Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
Café para Todos
* Adiós a José Luis Cuevas, el último de los grandes de la pintura mexicana; el reconocimiento a su esposa Beatriz del Carmen Bazán
* La extradición de Javier Duarte, una oportunidad para comprobar que el combate a la corrupción va en serio
CIUDAD DE MÉXICO, 5 de julio de 2017.- “Si, he pensado a veces en la repercusión de mi muerte. Cuando viajo en avión, me pregunto: ¿qué extensión ocupará la noticia de mi muerte en los periódicos? Si mi muerte sucede en la mañana, la noticia la darán los diarios de la tarde, y habrán matado la noticia para los de la mañana. Pienso entonces que lo ideal sería morir en la noche, con la posibilidad de las ocho columnas de algún periódico matutino”.
Así se lo dijo José Luis Cuevas en 1973 a Alaíde Foppa y así me lo ratificó muchos años después, cuando con su beneplácito habíamos trazado un singular proyecto periodístico. “Tal vez la diferencia sería que hoy no moriría en un accidente aéreo, porque ya viajo muy poco, pero la idea sobre la noticia de mi muerte en los medios es la misma; habría tal vez que incluir a la televisión o el Internet”, aclaró.
Se trataría de una extensa charla con el propósito de actualizar los conceptos que desde marzo de 1973 -cuando José Luis Cuevas, de entonces 44 años-, plasmó en complicidad con la destacada activista y escritora barcelonesa, con fuerte raigambre guatemalteca, en el libro Confesiones de José Luis Cuevas, editado en 1975 por el Fondo de Cultura Económica.
“Me parece una gran idea analizar lo que yo dije entonces y lo que pienso casi 40 años después; será una actualización magnífica” -me dijo él en 2013, ampliamente dispuesto y muy complacido por el concepto, y a la vez triste por el recuerdo de Alaíde Foppa, su gran amiga, quien fue secuestrada y desaparecida por el gobierno militar guatemalteco en diciembre de 1980.
Yo había retomado el contacto con el célebre dibujante, pintor y escultor -a quien había conocido muchos años antes en su estudio en París, a principios de los 80-, a través del Abad emérito de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulenburg, precisamente durante el selecto festejo de sus 90 años, en el Club de Empresarios, en Bosques de Las Lomas. En esa ocasión, el connotado artista plástico asistió a la celebración en compañía de su esposa Beatriz del Carmen Bazán.
Poco después, paradójicamente, la muerte de Schulenburg nos volvería a congregar. Sin embargo, debo admitir que la amistad entre Brigita y Raúl Anguiano -además del sincero reconocimiento que José Luis Cuevas le profesaba al gran fotógrafo Héctor y a su esposa María García-, fueron los otros factores que fortalecieron el vínculo afectuoso con Cuevas y Beatriz del Carmen.
A finales de abril de 2013, a través de ella le busqué para indagar de primera mano, sobre su estado de salud y del supuesto maltrato y reclusión al que aseguraban su nueva esposa lo tenía sometido.
Nos vimos en su casa de Fresnos 17 en Tlacopac San Ángel, y lo encontré de buen ánimo, muy conversador y sin rastros perceptibles de la infección que en marzo le había producido una grave deshidratación, de la cual él se recuperó luego de una estadía de casi 3 semanas en Médica Sur.
Su hospitalización había sido reseñada con amplitud, pero y también con mucho alarmismo en varios medios informativos. Incluso -Ximena, Mariana y María José-, las hijas que había procreado con su primera esposa, Bertha Riestra, en su momento interpusieron una demanda ante la entonces Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) por presuntos maltratos y abandono.
Aunque la denuncia estaba dirigida “a quien resulte responsable”, lo cierto es que era contra Beatriz del Carmen, a quien además ellas acusaban de impedirles ver al pintor.
