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OAXACA, Oax., 25 de marzo de 2019.- Sí mi padre me hubiera visto tumbado en este petate, escribiendo seguramente se enojaría. A mi padre no le gustaba que fuera flojo.
Deja de soñar despierto chamaco, a los que sueñan despiertos se les meten los muertos a la cabeza o terminan con la cabeza llena de aire me diría.
Escribo y parece que lo veo en el rincón del patio de las vacas bajando del montón los manojos de rastrojo, me quedo viendo sus pies: tiene los pies rajados, callosos de pisar tanto torromote en el surco. Los guaraches de mi padre quieren proteger, adornar sus dedos chuecos, sus uñas amarillas, tiesas y curtidas pero no adornan nada, sus guaraches ya se hicieron feos y ora se ve como si cargara guaraches de bejuco.
Los huaraches de mi padre son el mejor retrato de un tiempo, del tiempo de cuando fui muchito y del tiempo que mi padre fue jornalero.
Sigo escribiendo y mi cabeza va rodando por calles que antes no había visto, por campos coyuches, mecos, verdes y jaspeados. Rueda mi cabeza y no me duele, me gusta.
Escribo y el viento se me mete a la sangre, a los ojos, a la cabeza.
Mi cabeza es una piedra que rueda por muchísimos caminos y en los caminos hay historias…
Escribo y tengo miedo, miedo a que me pase lo que le pasó a tía Ceferina que se la llevó el diablo. Yo era un muchachito y vi cómo el diablo la perseguía, se escondía detrás de los mezquites y lloraba. Allí está, nos decía, está el enemigo, según ella corría; pero ya era una abuelita y sus pequeños pasos se enredaban con sus enaguas y caía al suelo. Gateaba y seguía asustada huyendo del diablo.
Tía Ceferina se había dedicado a cosas de la hechicería, a echarle maldad a la gente, podía hacer que las mujeres o los hombres se quisieran a la fuerza.
Tengo miedo de seguir escribiendo historias de seguir contando lo que mira mi cabeza cuando rueda.
Ya no les contaré la historia del niño que se cayó al pozo y ya no lo pudieron sacar porque se lo llevó la luna y cada que salía la luna todos oían como lloraba la criatura en el pozo.
Tumbado en el petate escucho como relincha el viento y me pongo contento porque eso si me gustaría, me gustaría que si un día se me meta el aire a la cabeza me convierta en caballo y regrese a las calles de mi pueblo, relinchando.
Flavio Sosa Villavicencio.