Diferencias entre un estúpido y un idiota
OAXACA, Oax., 17 de mayo de 2018.- La intempestiva decisión de la candidata presidencial independiente, Margarita Zavala, de retirarse de su candidatura, es un triunfo de la partidocracia y una derrota para la ciudadanía.
Su dimisión significa el ocaso material de la vía independiente en esta contienda presidencial, pero sobre todo implica la demostración de que la vía ciudadana naufragó luego de la cadena de errores y excesos que se cometieron desde todos los frentes durante su efímera existencia.
En efecto, a cuatro días del segundo debate presidencial, Margarita Zavala anunció este miércoles la renuncia a su candidatura independiente “por un principio de congruencia y honestidad política”. En un adelanto del programa Tercer Grado, en Foro TV, en el que estuvo como invitada —y que se transmitiría hoy jueves—, la ex panista aseguró que se bajaría de la contienda electoral. “Por eso he decidido y aprovecho aquí para decirle a los ciudadanos que retiro mi candidatura de la contienda por un principio de congruencia, de honestidad política y para dejar en libertad a quienes generosamente me han apoyado y tomen su decisión como se debe tomar en esta difícil contienda”, aseguró.
Antes, el 26 de abril, la entonces candidata había descartado cualquier posibilidad de declinar a favor de otro candidato y aseguró que haría toda la campaña. “Yo haré toda la campaña y quienes deciden son los ciudadanos”, dijo. Sin embargo, el anuncio de ex primera dama se da un día después de que el candidato presidencial de la Coalición por México al Frente, Ricardo Anaya, anunciara que buscaría a Margarita Zavala para que decline a su favor y con ello “consolidar un proyecto ganador” rumbo a las elecciones del 1 de julio próximo.
Independientemente de que esto último pueda ocurrir o no, lo que hoy resulta indispensable es llevar a cabo un análisis preliminar del contexto en el que ocurre la separación de su candidatura presidencial. Pues si bien es cierto que existen razones concretas para que esto ocurriera —principalmente el hecho de que no solo no creció en la preferencia de la ciudadanía medida en encuestas, sino que incluso sus índices de aprobación comenzaron a descender marcadamente desde el primer debate—, también lo es que la terminación anticipada de la candidatura presidencial de Zavala, marca también la primera gran derrota de la vía independiente como mecanismo de acceso al poder público en México. Esto último, sin duda, resulta mucho más preocupante que lo primero.
Es así porque, de entrada, queda claro que, por diseño, la vía independiente está destinada al fracaso. Margarita Zavala terminó ahogada por la falta de financiamiento público y por la decisión de la autoridad electoral de no permitirle que alimentara su campaña de financiamiento privado; por el hecho de que su candidatura enfrentaba un enorme problema de inequidad en la asignación de tiempos gubernamentales de radio y televisión, frente a los candidatos de los partidos políticos y coaliciones; por el hecho de que, ante la falta de una estructura electoral y de capacidad de exposición ante el gran público elector, tuvo siempre una influencia moderada en los votantes y eso la hacía ser prácticamente una candidatura testimonial frente a los candidatos de los partidos.
Pecados propios
No obstante, también es cierto que de esta derrota también son responsables tanto Margarita Zavala como los demás candidatos independientes. ¿Cómo tomar en serio una candidatura presidencial de este calado, cuando en realidad Margarita era militante panista hasta hace menos de un año; cuando Jaime Rodríguez Calderón fue impulsado artificialmente como candidato a la Presidencia, al amparo de la influencia del actual habitante de Los Pinos; cuando Armando Ríos Piter era también militante del PRD hasta exactamente antes de que iniciara el proceso de obtención de apoyo ciudadano para la candidatura presidencial por la vía ciudadana?
Al final, quedó claro que quizá la ciudadanía sí quiera y acepte a candidatos presidenciales independientes, pero que ninguno de los que está actualmente compitiendo, y Margarita que ya abandonó la contienda, representa en realidad a esa ciudadanía sin partido que aspiraba a ser encarnada en un personaje de la sociedad civil. Desde ese sector —la sociedad civil— abigarrado y descalificado por la propia clase política, nadie se atrevió a participar. No lo hicieron quienes sí lograron la presentación de la iniciativa de ley, desde la ciudadanía y mediante una iniciativa popular, de la llamada Ley 3de3, o quienes han denunciado sistemáticamente los excesos de la clase política —no sólo desde el gobierno— a través de diversos mecanismos.
Así, igual que ese, otro pecado de todos los candidatos independientes estuvo en la forma en que obtuvieron el respaldo ciudadano con el que finalmente dos de ellos pudieron acceder a una candidatura presidencial sin partido. ¿Era más, o menos vergonzante, que Margarita Zavala hubiera tenido “menos” credenciales de elector cuestionadas que Rodríguez Calderón o Armando Ríos Piter? Cada credencial de elector falsificada, cada apoyo capturado en copia fotostática, cada falsificación o intento de engaño a la autoridad electoral, era suficiente como para deslegitimar toda una candidatura… o todo un proceso, como finalmente terminó ocurriendo.
Lo más lamentable, es que si existía algún viso de candidatura ciudadana, esa era justamente la de Margarita Zavala. Es cierto que no estaba desligada del poder ni de los partidos políticos —es esposa de un ex Presidente emanado del núcleo duro del Partido Acción Nacional—, pero también lo es que era la única que representaba un mínimo de seriedad como para conseguir cierto consenso ciudadano.
A pesar de sus titubeos retóricos y de su falta de consistencia como candidata, nadie negó nunca su inteligencia, ni su capacidad política ni sus destrezas como personaje de la vida pública del país desde hace años. Al salir del PAN, intentó cautivar el voto y la simpatía de los militantes de ese partido que rechazaban las traiciones y albazos de Ricardo Anaya, y lo consiguió parcialmente. El problema es que no logró conectar con el gran público apartidista, que finalmente se esperaba que fuera el que definiera el rumbo de esta elección, pero que hasta el momento se ha volcado o en la indiferencia, o en el apoyo a la política del enojo que representa Andrés Manuel López Obrador.
Ciudadanía, derrotada
Por todo eso, esta es una derrota de la ciudadanía. Lo es, porque nuevamente ganó la democracia; porque finalmente se impuso el establishment que intenta que el estado de cosas permanezca. En ese enorme grupo se encuentran lo mismo José Antonio Meade del PRI, que Andrés Manuel López Obrador, de Morena. Aunque muy distintos, uno y otro luchan porque se mantenga la hegemonía partidista y su consolidado monopolio del acceso al poder. Al menos ese consenso ya lo lograron. Ahora falta ver cómo resuelven el futuro inmediato de la Presidencia.