Ximena Cuevas fue una de las más vehementes en el conflicto y aseguró que tras la muerte de su madre y desde que José Luis Cuevas se casó en 2001 con Beatriz del Carmen Bazán, no habían podido verlo. … “Él es un caso bien interesante de psicología. Este personaje tan fuerte públicamente, también es muy frágil. Cuando se murió mi mamá, estaba apanicado, estaba muy frágil, y es cuando apareció Beatriz, y ella se volvió indispensable en todo. Me parece como un cuento que una mente tan brillante sea tomada y secuestrada por una mente ínfima”, afirmó despreciativa Ximena Cuevas.
Si estoy vivo es gracias a los cuidados y el amor de Beatriz del Carmen, aseguraba José Luis Cuevas
En una larga conversación sostenida luego en la sala de su casa -y en la cual debo subrayar su esposa no estuvo presente-, José Luis Cuevas, se refirió a sus hijas con evidente acritud, “por la forma tan despreciable”, me dijo, en que habían tratado a Beatriz del Carmen.
“Si estoy vivo es por ella, por sus cuidados, por su amor; es una mujer extraordinaria y fuera de serie. Gracias a ella, por su persistencia, les he heredado en vida y mis hijas disponen ya de bienes y recursos, sin esperar hasta que yo me muera. Pero son una ingratas y definitivamente no quiero tenerlas cerca de mí” -me reiteró el artista.
Conversé con Cuevas varias veces más. Puedo dar testimonio del gran amor y atenciones que su esposa le prodigaba.
En otra ocasión -durante una charla de tono muy personal, sin la presencia del maestro, quien descansaba en su recámara, pero que más tarde se integraría a la conversación que tenía lugar en la sala-, Beatriz del Carmen, visiblemente afectada, con lágrimas que por varios minutos corrieron por su rostro, me confió la enorme presión que afrontaba entonces por parte de las hijas de su esposo.
Ante el acoso y las agresiones que no cesaban, me confió que incluso había tenido que cambiar varias veces su número de teléfono celular.
“No las entiendo. De pronto, cuando les hablo para decirles que quiero que lo vean, que voy a llevarlo al hospital, porque está enfermo, se aparecen para armar todo un show y mostrarse ante los periodistas como las hijas que están pendientes de su padre, cuando saben muy bien que no es cierto, y luego sin el menor asomo de vergüenza me acusan de tenerlo abandonado, cuando nunca se preocupan de él. No es justo…” –me dijo ella, muchos días después de mi conversación con Cuevas sobre este tema, que no volví a abordar con él; conversaciones de las que guardo varios registros de audio y que serán plasmadas en un número especial que La revista de México/Gentesur, publicará en su próxima edición.
En sí, es indiscutible que la muerte de José Luis Cuevas es una mala noticia para el arte mexicano y sobre todo para el país, no sólo para su amplio grupo de admiradores que gustaban de la obra de este genial artista, de polémica personalidad, al que algunos consideraban un hombre estrafalario y hambriento de fama y reflectores.
Cuevas nació en la Ciudad de México, en los altos de la fábrica de lápices y papeles El lápiz del águila, administrada por su abuelo paterno, Adalberto Cuevas, ubicada en el centro de la ciudad, y además de pintor y dibujante, era escritor, grabador, escultor e ilustrador.
Recibió muchos premios y reconocimientos. En 1984 se le otorgó el doctorado Honoris Causa de la Universidad Autónoma de Sinaloa, y Francia lo distinguió con la orden de Caballero de las Artes y de las Letras.
Al paso del tiempo, quizá pueda valorarse mucho más su gran aportación no sólo a la cultura mexicana, sino también por el papel que jugó en la evolución de las corrientes pictóricas del siglo 20, puesto que al ser un hombre que rompió con los cánones establecidos por la Escuela Mexicana de la Pintura, y abrió sin duda alguna una gran ventana para que las nuevas generaciones escaparan de la poderosa influencia indigenista-nacionalista de pintores de la talla de David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y José Clemente Orozco.
Irreverente e iconoclasta, Cuevas fue siempre un hombre de polémica. Se atrevió a pintar su famoso mural efímero en la Zona Rosa -a la que por cierto bautizó con ese nombre-, y escandalizó al mundillo intelectual.
Hoy se dice que fue el único representante del movimiento “rupturista”, por lo menos notorio, pues recordemos que solía decir que “la ruptura soy yo”.
