ni releva de responsabilidad criminal. Las vacunas no hicieron resucitar a los cientos de miles de personas que murieron y cuyos fallecimientos se hubieran evitado de haber existido una actitud responsable.
Minimizar la gravedad de la pandemia fue un error monumental, también la resistencia para que la población tomara medidas preventivas para contener el contagio.
No convocar al Consejo de Salubridad General en los términos de la Constitución significó la exclusión de la ciencia, la medicina, la academia y los gobiernos locales para actuar de manera coordinada. La soberbia se impuso; los resultados hablan por sí mismos.
Debe quedar claro que una sociedad incapaz de obligar a sus autoridades a rendir cuentas y a asumir las consecuencias de sus faltas conduce a un estado de indefensión y permite que el abuso se instituya en la vida pública como a lo largo de estos años.
Se advierte que no se aprendió y que por la falta de consecuencias, se podrá actuar de manera criminal y aun así reproducirse en el poder.
El despotismo se instaló en el gobierno y la mejor prueba es el reconocimiento presidencial a un funcionario que debiera estar rindiendo cuentas a la justicia.