De todas formas se puede decir que hay un antes y un después de José Luis Cuevas. Luego de la irrupción de este genio, no menos dotado que Rivera u Orozco, el arte se abrió al mundo, se volvió más universal y permitió el surgimiento de una nueva camada de artistas plásticos que planteó inquietudes y valores más allá de la propaganda oficial gubernamental y dieron un nuevo impulso al arte mexicano.
Lamentablemente, en un país como el nuestro, José Luis Cuevas fue una especie de rara avis que chocó con los cánones establecidos y los cotos de poder que con frecuencia se convierten en un dique para los creadores.
Fue sin duda un genio incomprendido y no se lo otorgó el reconocimiento que en plena justicia se le debía pero aún así, fue un hombre que logró sobresalir a nivel internacional y afortunadamente su genio se vio compensando con un museo en su honor erigido hace 25 años en el Centro Histórico de la Ciudad de México, donde se muestra permanentemente su obra y la de importantes artistas contemporáneos.
En 2016 -40 años después de su primera gran exposición en París-, se inauguró en la Ciudad Luz una muestra con 51 dibujos y litografías, supuestamente pertenecientes a la colección privada de su hija, Mariana.
Sin embargo, no fue una exposición autorizada por el maestro y de hecho no faltaron voces que la acusaran de apropiarse sin permiso de las obras del connotado pintor.
Afortunadamente, al gran artista fallecido el pasado lunes, a los 83 años, no se le negó el homenaje que merecía, en el Palacio de Bellas Artes, ante la presencia de las máximas autoridades de la cultura.
Pero tampoco su homenaje póstumo estuvo ajeno a las polémicas. Ahí mismo tuvieron lugar actos que no correspondieron ni al momento, ni al nivel del máximo escenario de la cultura en México.
Gritos y proclamas como “¡Arriba las Cuevas!”, “¡No están solas!” y “¡Arriba Bertha!” -en referencia a la exesposa del pintor-, se escucharon en el máximo recinto, mientras que, vestida de negro, Ximena Cuevas realizaba aparatosos aspavientos frente a la urna de su padre.
El acto fue presidido por su viuda Beatriz del Carmen Bazán; la secretaria de Cultura del gobierno Federal, María Cristina García Cepeda; Eduardo Vázquez Martín, secretario de Cultura de la Ciudad de México y Lydia Camacho, directora del Instituto Nacional de las Bellas Artes.
Granos de Café
La enigmática sonrisa de Javier Duarte durante su comparecencia ante juzgados de Guatemala la semana pasada, se esfumó al confirmarse que el gobierno guatemalteco determinó extraditarlo a nuestro país.
Afrontará, primero, los cargos -2 graves- que le imputa la justicia federal, como es operaciones con recursos de procedencia ilícita -lavado de dinero- y delincuencia organizada, aunque a estas alturas todos los mexicanos sabemos bien que no sólo saqueó el erario veracruzano, sino que favoreció a los cárteles de la droga para amasar gigantesca fortuna. Tan inmensa, que faltarían ceros para describirla.
Si bien es cierto que él fue instrumento de la rica familia chiapaneca de Karime Macías, su esposa, para multiplicar por cientos de veces su fortuna -y aparentemente luego abandonarlo a su suerte para radicar en Londres-, también su extradición a México habrá de ser el inicio de otro proceso de extradición, pero esta vez contra la ex primera dama veracruzana.
Karime Macías encontró en la ambición de Duarte la opción perfecta para exprimir los fondos públicos del estado y al parecer ella es la verdadera artífice del saqueo de los dineros públicos.
En fin, que este martes, y ante las autoridades del Tribunal Quinto de Sentencias de Guatemala, se notificó que los delitos de que le acusa el gobierno mexicano tienen sustento jurídico y por tanto será extraditado.
La llegada del exgobernador a México, podría ser no sólo la noticia del día, sino el inicio de un proceso que viene siendo una prueba de fuego para el gobierno federal de que sí existe voluntad política para luchar contra la corrupción y no se trata de una nueva mascarada…Sus comentarios envíelos al correo [email protected]